«Mi único enemigo es tu nombre. Tú eres tú, aunque seas un Montesco». Julieta.

 

Es casi ley, que los amores eternos son los más breves. Amortajados los restos del Real Madrid en esta Champions, Messi se aferró a una voluntad varias veces quebrantaba por la desgana, aunque pocas veces infranqueable para los defensas, para que esta temporada todavía pueda significar mucho menos para el equipo de Zidane de lo que significa en este preciso instante. La suerte y la memoria de ambos equipos depende de la paja en el ojo ajeno. Rivalidades antiguas y renovadas por el forofismo y por la argucia política de aquellos que encuentran en el deporte una fuente de rabietas y puntos de desencuentro.

Zidane es el padre de una Julieta a medio camino entre el pesar por la juventud perdida y la transición hacia no se sabe dónde. Entre las últimas horas de vuelo de Marcelo o Modric y los primeros tirabuzones en el aire de Vinicius o Rodrygo se reparte la suerte. El Madrid vive su particular viaje a ninguna parte, aunque por su belleza, se lleva varios títulos por obra y gracia de una flor, marchita en Champions este año, pero que sigue dando sus frutos por méritos propios y cuando Romeo no aparece en escena para plantar pelea.

Guardiola abandonó Verona cansado del amor, pero dejó atrás demasiados sueños cumplidos como para que el Barcelona no le jurase amor eterno y se aferre a su recuerdo para construir algo parecido que ya nunca volverá. De Guardiola se acuerdan muchos a la hora de hablar sobre un invento hace tiempo inventado, pero pocos enumeran los nombres a los que Pep siempre estará agradecido porque de inteligencia va sobrado. Puyol, Busquets, Xavi, Iniesta y Messi, un ejército Montesco con el se podía enamorar a cualquiera. Eso sí, salvo a aquella que se asomaba a la ventana y miraba al horizonte con desgana hasta que apareció Mourinho montado en un corcel blanco. Nos divertimos, y mucho, a pesar de la violencia del encuentro en el balcón.

El Madrid se ha despedido de la temporada haciendo una reverencia y dando por bueno un año demasiado oscuro como para ver más sombras donde no las hay. El Barcelona, por su parte, venía más ensombrecido y puede que vea la luz al final del túnel. Hay finales de todos los colores. Zidane ha sido ensalzado y repudiado en el transcurso de muy pocos días, y es que lo que no aguante una madre, no lo aguanta nadie. Guardiola esbozó una leve sonrisa mirando hacia Barcelona, allí donde ese amor es indestructible aun en tiempos de coronavirus. Podrá llamarse Bayern o City, pero ni Romeo ni Julieta pueden buscarse sustitutos.

Deseo no recordar cómo será el futuro, pero tampoco pensar en qué hubiese sido de Romeo sin Julieta, o de Julieta sin Romeo. Zidane y Guardiola, seguro, hubiesen sido mucho menos sin sus respectivos apellidos. Esta rivalidad nos da mucho más de lo que nos quita, aunque a veces, nos quite años de vida.