El 15 de julio de 1962 terminaba la cuadragésimo novena edición del Tour de Francia. Vence Anquetil, su tercera general, con Planckaert segundo y el debutante Poulidor, amado por todos, en tercer lugar. Sexto es un británico, de Haswell. Se llama Tom Simpson.

En 1984 la carrera francesa conoce su mejor pódium de siempre. Laurent Fignon se impone por segunda vez consecutiva sin haber cumplido los 24 años. Detrás de él nada menos que Bernad Hinault, bretón indomable, y Greg Lemond. Cuarto es Robert Millar, un fino escalador nacido en Glasgow.

Hasta el año 2009 esas eran las mejores clasificaciones que ningún ciclista británico hubiera alcanzado jamás en la Grande Boucle. Y ese año se empieza a crear el Team Sky. Con un montón de dinero. Con el apoyo absoluto, en lo económico y en lo mediático, a su gurú, Dave Brailsford, el hombre que había hecho a la selección británica de pista una máquina casi perfecta. Muchos no quisieron verlo, pero empezaba una nueva era.

«En el 2009 se empieza a crear el Team Sky Con el apoyo absoluto, en lo económico y en lo mediático, a su gurú, Dave Brailsford, el hombre que había hecho a la selección británica de pista una máquina casi perfecta. Muchos no quisieron verlo, pero empezaba una nueva era»

Porque aquí hemos venido a hablar de la temporada ciclista 2018, la de ese año que acabamos de cerrar. Y hay que hacer un poco de historia, hombre, no se nos asuste. Porque en ella tres británicos (dos ingleses y un galés) se han impuesto en las tres grandes vueltas por etapas. Las mismas que jamás habían conocido un ganador de esa nacionalidad hasta 2012. Las que, desde entonces, han sufrido en sus carnes la Rule Britannia, Britannia Rule the waves. Seis Tour de Francia (de siete posibles) con tres hombres distintos. Los tres con pasados, por así decirlo, particulares (dos ex pistard, un tipo completamente desconocido). Un Giro de Italia. Dos Vueltas a España. Son los amos.

Son, sí, los putos amos.

Nuestra mirada va a ser, adelanto, absolutamente inocente. Naif. Lo siento por los conspiranoicos, pero nos vamos a poner las gafas de ver unicornios y vamos a contar la temporada ciclista de 2018 en el mundo de la piruleta. Sin más. Busquen aquí y allá, si así lo desean, referencias extrañas. Es su elección. Pero a mí no me vengan luego con reclamaciones…

 

Adoquines, motos y muros

El 19 de abril de cada año se celebra el día de la bicicleta. Solo que tiene truco, porque lo que se conmemora no es nada relacionado con el velocípedo, la competición y los esfuerzos individuales. O sí, vaya. En realidad se recuerda que, en esa fecha, Albert Hofmann sintetizó en su laboratorio el lsd y se empapó las yemas de los dedos con la mezcla, con el resultado de que al volver a casa, montado en su sempiterna bici, empezó a ver cómo las rectas se curvaban, las curvas se convertían en dragones y los dragones en melenudos tocando la bandurria (interpretación personal). Vamos, que el día de la bici en realidad se celebra la creación del ácido.

Bien por quienes escogen efemérides.

Es coherente, porque a veces el mundo del ciclismo se pone de un lisérgico que no veas. El principio del año 2018 fue así. De primeras estaba el ganador vigente de Tour de Francia y Vuelta a España, el británico Chris Froome, que había dado positivo por salbutamol en la anterior edición de la ronda española y seguía corriendo mientras se aclaraba el caso. Se rumoreaba que su equipo, el SKY, había presentado estudios con varios miles de páginas (al peso) para demostrar que aquello que sucedió en Cantabria (una dosis anormal de esa sustancia en el cuerpo del asmático) era perfectamente posible. Y así seguíamos, en espera.

Claro que el primer momento realmente surrealista, y uno de mis preferidos del año, sucedió bien pronto. En la anodina Vuelta a San Juan, en Argentina, un desconocido local de nombre Gonzalo Najar dejaba en la retina una exhibición absolutamente alucinante. Su ascensión al Alto Colorado resultó de una plasticidad (o lo que sea) pocas veces vista antes, y abrió unos huecos alucinantes con el resto de los contendientes. Tan raro fue todo que al llegar a meta Óscar Sevilla, que de estas cosas sabe un rato, declaró no entender nada. “Íbamos a relevos con viento de cara en una subida con poca pendiente y el tío nos seguía metiendo tiempo”. En fin, una delicia, si ustedes son de tomarse las cosas poco a pecho. Que Najar diese positivo meses más tarde es solo un pequeño accidente que no debe nublarnos la vista. Siempre podremos decir “Yo vi a Gonzalo Najar”.

En un contexto un poco más serio la primavera es el momento de los clasicómanos. Passistas, especialistas en adoquín y ardeneros van sucediéndose en todo el calendario dejando los que son, año tras año, momentos culminantes en la temporada ciclista. El ataque de Nibali en el Poggio, por ejemplo, que le regalaron su segundo monumento (más las tres grandes, el palmarés del siciliano es de los más selectos de siempre). La potencia de Benoot en Strade Bianche, una prueba joven que cada año va ganando prestigio. Y las clásicas flamencas. Allí se pudo ver a un Sagan descentrado, desesperado en ocasiones por la excesiva vigilancia de sus rivales, con cierto aire de diva, de estar un poco de vuelta de todo en las entrevistas. Es así el eslovaco, y hay que quererle de esa forma despreocupada y exhibicionista que él tiene.

Porque, además, rinde. No pudo ganar en Flandes (se impuso Terpstra, seguramente beneficiado por la superioridad numérica de su equipo, un Quick Step que empezaba a asustar) pero sí lo hizo, de forma imperial poco después, en el norte de Francia, en ese velódromo de Roubaix que parecía serle esquivo en caídas y pinchazos. Planteó la carrera como quiso, encontró colaboración en los momentos importantes y la fortuna, esta vez, estuvo de su lado. Victoria aplastante que sería, a la postre, su gran foto de un año exitoso pero que deja una sensación de trabajo no rematado. Aunque quizá es que le pedimos siempre demasiado al eslovaco de oro…

Después de las piedras llegan las Ardenas, y donde antes se iba botando por caminos infames de granja en granja ahora tornaba carretera bien asfaltada por ciudades industriales y (antaño más) prósperas. Amstel, Flecha Valona y Lieja mostraron tres conclusiones clarísimas. La primera es que Julian Alaphilippe había dado un paso más en su evolución como corredor, y su tremenda patada en finales con grandes pendientes ya no podía ser igualada por nadie. La segunda es que su equipo, el Quick Step, seguía arrasando, y propiciaba muchas victorias de los suyos por pura estadística (léase la del muy talentoso Jungels en la Doyenne). Y la tercera, incontrovertible, es que Alejandro Valverde ya no estaba para muchos trotes. Sí, seguía dominando el calendario español, pero sus 38 años lo alejaban para siempre de metas más altas que antes estaban a su alcance…

 

La vida es bella

Tranquilos, no les vamos a contar una historia de ciencia ficción almibarada en la Segunda Guerra Mundial. Tampoco aparecerá ningún histrión dando saltitos y diciendo bobadas durante 122 minutos (lo he mirado). Es solo una licencia poética. Para decirles que estamos en el Giro de Italia. Y que los cuentos de hadas pueden hacerse realidad. Con todo lo que eso significa.

Al Giro se presentaba como máximo contendiente Chris Froome, ¿le recuerdan?, sí, el del positivo aun en discusión, el que llevaba ganados cuatro Tour de Francia y una Vuelta a España. Pues eso, que el británico decidió ir a Italia (bueno, la cosa salía de Israel, pero ustedes me entienden) para cerrar el círculo y anotarse las tres grandes. Solo que la cosa le salió bien, pero un poco rara. Épica, si quieren. No, mejor déjenlo en rara.

«Al Giro se presentaba como máximo contendiente Froome, que llevaba ganados cuatro Tour de Francia y una Vuelta a España. el británico decidió ir a Italia para cerrar el círculo y anotarse las tres grandes. Solo que la cosa le salió bien, pero un poco rara. Épica, si quieren»

De primeras quien comienza dominando es otro británico, llamado Simon Yates (sin relación familiar con el rubio que llevaba una caravana de groupies detrás de él durante el Tour de Francia de 1987, y que aun así lograba concentrarse en su profesión). Simon empieza como un tiro la corsa rosa, y domina casi a placer, ayudado un par de veces por su compañero Esteban Chaves y en las otras por sus portentosas piernas. Básicamente de iba de todos cuando y como quería, demostrando una superioridad pasmosa. El único que podía aguantar su paso, aunque muy lejos, era Tom Doumolin, el vigente vencedor, que parecía tener amarrado el segundo puesto del pódium.

¿Y Froome? Pues ahí estaba, perdiendo tiempo cada vez que la carretera se ponía seria. En todas las llegadas en alto le iban picando segundos aquí y allá, siempre en un segundo grupo lejos de los mejores. A esas alturas sería un milagro que pudiese vencer siquiera en una etapa del Giro. Pero de milagros sabe mucho el británico.

Primero se impuso, contra todo pronóstico, en la subida al Zoncolan. Bueno, era esperable, quizá, un día suelto, sin más incidencia en la general y con Yates vigilando muy cerca. Además después de esa jornada, decimocuarta etapa, volvía a sumirse en su tono gris, anodino. Todo en orden para Yates. Hasta lo del final.

Lo del final sucedió el 25 de mayo, 19º etapa, cuando restaban solo otras dos para concluir la carrera en Roma. Se empieza a subir el Finestre, un monstruo solo asfaltado hasta la mitad, que corona por encima de los 2000 metros, y Yates, el rocoso Yates, empieza a sufrir. El día anterior había mostrado ya alguna costura, pero eso no se lo esperaba nadie. En una pájara totalmente inédita en el ciclismo moderno el antiguo líder llegaría a meta, portando aun la maglia rosa, a más de 40 minutos del primero.

Y ese primero será…sí, Chris Froome. Que ataca en Finestre cuando quedan 80 kilómetros (y otros dos puertos) para el final del día. Abre hueco rápidamente, lo mantiene, lo administra, lo aumenta en un eterno falso llano, vuelve a mantenerlo en la durísima subida final. Tres minutos al segundo y el Giro en el bolsillo. Qué fácil, ¿verdad? Pues eso, una gesta para la historia, literalmente increíble. El día que Chris Froome cogió su moto y la puso a toda potencia por los Alpes.

En la capital italiana el británico logra su triplete de Grandes Vueltas. Domoulin es segundo, pero no sabe si será primera meses más tarde, cuando se resuelva el caso Froome. Ya ven, todo un dislate…

 

Otro pistard en Francia

Y llega el Tour. La mayor carrera, la que todos anhelan ganar. Tanto que, por ejemplo, Movistar acude allí con sus tres líderes (Quintana, Landa y Valverde) a jugarse el todo por el todo. Parecía una apuesta irreal…y acabó siendo aun peor. La etapa de un Quintana desconocido durante todo el año será lo mejor que saquen los telefónicos en Francia. Poco bagaje y cara de haber ponderado mal objetivos, fuerzas y rivales. También escasa, muy escasa, capacidad de autocrítica en ciclistas y directores. Por señalarlo todo, vaya…

«Y llega el Tour. La mayor carrera, la que todos anhelan ganar. Tanto que, por ejemplo, Movistar acude allí con sus tres líderes (Quintana, Landa y Valverde) a jugarse el todo por el todo. Parecía una apuesta irreal…y acabó siendo aun peor»

El Tour lo corre Froome sin la espada de Damocles sobre su cuello, porque la UCI decide anunciar, cinco días antes del comienzo de la ronda gala, que sí, que se cree las alegaciones del SKY, que todo en orden. Así que el británico puede optar al quinto.

Lo que pasa es que SKY, que son muy previsores, tenía ya otro líder en la recámara. Se llama Geraint Thomas y es un antiguo pistard que nunca ha hecho entre los diez primeros en una gran vuelta. No importa, porque su forma es estratosférica, y además cuenta con un equipazo (mención especial al supeditado Bernal, la última joya colombiana). De una forma u otra, como quieran ustedes verlo, Thomas coge el amarillo, gana con el maillot jaune la etapa de Alpe D´Huez (el primero en la historia en hacerlo…repito, el primero que nunca lo haya hecho) y se impone en el Tour. Sí, como lo oyen. Segundo vuelve a ser Dumoulin, que dobla Giro y Tour con los mejores registros desde Marco Pantani. Y tercero Froome para completar el pódium más británico. Todo son sonrisas en el SKY.

Al margen de eso…poca cosa. Sagan y su lucha. La debacle del Movistar. La interesante aparición de Roglic y las valientes apuestas de su compañero Kruijswijk. El futuro de Egan. La caída de Nibali, arrollado por un energúmeno en mitad de las bengalas más arriba de Bourg d´Oisans. Y eso. Que es la carrera más importante del mundo, sí, pero también, a veces (últimamente bastantes veces) un auténtico pestiño…

 

Final para los chicos jóvenes

A la Vuelta a España acude Simon Yates con ánimo de revancha. Allí no van a estar Tom Dumoulin o Chris Froome (la participación del segundo llegó a tomarse en cuenta durante el Tour, señalando que en caso de victoria francesa podía intentar el inédito triplete consecutivo) pero sí otros contendientes de calidad, como Miguel Ángel López, Nairo Quintana o todos los españoles. De entre estos se pueden destacar dos: Alejandro Valverde y Enric Mas. Que les separen quince años habla de la anómala (por longeva) carrera deportiva del murciano.

Pero vamos, que en España se desquitó Yates. Controló la carrera con suficiencia, imponiendo su ley cuando debía (Andorra, etapas asturianas) y dejando que sus rivales se fueran eliminando solos. Lo hizo muy pronto Quintana, para cerrar un año espantoso. Tardó algo más Valverde, que incluso pareció ser una alternativa real al británico en Oiz, pero terminó naufragando en el Principado. La edad no pasa en balde, y el declive, que más arriba anunciamos, había llegado para quedarse. O no.

Al final victoria de Simon Yates, que ha completado una temporada alucinante (estuvo a un pasito de hacer doblete Giro-Vuelta) y presenta su candidatura como vueltómano capaz de todo. Es agresivo, joven y tiene un punto megalómano de lo más agradable como espectador. También tiene cierto pasado, claro, con un positivo bastante turbio que se resolvió con un “circulen, circulen, no hay nada que ver”.

«En España se desquitó Yates. Controló la carrera con suficiencia, imponiendo su ley cuando debía (Andorra, etapas asturianas) y dejando que sus rivales se fueran eliminando solos»

En el pódium le acompañaron otros dos jóvenes. Uno, el colombiano Miguel Ángel López, es otro más de los ciclistas venidos de aquel país, cantera inagotable de talentos. Torpe sobre la bicicleta, sin capacidad para colocarse bien en el pelotón, López corre siempre a la contra, aunque este año ha encontrado una cierta regularidad que le ha permitido pisar el pódium en Giro y Vuelta. Si aprende a pulir sus defectos será un hombre a seguir en el futuro.

El otro, segundo al final, fue la gran sensación de la prueba. Enric Mas, jovencito, escalador, siempre al ataque. El hombre de casa una vez que Valverde claudicó. Habrá que ver cómo sobrelleva la presión de tener todos los ojos pendientes de él, pero parece que el futuro es suyo.

Y después…el Mundial. El más duro en años, seguramente, la mayor exigencia en esta prueba desde Duitama, en 1995, donde Olano e Induráin (o, bueno, donde Induráin, a secas, ya me entienden). Muchos favoritos, con los grimpeurs intentando aprovechar su única oportunidad para vestir el arcoíris en mucho tiempo. También algunos outsiders. Selecciones que daban miedo. Colombia, la Francia de Alaphilippe (y de Bardet, y de un Pinto que poco después ganaba brillantemente el Giro de Lombardía).

Y, al final, Valverde. El que no podía con los mejores en primavera, el que se quedaba sin gas en Rabassa en septiembre. El mismo que esprintó fatal en Salzburgo, doce temporadas atrás. El que ganó su primera medalla en Hamilton. Año 2003. Cuando Valverde se colgó su primera presea en esta prueba Makaay fue pichichi de la Liga, la Real Sociedad casi gana el campeonato y Ronaldinho acababa de debutar con el Barcelona…

Pues eso…que Valverde se colocó el arco iris. Su victoria número 122. La más importante, la más especial. Con 38 años. No es momento de hablar sobre su palmarés, tampoco sobre los puntos oscuros que adornan su trayectoria. El grito de alegría sincera, casi animal, que desencajó su boca en Innsbruck resultó realmente emocionante. La imagen de Peter Sagan, el crack eslovaco, el ciclista showman, poniendo a su sucesor el maillot que él mismo había vestido durante tres años, fue, sin duda, una de las imágenes más icónicas de esta temporada ciclista.

La de Froome y Thomas. La de Yates y Mas. La de Landa (no) y Quintana (tampoco). La de los “casi” de Dumoulin. Esa

No olviden celebrar, el 19 de abril de 2019, su particular Día de la Bicicleta, amigos. Y recuerden, siempre, el origen de la fecha…