Cuando yo era pequeño andaban por casa algunos números de la revista “Famosos monsters del cine”. Eran ejemplares viejos, impresos en un papel de calidad ínfima, blanco y negro, la mayoría habían perdido la portada. Compradas por mi hermano, vaya usted a saber la razón. A mí me encantaban, claro. Planteaban historias bizarras, descripciones de películas que a mis ojos infantiles parecían fascinantes, relatos tan directos y evidente que no entiendo cómo podía leerlos y releerlos cada poco tiempo. Aun no lo sabía, pero estaba dando mis primeros pasos en el mundo del “pulp”, nunca mejor dicho.

Ah, y a veces salían dibujos de mujeres exuberantes, valientes y decididas. Viniendo de la Sue Storm dibujada por Jack Kirby (qué quieren, mi hogar no era lo que se dice paraíso para el fan) aquello representaba una motivación enorme para un chaval…

«En uno de esos magazines leí por primera vez a Lovecraft. O vi, más bien, ya que lo que allí se presentaba era la “novelización” de una película basada en su obra»

En uno de esos magazines leí por primera vez a Lovecraft. O vi, más bien, ya que lo que allí se presentaba era la “novelización” de una película basada en su obra. “El Monstruo del Terror”, se titulaba, y estaba protagonizada por Boris Karloff, e inspirada (muy libremente) en “El Color que Cayó del Cielo”.

(Que en la introducción a ese resumen se hablase de Lovecraft como alguien que bebía de la tradición iniciada por Edgar Allan Poe fue otro golpe de suerte para un chavalín ignorante como yo. Dos al precio de uno. Superen eso).

Recuerdo que releí muchas veces esa historia. Muchas. Demasiadas, como solo releen los adolescentes prematuros que son únicamente codos y rodillas y no tienen nada mejor que hacer. Años ochenta, principios de los noventa, se pueden imaginar. La cosa es que a medida que maduraba (a medida que me iba sabiendo de memoria esas palabras) yo iba sacándole distintas capas a la narración. Y al final (igual transcurrieron años, igual es solo que me hago el interesante) llegué a una conclusión clara. Diáfana. En esta película (en este cuento, en esta obra) los auténticos monstruos no son los que vienen del cielo, sino los seres humanos. Sus comportamientos. Que vaya panda de cabrones, amigos.

(Luego vi la película. Me decepcionó, claro. En mi memoria falsificada aquello era mucho más espectacular).

«Estos días he estado leyendo “Territorio Lovecraft”, de Matt Ruff, y he tenido una especie de deja vu. Porque allí, en sus páginas llenas de monstruos, hay una maldad suprema. Primigenia, inigualable. Que no es otra que la de los seres humanos. Y esa tiene un nombre. Racismo»

Estos días he estado leyendo la (magnífica) novela “Territorio Lovecraft”, de Matt Ruff, y he tenido una especie de deja vu. Porque allí, en sus páginas llenas de monstruos, y de Nyarlathotep, y de perros de los tíndalos, y de Miskatonik, Arkham y todas esas cosas, hay una maldad suprema. Primigenia, inigualable. Que no es otra que la de los seres humanos. Y esa tiene un nombre. Racismo.

La obra de Ruff es muchas cosas. Es un libro de género fantástico, con toques cercanos al terror. Es una road movie alocada, alucinógena. Es el Umberco Eco de “El Péndulo de Foucault” fumando un montón de maría y comiendo pollo frito en cubos gigantes sobre las rodillas (si es que Umberto Eco no llamaba a eso “un sábado por la tarde”). Y es, también, una obra profunda, llena de relecturas, de capas. Muy divertida. Muy alocada. Muy trágica.

Porque allí los entes malignos se visten con sábanas blancas en las noches negras, encienden cruces ardientes y cuelgan a quienes tienen la piel más oscura que la suya. Son el sheriff, el alcalde, el camarero que escupe en la comida, el tipo de ese hotel donde no te van a dejar alojarte. Los peores monstruos, claro, somos nosotros. O los que se parecen a nosotros, aunque, espero, no lleguemos nunca a ser como ellos.

Evidentemente tomar como eje central de todo este rollo a Lovecraft no es casual. Porque sí, el tipo hizo un montón de aportaciones a la moderna literatura de género (lo del terror cosmológico, lo de los tiempos inasibles) pero fue un hijoputa de mucho cuidado. Uno de esos que mira con desprecio a vagabundos, negros, asiáticos, latinos, mujeres, bajitos, gordos, zurdos, calvos, pelirrojos y cuantos seres se le desenfoquen de su icono de anglosajonismo blanquito y tradicionalista. Seguro que saben a qué estilo me refiero. Algunos de estos individuos hasta llegan a altos cargos en la administración estadounidense. Pero vamos, que no es el tema a tratar. Lo que les decía es que coger a Lovecraft es contrapunto irónico. Y funciona, vaya si funciona.

«Evidentemente tomar como eje central de todo este rollo a Lovecraft no es casual. Porque sí, el tipo hizo un montón de aportaciones a la moderna literatura de género pero fue un hijoputa de mucho cuidado»

Mezclen esto con referencias a grandes clásicos del terror, una chica que habla con los muertos (porque sí, porque esas cosas pasan), sectas bastante chungas, mucha mala leche y frikis inasequibles al desaliento y tendrán algo parecido a “Territorio Lovecraft”. Solo que el original, la novela, es mucho mejor.

Se lo prometo.

  • Título: «Territorio Lovecraft»
  • Autor: Matt Ruff
  • Nº de páginas: 448
  • Editorial: DESTINO
  • Idioma: CASTELLANO
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788423355082