A veces me parece extraordinaria la fascinación que despiertan en los seres humanos algunos de los lugares más inhóspitos de la naturaleza. Resulta casi contradictorio. Casi disparatado. Lo natural sería experimentar cierta sensación de rechazo. Sin embargo hay algo poderoso en todos ellos. Algo que es al mismo tiempo magnético e intimidatorio. Se trata de lugares perdidos en el tiempo. Incluso cercanos a lo irreal. Y en sus condiciones extremas siempre reside la misma clase de belleza. Esa armonía sobrecogedora e ingobernable que nos empuja a querer descubrirlos y recorrerlos, y que nos inspira admiración a pesar de todas nuestras cautelas. De eso se trata.

Siberia es uno de esos lugares. Especialmente, su región oriental: el krai de Kamchatka, el ókrug de Chukotka, el óblast de Magadán y la república de Sajá. En esta última se producen las oscilaciones térmicas más severas de todo el planeta. Su mitad norte forma parte del círculo polar ártico y en ella las temperaturas fluctúan entre los -65 grados en invierno y los 35 grados en verano. Allí se encuentra Oimiakón, la ciudad más fría del planeta. En total, la república de Sajá tiene seis veces el tamaño de España y, sin embargo, sus habitantes no superan el millón. Kilómetros y kilómetros de nada en absoluto, salvo frío. Es una tierra que constituye una aventura en sí misma. Y que encierra un viaje terrible y asombroso.

«Sajá tiene seis veces el tamaño de España y, sin embargo, sus habitantes no superan el millón. Kilómetros y kilómetros de nada en absoluto, salvo frío. Es una tierra que constituye una aventura en sí misma. Y que encierra un viaje terrible y asombroso»

En la mitad norte de su territorio, el suelo permanece congelado en todo momento —lo que se conoce como permafrost—. Y aprisionados en él se conservan cientos de miles de esqueletos de mamuts. Desde siempre, los pescadores y cazadores de la zona han encontrado sus restos en las orillas de los ríos y las hendiduras de los montes. Y entre estos restos, sus valiosos colmillos. Existe un mercado legal para estas piezas regulado desde hace décadas: los buscadores de colmillos deben estar en posesión de la correspondiente licencia, sus hallazgos deben superar los controles pertinentes y estos deben ser inventariados con arreglo a la normativa vigente. Sin embargo, la lentitud inherente a semejantes trámites burocráticos —que perjudica a los buscadores que cumplen con la ley— ha provocado el crecimiento en paralelo de un mercado negro de colmillos de mamut. El abecé de la economía sumergida.

Hasta ahora, ese mercado negro no era un problema demasiado grande para Sajá, pero dos nuevas realidades han alterado la situación. La primera es que, desde el año pasado, en China es ilegal la importación y comercialización de colmillos de elefante. Las esculturas de marfil son el motor de un mercado muy lucrativo en el país asiático, así que los importadores chinos han puesto sus ojos en los colmillos de mamut, ya que su exportación es legal en Rusia. Pero además se da una nueva circunstancia que alimenta la llama del mercado negro de estos colmillos: hasta ahora, el hielo que cubría el permafrost se descongelaba en verano para volver a formarse en invierno. Tan sólo había una pequeña ventana para la búsqueda de esqueletos de mamut. Sin embargo, debido a las alteraciones climáticas de los últimos años, ahora el hielo no se vuelve a formar del todo en invierno, lo que permite acceder al permafrost de forma mucho más sencilla y durante casi todo el año.

«Sajá es el escenario de una verdadera «fiebre del colmillo de mamut», similar a la migración masiva de aventureros que se produjo en el oeste de Estados Unidos durante el siglo XIX y que se denominó «fiebre del oro»

Y la consecuencia no se ha hecho esperar. En la actualidad, Sajá es el escenario de una verdadera «fiebre del colmillo de mamut», similar a la migración masiva de aventureros que se produjo en el oeste de Estados Unidos durante el siglo XIX y que se denominó «fiebre del oro». Cada kilo de colmillo alcanza en el mercado negro un valor aproximado de 1.000 euros, por lo que el hallazgo de una pieza de buen tamaño podría suponer un ingreso de entre 60.000 y 90.000 euros para el buscador. Si tenemos en cuenta que cada año se exportan a China docenas de toneladas de colmillos de mamut, podemos hacernos una idea de la cantidad de dinero que mueve este negocio y lo suculento que resulta. Un par de buenos hallazgos pueden solucionarle la vida a cualquier buscador. Y a toda su familia.

Como era previsible, cientos de personas —muchos de ellos en situación de precariedad— han renunciado a cualquier posible modo de vida convencional y se han lanzado a buscar colmillos de mamut en el norte de Sajá. Ya sea excavando túneles en el permafrost, con el consiguiente riesgo para sus vidas, ya sea derritiéndolo con chorros de agua hirviendo o combustible ardiendo, con el consecuente daño medioambiental que ello supone. La “fiebre del colmillo” se rige, en definitiva, por la ley de la selva. Las autoridades carecen de medios suficientes para controlar a todos los buscadores de colmillos, para comprobar si tienen licencia, para averiguar si las búsquedas se han realizado de acuerdo con la legislación aplicable. El tesoro se lo lleva quien antes lo encuentre mientras los tratantes chinos aguardan en los puntos de entrega para sacarlo del país de forma clandestina. A buen hambre no hay pan duro, dice el refrán.

Sin embargo, y a pesar de las adversidades que están atravesando quienes se dedican al mercado de colmillos de mamut de forma legal, la “fiebre del colmillo” ha desencadenado una curiosa consecuencia colateral. Para los importadores chinos, hoy en día el colmillo de mamut no sólo ha sustituido al colmillo de elefante, sino que se ha convertido en una opción más apetecible. Es más fácil de encontrar, es más económico, hay más oferta y su comercialización no se encuentra con los mismos obstáculos éticos. Como resultado, la demanda de colmillos de elefante en China ha descendido de forma ostensible.

«Paradójicamente, la “fiebre del colmillo de mamut” y todo lo que implica está provocando que mueran menos elefantes para obtener su marfil. Los restos de animales muertos hace millones de años están salvando a los elefantes vivos de hoy»

Por lo que, paradójicamente, la “fiebre del colmillo de mamut” y todo lo que implica está provocando que mueran menos elefantes para obtener su marfil. Los restos de animales muertos hace millones de años están salvando a los elefantes vivos de hoy. Y brindando esperanza a las gentes de una de las zonas más inhóspitas y más bellas del planeta. Tal vez esta sea la ocasión perfecta para acercarse a conocerla. Como siempre, con todas nuestras cautelas.