El inicio de 2013 fue convulso en Francia. Se debatía la regulación del matrimonio homosexual -finalmente aprobado en abril- y, durante semanas, el grupo ultraconservador La Manif Pour Tous tomó las calles intentando bloquear la nueva ley. Sus protestas y manifestaciones, muy numerosas, contaron habitualmente con la presencia de menores. Niñas y niños corearon consignas, que ni siquiera entendían, en contra del matrimonio gay y la desviación contranatural de la homosexualidad. Padres y madres pusieron en boca de los pequeños frases homófobas mientras daban por sentado que sus hijos eran todos heterosexuales. Pero no era así.
Los que ayer fueron niños han crecido y ahora hacen denuncia pública de su instrumentalización. Nadie les quitará la amargura de haber sido usados contra ellos mismos, pero, a través del hashtag #VictimeDeLaManifPourTous, esperan evitar que se repita la historia y dan testimonio de lo que es vivir tu identidad cuando creces al sol de la homofobia.
Ser madre o padre no es fácil. No por las muchas o pocas dificultades que pueda plantear la creación de una familia, sino por lo difícil que es saber si se está haciendo bien.
Casi todos -por desgracia no todos- coincidimos en querer lo mejor para nuestros hijos. Pero ese «lo mejor» no está claramente definido. Mi criterio no tiene por qué coincidir con el parecer de mi compañera de trabajo o la opinión de mi vecino del quinto. Cada familia desarrolla su propio universo de normas, creencias y actitudes que, en el fondo y pese a las inevitables colisiones, enriquecen y hacen evolucionar a las sucesivas generaciones. No obstante, esos espacios de desarrollo intrafamiliar, respetados y valorados, han de convivir con espacios de desarrollo general en los que nuestras hijas e hijos adquieran una formación colectiva en base a valores sociales y a la evidencia que vida y ciencia enseñan.
Esos espacios generales son los centros educativos. Las escuelas e institutos han de forjar el esqueleto de la sociedad en cada uno de los menores. Luego ellos lo cubrirán y decorarán como estimen, pero el armazón esencial ha de ser veraz y común. Porque unos padres pueden ser terraplanistas y, en buena lógica, transmitir la idea a sus hijos. Pero el colegio tiene la obligación de formar en lo real y por tanto ha de explicar que la tierra es redonda y gira alrededor del sol. Negacionismos hay para todos los gustos y si la redondez de la tierra, poco cuestionable, causa debate, es fácil imaginar el choque que se produce al hablar de medio ambiente, derechos humanos o igualdad. Pero estos temas tienen su propia cruz de guía, valga el símil, conformada por la legislación y el conocimiento. El currículo escolar ha de edificarse a partir de estos dos principios, pues otra cosa sería caer en el dogma o el ocultismo.
Son justamente esos principios los que cuestiona el partido político Vox cuando exige introducir, en la educación española, el pin parental, definido como «una autorización expresa sobre cualquier materia, charla, taller o actividad que afecte a cuestiones morales socialmente controvertidas o sobre la sexualidad, que puedan resultar intrusivos para la conciencia y la intimidad de nuestros hijos». Una exigencia irracional.
La escuela educa, no adoctrina. Precisamente por eso no puede pasar de puntillas sobre temas que no gusten a los padres si cuentan con el respaldo de la ciencia, la evidencia o el valor social.
Hay padres que abusan de sus hijos. ¿Sería aceptable que se prohibiese a los menores asistir a charlas o clases donde se hable de abuso sexual infantil y se les explique que el 116 111 es un teléfono al que llamar cuando se tiene miedo?
Hay padres que piensan que ser gay es una enfermedad, una desviación, aunque hace mucho que la medicina rechazó ese supuesto. ¿Sería aceptable que el colegio omitiese que la diversidad humana incluye diferentes orientaciones sexuales y que todas ellas son normales?
Hay familias en las que la violencia es el pan suyo de cada día. ¿Sería aceptable que el colegio silenciara que gritos, insultos o palizas no son normales ni tolerables?
A todas luces, no. Porque la escuela es números y letras, montañas y células, pero también ha de ser humanismo.
Desde la arrogancia del chantajista, Vox intenta imponer un inmoral código de conducta. O sus normas o nada. «No cuente con Vox hasta que no se implemente de una forma que entendamos suficiente y satisfactoria un mecanismo para garantizar que los padres puedan evitar el adoctrinamiento sectario de sus hijos», ha indicado Alejandro Hernández, portavoz del partido en el Parlamento andaluz.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, ante similar tesitura, ha dicho que «Si hay padres que quieren llevar a sus hijos a talleres donde se hable de conceptos LGTBI y contra el acoso me parece oportuno, pero habrá otros que decidan que no es así».
No. No. No. Esos talleres no son actividades extraescolares. En extraescolares se practica inglés, fútbol, teatro, robótica o minichef, pero no se dan charlas lgtbi ni conferencias sobre acoso. Eso se hace integrado en el plan de estudios. Porque así lo indican la ciencia y la ley. Y no, no se puede faltar a clase ese día. Como no se puede faltar a matemáticas el día que explican los números quebrados por más tirria que les tengan algunos progenitores.
Paul B. Preciado, filósofo y escritor, analizando los actos de La Manif Pour Tous aquel 2013, escribió: «Los manifestantes del 13 de enero no han defendido los derechos de los niños. Defienden el poder de educar a los niños en la norma sexual y de género, que se presume heterosexual. Marchan para mantener el derecho a discriminar, castigar y corregir cualquier forma de disensión o desviación, pero también para recordar a los padres de niños no heterosexuales que su deber es avergonzarse de ellos, rechazarlos, corregirlos».
En la España de 2021, bajo la bota de Vox, este texto cobra especial relevancia al perfilar, con precisión de bisturí, la realidad del pin parental.
Si la clase política acepta el chantaje, su coste será elevado. Porque se pagará con el dolor de niñas y niños. Que hoy estarán en silencio; que mañana seguramente hablarán. Pero, para cuando el hashtag #VictimaDelPinParental circule por las redes, nadie podrá restañar el daño producido.
Señoras y señores políticos, el principal objetivo de la educación es el desarrollo integral de la persona. «Un ser humano plenamente realizado es aquél que reconoce la coexistencia y la igualdad con todos los demás, por más alejados que estén, y que se esfuerza por hallar una manera de convivir con ellos». (Irina Bokova, Directora General de la UNESCO, 2010).
De ustedes depende.