Cuando la semana pasada nos llegó la noticia de que Sudán prohibía la ablación, no pude unirme al clima general de alegría. Por supuesto, me alegro de que el nuevo art. 141 de su Código Penal, la castigue con “tres años de cárcel y una multa o cierre de instalaciones”. Personalmente, me parece una pena muy laxa, sobre todo para un país que castiga con pena de muerte, precedida de latigazos, la apostasía del islam. En España, sin ir más lejos, este delito se castiga con entre 6 y 12 años de prisión (art. 149.2 CP).

Pese a todo, por aquello de ver el vaso medio lleno, podemos decir que se trata de una medida positiva, en espíritu. Con ella, el gobierno provisional del país da un paso en la buena dirección, después de que Omar Al Bashir, dictador particularmente despreocupado por los DDHH, fuese derrocado hace un año.

«Mi escepticismo se debe a que albergo muchas dudas sobre si la medida se hará efectiva. La aprobación de una ley no garantiza nada»

Mi escepticismo se debe a que albergo muchas dudas sobre si la medida se hará efectiva. La aprobación de una ley no garantiza nada, si no existe un aparato estatal capaz de asegurar su cumplimiento en la práctica. Desgraciadamente, pocos Estados africanos se distinguen por una administración eficiente, por no mencionar numerosas zonas rurales y selváticas, donde a menudo rige una estructura social tribal, por completo ajena a las instituciones del país. Con frecuencia, la prohibición de la MFG o los anuncios de medidas en su contra, por parte de países donde se practica, suelen ir detrás de una mejora de la imagen internacional, en vez de tener una vocación real de combatir esta práctica.

Un dato, el Parlamento de la Unión Africana prohibió la MGF en todo el continente el 8 de agosto de 2016. Ningún país se opuso formalmente a la medida. Es más, el Protocolo de Maputo, firmado en 2003 y ratificado por la mayoría de Estados africanos, ya había prohibido la MGF. No faltan países en la región que la hayan ilegalizado varias veces, sin que esta medida, per se, se traduzca en un descenso en las inciertas estadísticas sobre esta práctica –pensad que no siempre es fácil recoger datos, ni todo el mundo está dispuesto a darlos.

Es importante entender que cuando una conducta está muy arraigada en la sociedad, incluso un Estado con medios y agentes leales tendría problemas para erradicarla. Si miramos el mapa, de África, encontramos países donde la MGF se concentra en grupos tribales o étnicos muy delimitados que en el global de su población representan menos del 5%, casos de Camerún, Benin, Togo, Niger o Gana. En Nigeria y República Centroafricana, la cifra se eleva por encima del 20%. Casi la mitad de mujeres de Liberia y entorno al 75% de las gambianas han sufrido MGF, Sudán, Egipto o Mali rozan casi el 90% de mujeres víctimas de la MGF. La peor parte se la llevan Sierra Leona, con un 90% y sobre todo Guinea y Somalia, por encima del 95%. Con semejante contexto, se hace casi imposible abolir, en el corto plazo, una tradición cultural tan enraizada en diversas sociedades africanas. Ahora bien, eso no justifica la pasividad, sólo retóricamente combativa, con que se viene abordando el problema.

¿De dónde viene? Su origen es desconocido, si bien, a partir de los textos de algunos sarcófagos de la ciudad de Meroë, parece verosímil que se practicó, cerca del 800 a.C. en algunas regiones del Antiguo Egipto, hoy parte de Sudán. Posteriormente, se habría propagado a Oriente Medio y algunas zonas del sur de la Península Arábiga.

No es exacto vincular ablación con el islam, desde luego no con su origen, ni tampoco con su expansión. Sí es cierto que algunas escuelas jurídicas del islam suní han contribuido a preservar su tradición, si bien, en la actualidad todos los Estados islámicos la rechazan. Un país tan integrista como Arabia Saudí ni siquiera tiene esta tradición ni registra casos de MGF. Incluso el salafismo, tradicionalmente, no ha mostrado gran interés por la ablación. Al Qaeda no tenía una posición oficial en este asunto. Distinto ha sido el caso de ISIS-DAESH, cuyo líder, el autoproclamado califa Al Bagdadhi, exigió que la MGF se aplicara a toda mujer del Estado Islámico.

«No es exacto vincular ablación con el islam, desde luego no con su origen, ni tampoco con su expansión»

Por último, aunque poco conocidos, algunos pueblos indígenas de Latinoamérica también han practicado la MGF. No era costumbre de las grandes culturas precolombinas, como aztecas o incas, pero sí de pueblos selváticos. En la actualidad su práctica se ha casi erradicado, salvo entre los emberá de Colombia, que persisten considerablemente en su fidelidad a esta práctica.

La Organización Mundial de la Salud, tan popular en estos tiempos de Covid-19, agrupa en cuatro categorías las diferentes modalidades de MGF:

Tipo I o clitoridectomía: supone la eliminación total o parcial del clítoris. En algunos casos, poco frecuentes, se limita a la eliminación del prepucio clitoriano.

Tipo II o escisión: se distingue por amputar los labios vaginales. Agrupa tres variables: a) mutilación total o parcial de los labios menores, b) mutilación de labios menores y el clítoris y c) la mutilación de clítoris, labios menores y labios mayores. Se estima que más de la mitad de MGF africanas son de tipo II.

Tipo III infibulación: un procedimiento mucho más complejo, que suele combinarse, allí donde se practica con la clitoridectomía. Especialmente peligrosa, esta modalidad de MGF implica la amputación de los labios vaginales menores y/o mayores. La herida se cauteriza o se cose de tal modo que se propicia la aparición de un tejido que cubre la parte superior y media de la entrepierna femenina, con un único agujero al final, para evacuar regla y orina. Para favorecer la formación de este tejido cicatrizado suelen atarse a las niñas por las piernas, a la altura de tobillos y pantorrillas, durante seis semanas más o menos, después de mutilarlas.

Cuando la joven se case, se le volverá a abrir la entrada de la vagina, a menudo, en presencia de ambas familias, causándole un terrible dolor y poniendo su vida en peligro por segunda vez.

Por cierto, esta es la MGF propia de Sudán, entre otros países. Dejo a vuestro parecer si los tres años de cárcel son adecuados.

Tipo IV: se trata de una categoría cajón de sastre, donde la OMS agrupa cualquier modalidad de MGF llevada a cabo sin propósitos médicos distinta a las anteriores. Entre otras prácticas, aquí se incluye cualquier perforación, punción, cauterización, incisión o piercing practicado al clítoris o los labios.

Para ilustrar debidamente la magnitud del problema, no podemos concluir sin mencionar dos fenómenos: la diáspora y la medicalización.

La diáspora engloba dos escenarios: la práctica de MGF en países sin tradición, como consecuencia de las migraciones, así como la presencia en estos países de víctimas de MGF que pueden venir mutiladas del país de origen, o haber sido mutiladas allí durante una estada vacacional de regreso. En líneas generales, Europa ha encauzado bien este fenómeno y el lugar donde se haya practicado la MGF es irrelevante a efectos de su enjuiciamiento, si tenemos al autor o la víctima en nuestro suelo, o bien a personas que, sin ser propiamente los mutiladores, debían haber impedido que tal cosa sucediera, como son los padres de una menor.

Si la diáspora es algo conocida, el fenómeno de la medicalización u hospitalización de la MGF me atrevería a describirlo como invisible. Uno puede entender que las matriarcas tribales preserven una tradición que, según el lugar, se asimila a un rito para la recién nacida y en otras un rito de paso a la vida adulta. No por ello su conducta resulta menos peligrosa y lesiva, pero ellas mismas sufrieron la MGF y, en muchos casos, desconoces hasta qué punto es peligrosa. No faltan tradiciones que le atribuyen propiedades positivas, incluso hay quienes creían que aumentaba el placer sexual de la mujer.

«Os confieso que yo soy incapaz de ponerme en la cabeza de un médico que decide practicar una MGF, después de haberse formado, conocer todos los efectos contraproducentes que para la salud física y salud psíquica»

Sin embargo, os confieso que yo soy incapaz de ponerme en la cabeza de un médico que decide practicar una MGF, después de haberse formado, conocer todos los efectos contraproducentes que para la salud física – entre otros, dolor al orinar, mayores molestias con la regla, aumento exponencial del riesgo en el parto, además de, por supuesto, privación del orgasmo y hacer de las relaciones sexuales algo frecuentemente doloroso- y salud psíquica –la MGF suele provocar depresión clínica. Aunque parezca increíble, este fenómeno va en aumento. Lo de “cerrar establecimientos”, en el código penal sudanés no va por cabañas, ni trastiendas o domicilios sólo… También por consultas médicas.

En algunos países con tradición de MGF, casi al 30% de las víctimas se practica en hospitales, con anestesia y en quirófano. Por supuesto es ilegal además de una aberración deontológica para quien haya tomado el juramento hipocrático. ¿Por qué se hace? Como todo lo que envuelve a la MGF no resulta fácil tener datos o informaciones 100% fiables, pero a menudo es por dinero y otras veces, simplemente, por apego a la tradición y…, humildemente, en un hombre con amplios conocimientos fisiológicos, no creo que podamos descartar casos de pura crueldad misógina. Pero esto último es sólo una opinión.

Para mí está muy claro que cuando podemos aproximar a 200 millones de niñas y mujeres la cifra de víctimas de MGF, esta no puede tratarse como un problema local o regional. Como un genocidio o los crímenes de guerra, afecta al conjunto de la sociedad internacional, a todos los países del mundo y moralmente a todos los individuos, hombres y mujeres de la especie. Alegrarse de pequeños pasos, abdicando de impulsar un abordaje internacional del problema sirve de poco.

Un abrazo especial a todas las víctimas de MGF.