Para vivir, o más bien sentir el renacer de la primavera, la luz del verano, el cálido ocre del otoño, el olor a leña del invierno y… la quinta estación he viajado hasta la Venecia del XVIII a través de Las cinco estaciones de Vivaldi de la escritora Emi Zanón.
Dice su autora que estamos ante una novela romántica–histórica y, aún estando de acuerdo no puedo por más que recomendarla desde un punto de vista muy alejado de géneros literarios.
Las cinco estaciones de Vivaldi es una gran obra, tanto como la magnificencia desprendida por los clásicos palacios italianos que nos va descubriendo; con una prosa tan esmerada como el carnavalesco traje veneciano de magnético misterio y como no, de letras enriquecidas por ambiguos contrastes entre aristócratas y niñas huérfanas.
La historia está ambientada en la Venecia de 1712 donde una niña casi moribunda es abandonada en el Ospedale della Pietà. En el orfanato conoceremos a las monjas encargadas de su custodia y a un joven violinista y compositor llamado Antonio Vivaldi. Entre las religiosas, a quienes he sentido como una extrapolación de la sociedad en general, anidan todo tipo de caracteres. Unas aportan la inocencia y la sensibilidad de los cuidados, otras la ciega disciplina y alguna, con el papel de discreta consejera nos conducirá al mundo de lo desconocido. En cuanto a esta última, me gustaría señalar parte del párrafo donde se enumeran las reglas a seguir para conseguir una vida plena y que por supuesto anoto a fuego como una gran enseñanza.
“…hazlo lo mejor que puedas, cualesquiera que sea el momento o las circunstancias…” “… no te tomes nada personalmente. Cada vez que alguien te hiera o actúe de mala fe contra ti piensa que ese es un problema que tiene esa persona porque no sabe hacerlo mejor o porque no ha recibido amor de lo contrario no actuaria así…”
Las figuras del músico, Julieta y las monjas, sin ser protagonistas marcan huella sobrevolando por encima de una joven aristócrata llamada Anna Isabella Guezzi, adelantada a su tiempo, decidida, de gran coraje y sobre todo, apasionada por vivir su propia vida.
Con Ana entraremos en una época de nobles cargados de excesos y defectos por la rigidez en la apariencia, sucumbiendo entre episodios trágico-cómicos durante fiestas primaverales de puestas de largo e inicios amorosos. En contraposición al lujo y la armonía aparecen los castratos deleitando invitados que los admiran y adulan, pero en el fondo reconocen como jóvenes castrados para conservar su meliflua y melodiosa voz infantil.
Entre unos y otros la Venecia del XVIII exhibe pomposidad y sublimación de los sentidos al servicio de la historia de Ana buscando su propia identidad, a través de un febril amor juvenil, de temerarias decisiones y tan real como siempre lo fueron en cualquier momento de la Historia.
Enhorabuena Emi Zanón por regalarnos paginas tan hipnoticas, sensibles y a la vez tan reales.