Estábamos volviendo de comer pizza. Yo la había llamado al salir del trabajo para que almorzásemos juntos. La cosa es que, tras comer y decidir pasar la tarde juntos comenzamos a hablar de nuestras pasiones, y de ahí a su origen. Ella tuvo por entonces el acierto de preguntarme si me había gustado leer desde pequeño. Y no, yo sé que no, y fue lo que respondí: “No”, un no rotundo.

“Desde que leí La perla, de Steinbeck”, dije. Pese a que el proceso no fuese tan drástico, pese a que antes viniese un placer en las lecturas escogidas, disfrute, saber situar la narración en el contexto, buscar información para adentrarse más; todo porque fue una recomendación de mi padre.

Con esa premisa: la recomendación de una persona que, no sólo por la admiración intelectual y basta cultura, sino por el cariño que se ejerce cuando recomiendas a alguien algo, pensando en sus gustos e intereses, me volqué en la novela del nobel. En ella descubrí la verdadera pasión por la literatura. Me reveló una vocación.

El repensar en aquel momento, aquel descubrimiento que, para mí, fue necesario para convertirme, fuera aparte de editor o poeta, en lector, me llevó a valorar las lecturas de los años escolares y de instituto como una apuesta. Con la que, a veces, se conseguirá un resultado atractivo, ni siquiera considerable como éxito, pero en ningún caso como una seguridad sobre la que sentar las bases de un fomento de la lectura. Que es sobre lo que deberían basarse las lecturas a esas edades: en la formación como lector, en cuidar un placer; porque, aunque parezca extraño, los placeres hay que cuidarlos y educarlos.

Mi devenir viene antecedido por algo azaroso. Un instante en el que mi padre decidió animarme a leer a Steinbeck. Y es por eso mismo por lo que no descreo del todo en que una parte de destino se nos cuele en las rutinas.

La vocación prescinde, en muchos casos, de la necesidad de ser explotada por un agente exterior. Pero si desposeemos, por ignorar su importancia o poder, al papel que puede ejercer nuestro entorno en nuestra tendencia a seguir un camino o conseguir una meta, es que estamos muy lejos de entender lo que es la educación.

No es que todas las tendencias vengan impulsadas por poseer unas condiciones adecuadas, no, las hay que se salen de la norma o que, simplemente, con un pequeño gesto desembocan en una dedicación plena: algo tan simple como una recomendación. Por tanto, no desmerezcamos el valor de ambas cosas: un entorno rico en estímulos y el azar.

Todo consabido. Sin embargo, sigue siendo menester repetir que esta no es la forma de conseguir que la gente lea.

Nosotros, aquella tarde, acabamos yendo a una librería, comprando dos libros y leyendo mientras escuchábamos algo de música.

La idea, después de todo, linda más con el placer que con la vocación, aunque a veces, van de la mano.