Estoy de muy buen ver y causo estragos allá donde voy. A menudo la gente hace cola en el rellano de mi casa o pretende ser un mensajero con un paquete urgente para disfrutar unos segundos de mi cuerpo. Yo les dejo hacer, siempre he considerado que soy un regalo para la sociedad, sería indecoroso no permitir que el género humano me disfrutase. Nunca he cobrado, eso también tengo que decirlo, aunque me lo planteo porque la crisis cada vez me afecta más. Cuando era joven gané varios concursos de belleza en un centro comercial abandonado de la periferia de la ciudad y mi abuela aún guarda las esculturas que conseguí en la estantería del salón junto con las figuritas de flamenca que compra en el chino del barrio. No es de extrañar, por lo tanto, que durante mis dos semanas en la UVI los enfermeros me manosearan con lascivia cada vez que me cambiaban el gotero ante la mirada cómplice de mi padre. A esto se unía que los médicos que me atendían, todos ellos octogenarios, me recomendasen paracetamol y una tila como la mejor medicina tras un infarto y que mi madre no dejara de llorar por los rincones como una plañidera de la España profunda. A pesar de este desolador panorama, me sentía orgulloso de mí mismo porque lo había llevado con filosofía y porque seguía vivo.
Además, me dedico a la dramaturgia y siempre estoy buscando historias que me inspiren para mis composiciones teatrales. Mis quince días en la clínica se materializarían en una obra. La protagonista sería mi madre, envuelta en una especie de hábito de monja en medio de la habitación. Siempre ha sido una mujer muy religiosa, hija de Guardia Civil y de ex Legionaria de Cristo. Me la imagino como un demiurgo o un pantocrátor, levitando y echando alpiste a los enfermeros, quienes revolotearían alrededor de ella como famélicas palomas. Mi padre sería uno de los médicos octogenarios y yo estaría conectado a él por un gotero lleno de vodka y ron, un cordón umbilical paterno con reminiscencias de Sue Ellen. Me veo ganando el Max con esta obra, rodeado de reporteros en la alfombra roja y firmando autógrafos como Bo Derek en sus mejores tiempos.
Las referencias a Sue y Bo delatan que tengo una edad, aunque ahora mismo no quiero entrar en detalles porque me caliento y tras un percance como el que he vivido no es lo más recomendable. Estoy convencido de que tú pensarás lo mismo.
Acabo de llegar a casa. Tengo la sensación de que no entro en el salón desde hace siglos. El polvo que se acumula debajo del sofá me indica que no se trata de una simple impresión. Parece el Lejano Oeste. La nevera está casi vacía, solamente queda un paquete de pavo sin abrir y algunos tranchetes. En el armario, una lata de atún: 14 de abril de 2000. Han pasado 17 años desde que caducó, pero he leído que esas fechas son orientativas, puro marketing de las grandes multinacionales para fomentar el consumismo. Comer el pavo con los tranchetes me sabrá a poco. Echaré el atún para enriquecerlo; tendrá más vitaminas y nutrientes al llevar tanto tiempo en el armario, algo así como el vino, que mejora con los años.
Aún me quedan seis meses de baja. Es lo que ha dicho el cardiólogo. Es íntimo de mi padre y creo que se ha excedido un poco. Yo hablé con mi padre y le sugerí que invitase a comer al médico y le diese una botella de Chivas y 400 euros para que fuese generoso a la hora de elaborar el informe.
Pensaba en un mes de baja, dos como mucho, pero no seis. Seguro que mi padre le habrá regalado una caja entera de güisqui y le habrá dado tres mil euros. Es así de espléndido. He tenido un amago de infarto, no el ébola, pero bueno, yo estoy encantado. Me vendrá bien descansar. Solo espero que mis padres no decidan mudarse a mi casa para cuidarme o entonces sí que me dará un infarto de verdad. Siempre tengo la opción de echar estricnina en la sopa. O cicuta, estilo Sócrates. Dicen que sabe a manzanilla, exactamente igual. Mi madre es de infusiones y yerbas, pero mi padre es de coñac. Tengo entendido que en la autopsia se detectan casi todos los venenos, léase cicuta, arsénico, cianuro, estricnina, matarratas, Fairy. Otra opción es machacar con el mortero pedacitos de cristal y echarlos en la manzanilla de mi madre o el coñac de mi padre. Al parecer, poco a poco va creando laceraciones en el intestino hasta que se genera un agujero que causa la muerte. En la autopsia, los forenses certifican que el paciente tenía una úlcera sangrante, pero no detectan los cristalitos. De todos modos, no me convence. Hablamos de mucho tiempo, quizá más de seis meses, y acabaría harto de machacar cristales todos los días con el mortero y con unas agujetas de campeonato en el antebrazo, si bien ahorraría en gimnasio. Sería como en los centros de algunas sectas, en los que siempre sirven sopa para echar bromuro a los fieles.
¡Qué mal hijo soy! Acaba de darme un escalofrío. Obviaré el tema hasta saber qué me toca en el testamento porque no quiero sorpresas de última hora ni volverme loco con sesiones de ouija o psicofonías en el cementerio si les mato y después no me aclaro con la herencia o el número de la tarjeta de crédito.
He dicho antes que me dedico a la dramaturgia. Pero tengo que comer, de manera que trabajo poniendo cafés en el Ministerio de Defensa y como asesor de prensa de la Concejala de Servicios Sociales. Sí, esa misma, la corrupta. ¿Sabes cuál es la pregunta que hacen siempre a mis actores cuando les presentan a alguien?: Hola, ¿qué tal estás?, me llamo Manolo. Encantado, Manolo, ¿a qué te dedicas? Soy actor. Estupendo, Manolo, ¿y en qué trabajas?
Tras comer el atún con los tranchetes y el pavo, abro la ventana de la cocina. Se escucha una radio latina con grandes éxitos de los noventa y al niño del segundo ensayando con su flauta travesera para la clase de música. Toca Frère Jacques.
Me he quedado con hambre. Quince días comiendo merluza y brócoli dejan mal cuerpo a cualquiera.
¿Te he comentado antes que tuve un episodio cercano a la muerte?
Te lo comento ahora. Lo tuve.
Menudo montón de mierda el que nos meten en Cuarto milenio y el que lleva años inculcándonos Rappel. ¡Ni túnel lleno de seres queridos ni luz cegadora con Dios al fondo ni tu abuela con torrijas esperándote!
Yo me visualicé en la cola de Mercadona un viernes por la tarde, el súper lleno, la cajera cabreada y el datáfono estropeado.
Se respiraba mucha tensión.
La cajera era un querubín, la segurata celestial para que nos entendamos, y los de la cola éramos los muertos que pedíamos la vez, pero había problemas porque unos querían pagar con VISA y otros en efectivo, un show.
¿Cómo te quedas?
En la ventana de enfrente me parece ver una sombra. Es mi querido vecino. Lleva puesta la capucha de una sudadera fucsia y unas gafas de bucear. Corta cebolla de manera frenética encima de la taza del wáter. Al lado tiene unas tarteras también fucsias a las que echa la cebolla, un poco de Sanex dermoprotector y mostaza. Va y viene de la cocina al cuarto de baño con nuevos ingredientes.
Se llama Gervasio y acaba de salir del psiquiátrico. Ha vivido en centros de salud mental la mayor parte de su vida aquejado de un extraño trastorno maniaco-depresivo por el que adquiere la personalidad de terceros.
En su juventud, Gervasio se había obsesionado por el mundo del toro y decía ser Antonio Bienvenida. Horas y horas aprendiéndose de memoria las faenas del maestro, rescatadas en viejas cintas VHS del videoclub del barrio, llevaron a Gervasio a hablar como él y obligar a sus padres a comprarle varios trajes de luces. Carísimos, por cierto. A su madre, harta de que su hijo le persiguiese por el pasillo con el cuchillo de cocina emulando a Bienvenida a la hora de entrar a matar en Las Ventas, no le quedó más remedio que encerrarle en el manicomio. Advirtió a las autoridades que evitasen el rojo en paredes y vestuario.
El proceso era siempre el mismo: una temporada recluido, vuelta a casa y supuesta normalización. Pero, al poco tiempo, adquiría una nueva personalidad. El barrio guarda en su imaginario colectivo la temporada en la que aseguró ser Lola Flores. Despertaba a medio vecindario taconeando y cantando Ay pena, penita, pena a las tres de la madrugada y viendo sin parar el enlace de Lolita en televisión. Lo peor para su madre era ir al Mercadona con Gervasio vestido con traje de flamenca y tacones rojo pasión y tener que soportar las habladurías.
Con el paso de los años, su asimilación de personalidades se había complicado y, camaleónicamente, adquiría varias a la vez, como en la actualidad. Demasiadas horas de Masterchef unidas a programas telebasura explicarían su obsesión por el mundo de la cocina y por la ropa de extrarradio.
- ¡No puedo más, señor doctor! He tenido que poner cinco candados en la nevera, estilo Fort Knox, para que no la abra. Mi marido está al borde de la anorexia porque no hay comida. Filete que entra en casa, filete que desaparece para ser descuartizado por Gervasio en su cuarto imitando a Fernando Tejero.
- Señora, tranquilícese. ¿Quiere un valium? No veo dónde está el problema. Deje que Gervasio se lleve el filete a su habitación. Fluya. Al cabo de un rato, entre con una sartén y sugiérale que lo ponga encima porque usted lo freirá. El nexo de confianza con su hijo se fortalecerá. En cuanto a su marido, le vendrá bien perder algunos kilos que usted misma me comentó hace años que había instalado un sistema hidráulico de mascarillas de oxígeno sobre la cama para tener que soportar su peso cada vez que se tumbaba encima.
- ¡No me hable de las mascarillas que fallan las pilas desde el mismo día que las puse! Me tienen harta.
- Ya le dije que abandonase a su marido, que yo peso 60 kilos menos…
- ¡Qué descarado que es usted, señor doctor! Bueno, pensaré en su oferta. Por cierto, me he quedado mucho más tranquila con lo del filete. Lo de la ropa periférica puedo entenderlo. Demasiado ¡Sálvame! Yo también voy a misa los domingos en chándal y con tacones. Pero, ¿cómo explica que lleve gafas de bucear?
- Señora, la ciencia sigue teniendo parcelas que escapan a la comprensión humana. Déjese llevar.
Afortunadamente no se me había roto una pierna ni un brazo, solamente el corazón. La única recomendación de los médicos para estos seis meses de asueto había sido que descansara y no hiciese ejercicio brusco. ¿Sexo? No se lo había preguntado. En mis tiempos mozos arrastraba muy mala fama y el día que no me acostaba con alguien me sentía realmente devastado, con una especie de larva en el estómago que me reconcomía por dentro. Pero tras años de terapia cambié de mentalidad y me relajé, pasando de aparearme con uno al día a una media de cinco a la semana. Para mí, y para mi psicóloga, esa reducción era vital y prueba de mis grandes progresos.
Nunca he entendido las envidias de ciertos sectores de la población con respecto a mi vida sexual. Espero que tú no seas un meapilas que se rasga las vestiduras ante la libertad de actuación, que no seas de esos que disfrutan con la última encíclica del Papa mientras ven en televisión a Isabel San Sebastián pero que después piden a un desconocido en un cuarto oscuro que les mee encima y les llame guarra al oído.
A mí me gusta el vicio, lo necesito, igual que a ti, haríamos una buena pareja. Nada de boda, olvídalo, yo soy más de poliamor. Y elimina de tu vocabulario la palabra “discreción”, tan de moda en boca de armarizados y casados. Yo no tengo que ser discreto ante nadie; si no te gusta, ahí está la puerta.
Para mí, el sexo es un modo de comunicación y siempre me ha gustado mucho hablar. Además, he escrito memorables obras de teatro tras noches de lujuria y desenfreno. Hay que estar un poco loco para crear. Y para vivir.
Dedicaría estos seis meses a pensar en nuevas obras de teatro y reescribir algunas antiguas. Lo haría sin tener que acudir a fiestas ni codearme con el mundillo de la farándula, tan ajeno a mí que me sentía como pez fuera del agua.
Seis meses de baja. ¿Por qué no?
Me gusta este título para la obra de teatro que quiero escribir. Meteré a Gervasio como personaje secundario, quizá de celador en el hospital, que extorsione a mi madre y que drogue a los enfermeros.
Una vez conocí a un promotor que pensaba que el teatro moderno consistía en desnudarse. O te desnudas o no eres nadie. Puede que siga su ejemplo para ganar algo de dinero y que introduzca una escena subida de tono entre los enfermeros y el paciente. Me imagino algo parecido a la secuencia de Drácula dirigida por Coppola en la que Keanu Reeves se despierta en una cama en Transilvania y van materializándose las vampiras por debajo de las sábanas. En vez de chupasangres, enfermeros de 1,90 con mucho pelo en el pecho. En vez de colmillos, jeringuillas. El caso es absorber, el cómo me da un poco igual.
De todos modos, no veo a Gervasio extorsionando a mi madre si ella es la protagonista de la obra y ocupa la habitación del hospital como un pantocrátor mayestático rodeado por una mandorla con goteros. Otra opción es que Gervasio adquiera la personalidad de mi madre, con tintes eclesiásticos, y se ponga a cantar Un pueblo es antes de la llegada de los médicos. Lo del coñac y los tres mil euros, ¿de dónde lo he sacado?
Me estoy liando. Y me duele mucho la tripa. ¡Qué ganas más horrorosas de devolver! Debería llamar a Gervasio para que me hiciera una sopa de pescado ahora que está metido en faena. ¿He mencionado la palabra pescado? El dolor de tripa ha aumentado. Y las ganas de vomitar. ¿Pescado? ¡A que va a ser la lata de atún!