En estas fechas de reclusión domiciliaria, los cajones desordenados que componen las hemerotecas personales de todo nostálgico llaman a la puerta del recuerdo y la reposición. A esto último está recurriendo Teledeporte para su actual programación. El rescate de acontecimientos deportivos con alguna década de antigüedad, desde Europeos de basket de la Selección de Díaz Miguel hasta las gloriosas finales de Roland Garros, pasando por rondas ciclistas que vuelven a rompernos la siesta. Algunas tardes atrás, volvimos a vibrar con una etapa de Vuelta Ciclista a España absolutamente indeleble para los aficionados al ciclismo. A pocos de ellos se les habrán borrado las imágenes de la primera ascensión en 1999 al Alto L’Angliru, a 1.570 metros de altitud y con unas rampas infernales que llegaban al 23’5% de desnivel.

A esta 9ª etapa llegaban Abraham Olano vestido de amarillo y José María ‘El Chava’ Jiménez con especial interés en lo habitual para él: correr para la afición. Aquella tarde de septiembre se dieron cita en el concejo asturiano de Riosa todos los fenómenos meteorológicos adversos para el deportista, pero necesarios para la épica. Lluvia, nieve y una niebla que obligaba a los telespectadores a depositar toda su fe en la narración los reporteros de las motos que acompañaban el recorrido. Ni siquiera la llegada a meta pudo contemplarse con cierta claridad.

«Al estilo de un concursante de ‘Lluvia de Estrellas’, resurgiendo tras una niebla esta vez nada artificial, ‘El Chava’ hizo “chas!” y entró al mismo tiempo en la meta y en el Olimpo del ciclismo patrio»

Tras varios arranques, descuelgues y alguna caída (la que sufrió Olano y que motivó su abandono de la ronda días después), a 1.000 metros de meta el pescado de la sufrida etapa parecía más que vendido. El ruso Pavel Tonkov encaraba la recta final con una ventaja que parecía más que suficiente para alzar los brazos tranquilamente en línea de meta. Hasta el fiable y templado Pedro González iba proclamando en la narración televisiva y bajo su prudente bigote que el de Mapei sería “el primer ganador del Angliru”. Segundos después, una centella abulense aparece desde la nada y se pone rueda del ruso. Solo algún Dios astur sabe cómo consiguió superarle, ya que apenas quedaba espacio entre coches, motos y demás Unipublic. Al estilo de un concursante de ‘Lluvia de Estrellas’, resurgiendo tras una niebla esta vez nada artificial, ‘El Chava’ hizo “chas!” y entró al mismo tiempo en la meta y en el Olimpo del ciclismo patrio. Y volvió a meterse a la afición en el bolsillo.

Esta es, seguramente, la mayor hazaña de todas las que José María ‘El Chava’ Jiménez brindó a los locos del ciclismo y la serpiente multicolor. El documental ‘Escalador de leyenda’ que Gonzalo Martín y Ángel Sánchez dedican a su trayectoria deportiva, se detiene especialmente en esta tarde memorable de La Vuelta y en el origen de una leyenda que empezó a forjarse, dónde si no, en el pueblecito de El Barraco (Ávila), cuna también de otros campeones como Ángel Arroyo o Carlos Sastre. Una zona definitivamente diseñada por su clima y geografía para formar a ciclistas duros de roer. Allí donde heredó el mote de su familia, ‘Chabacanos’, que acortó y pidió a la prensa que escribieran con ‘v’. Palabra de ‘Chava’.

Tan carismático para el aficionado como en ocasiones indomable para sus equipos (el paso de Olano de Banesto a la ONCE pudo venir motivado en parte por la ‘autonomía’ de ‘El Chava’ y su escasa voluntad de trabajar para el líder), poseedor de un estilo poco heterodoxo en las escaladas, con hechuras de torero y una planta que no se correspondía a la del escalador habitual, Jiménez conseguía desatar la tormenta en el momento y lugar de la etapa que mejor le parecía. No le hizo falta una victoria final en ninguna de las grandes rondas para llevarse parte de las pintadas en la carretera y pancartas de ánimo a ambos lados del recorrido. En su palmarés apenas luce un tercer puesto en La Vueta del 98’, junto al reinado de la Montaña en 4 ediciones. Eso sí, un total de 9 etapas en la ronda española. Y qué etapas.

«José María Jiménez se fue ya hace más de tres lustros, con 32 años y tras una buena temporada de vaivenes en el asfalto de la vida»

José María Jiménez se fue ya hace más de tres lustros, con 32 años y tras una buena temporada de vaivenes en el asfalto de la vida. Su montaña rusa particular le llevó a pasar su etapa final en un centro psiquiátrico de Madrid, donde una embolia le visitó mientras enseñaba a sus compañeros algunas fotos junto a sus seguidores de su época de vino y rosas. Siempre con la afición.

Fue su propia madre, Antonia, quien firmó durante su entierro el mejor epitafio para la vida de una persona que decidió lanzar al mundo todo su hechizo subido a una bicicleta. “Mi hijo ha muerto como vivió: al ataque, y de repente”.