Tal como están las cosas, parece improbable que Boris Johnson llegue a febrero como inquilino del nº10 de Downing Street. En democracia, poco tienen de inusual los cambios de líder del Gobierno. La rareza en este caso es que un Primer Ministro con mayoría absoluta en el parlamento dimitirá por presiones de su propio partido o, directamente, será cesado por sus colegas conversadores.

En nuestra época, si un partido político cambia de líder en el poder, esto suele ocurrir por su retirada voluntaria, casi siempre por razones de edad o de salud. El año pasado, por ejemplo, los alemanes celebraron elecciones sin Angela Merkel. Desde hacía tiempo, la canciller había anunciado que no se presentaría a un quinto mandato por verse demasiado mayor. En 1976, Harold Wilson también pretexto razones de edad para dimitir como Primer Ministro, aunque en la actualidad se considera más verídico que el verdadero motivo fue un diagnóstico de Alzheimer.

“parece improbable que Boris Johnson llegue a febrero como inquilino del nº10 de Downing Street

Cuando del gobierno se va a la oposición, sí es más habitual que se dispute el liderazgo del partido. En ocasiones, tras una debacle electoral o perder una moción de censura, el propio líder se hace a un lado. Ocurrió lo primero en Reino Unido con Gordon Brown cuando el premier laborista perdió las elecciones en 2010 frente a David Cameron. El más reciente ejemplo del segundo caso lo tenemos en España, cuando Mariano Rajoy dimitió de Presidente del Partido Popular tras ser desbancado de La Moncloa por moción de censura en 2018.

De hecho, si un líder no consigue llegar al poder o lo pierde, no es inusual que sus colegas rompan filas y se le dispute el liderazgo. Así, en 1975, Margaret Thatcher compitió por presidir el Partido Conservador frente al ex Primer Ministro, Edward Heath, derrotado en las elecciones el año anterior.

“Cuando del gobierno se va a la oposición, sí es más habitual que se dispute el liderazgo del partido”

Sin embargo, atacar públicamente a tu líder cuando este gobierna es una rareza en las democracias parlamentarias. Incluso cuando un escándalo público se lo va a llevar por delante, al menos de puertas para fuera, los miembros de los partidos persisten en defenderle. Una vez dimita superado por la presión de la calle, el discurso oficial de su partido se suele resumir en “olvidemos el pasado y miremos al futuro”. Tal fue la marcha de los acontecimientos cuando dimitió Nixon en 1974.

Cosa distinta es que entre bastidores el partido presione al líder y le enseñe la puerta de salida. Más o menos, esto le sucedió a Adolfo Suárez quien dimitió en de Presidente del Gobierno de España en 1981, ante las presiones de su partido alarmado por las malas perspectivas electorales. Eso sí, de puertas para fuera “el Presidente tiene nuestro apoyo incondicional”.

“atacar públicamente a tu líder cuando este gobierna es una rareza en las democracias parlamentarias”

Algo similar le pasó a Adenauer cuando dimitió en 1963. Sin embargo, entonces a las tensiones internas de la CDU alemana se sumaba el riesgo de ruptura de la coalición de gobierno con los liberales.

Celebrar una votación para destituir al líder cuando gobierna es algo aún más excepcional. Y no cuenta lo ocurrido en Alemania en 1972 y 2005. Veréis, la constitución alemana no prevé un procedimiento para adelantar las elecciones. La disolución adelantada del Bundestag sólo puede darse cuando el Canciller pierda una cuestión de confianza. Y ni siquiera entonces está asegurada, ya que el Presidente puede elegir entre ir a elecciones generales o nombrar a un nuevo Canciller.

“Celebrar una votación para destituir al líder cuando gobierna es algo aún más excepcional”

A falta de una vía menos retorcida para adelantar las elecciones, los cancilleres socialdemócratas, Billy Brandt, en 1972, y Schroeder, en 2005, pidieron a su partido que les votaran en contra en una cuestión de confianza. Antes se habían asegurado la cooperación del Presidente del país para adelantar los comicios.

Por eso, en 1990 el mundo se sorprendió tanto al ver que las tres veces invicta Primera Ministra, Margaret Thatcher, era destituida por su propio partido. No era la primera vez que esto ocurría. En 1957 el partido conservador ya había echado a un Primer Ministro de sus filas: Anthony Eden. Sin embargo, entonces la medida parecía más razonable después del fiasco de intervención en el Canal de Suez. Incluso se permitió que Eden dijera que su marcha obedecía a su mala salud, realmente, muy precaria.

“en 1990 el mundo se sorprendió al ver a Margaret Thatcher destituida por su propio partido”

En 2007 el partido laborista exigió la dimisión a Tony Blair, cuando el relato de las armas de destrucción masiva en Irak se hizo insostenible. El premier tuvo que abandonar el 10 de Downing Street para evitarse la humillación de que se partido le derribara en una moción de censura.

Hace apenas dos años los conservadores votaron sobre la continuidad de Theresa May como Primera Ministra. A punto estuvieron de llevársela por delante. Es más, aunque salvó la votación en su contra, la presión de su propio partido se hizo tan insoportable que acabó dimitiendo unos meses más tarde. Ahora el turno parece haberle llegado a su sucesor, a Boris Johnson. Ya se están recogiendo firmas para que los diputados conservadores voten su destitución.

“En 2007 el partido laborista exigió la dimisión a Tony Blair”

¿Por qué en el Reino Unido algo tan excepcional ocurre con relativa frecuencia? Algunos dirán que es por su larga tradición democrática, otros que se debe a su ley electoral o al funcionamiento interno de sus partidos y parlamento. Todo eso es verdad en parte, pero fácilmente encuentras países con elementos similares, donde este fenómeno de rebelión contra el líder no se da.

Quizás haya que reconocer el mérito a la población. Del mismo modo, con razón, que se dice que los defectos de la política democrática reflejan los peores rasgos del pueblo, también del pueblo emanan sus virtudes. Y es que, aunque como sociedad tendrán otros defectos, los británicos parecen penalizar más que un partido no se subleve, pasado cierto punto, que a uno que finja lealtad. ¿Nos parecemos a ellos en España?