1974. Granada vio nacer a Rafael Ruiz Pleguezuelos con un libro bajo el brazo. El dramaturgo, escritor y profesor quiso dedicar a las letras todo aliento y suspiro. Ahora, cuatro años después de publicar su primera novela “La botella de Bukowski”, Pleguezuelos retoma la pluma para construir a Miguel Ángel, un pintor granadino que descubre, desde su remanso de paz en Gor, un error en una subasta millonaria por el que le atribuyen la autoría de unos cuadros que él no recuerda haber pintado. “La piel del lagarto”, premio Tiflos de novela 2020, empapa al lector de pintura contemporánea, introspección sentimental, y experiencias constructivas.
¿Cómo nació “La piel del lagarto”?
Mi idea era dedicar tres novelas a mis tres pasiones: la literatura, a la que le dediqué “La botella de Bukowski”, la pintura, a la que le dedico “La piel del lagarto”, y ya adelanto que mi tercera novela estará dedicada al mundo de la música. La idea era hacer obras totalmente independientes, pero con ese hilo conductor que es mi amor por esas disciplinas.
Además de ese amor, ¿qué más une a estas novelas? Quizás la crítica al mundo artístico…
Totalmente. Es una crítica a esa insatisfacción que tiene el artista. Si en “La botella de Bukowski” el protagonista no sabe hacer otra cosa que no sea escribir, pero es tremendamente improductivo, aquí, Miguel Ángel es una persona tan productiva, tan obsesionada con el arte, que no es capaz de controlar su legado. En realidad, a pesar de defender su no-autoría de los polichinelas, él no las tiene todas consigo porque hay obras que no fotografió, que vendió en los mercadillos… Miguel Ángel es un artista inundado por el arte.
¿Cuánto tardó en ver la luz la novela?
Dos años completos. A ese tiempo hay que añadirle el tiempo de documentación. Cuando terminé de escribirlo, en mi casa había más libros de pintura que de literatura, que parece increíble, pero es que tuve que dejar mi piel de aficionado a la pintura para meterme en la de un pintor. Fueron muchos meses leyendo sobre pintura contemporánea, figurativa y conceptual.
¿Fue tediosa esa fase de documentación?
Fue tediosa la parte del conceptual. Creo que se nota en la novela… Cuando tuve que leer sobre pintura figurativa, realista, e hiperrealista, al fin y al cabo, estaba aprendiendo y disfrutando, pero también me tocó leer sobre artistas que no me gustaban tanto para poder construir un relato no solo de blancos, negros, y grises. Me parecía injusto hablar con minuciosidad únicamente de la rama de la pintura que a mí me gusta.
Recojo una frase que dijo nuestro Miguel Ángel sobre los artistas antes de clasificarlos: “Cada artista se parece a su obra”. ¿Qué tipo de artista, de los que menciona, serías tú?
Me gusta pensar que soy un artista puro. Con “puro” me refiero a un artista cuya máxima aspiración es la excelencia. Lo único en lo que piensan los artistas puros, durante el proceso de creación, es en que la obra termine siendo buena. Es importante llegar a lectores, conseguir premios… pero la belleza tiene que estar en la obra. Da igual lo que trabajes, lo que sudes, lo que sufras, la repercusión…
¿Cómo construiste los personajes? ¿Hay un poco de Rafael en ellos?
Para Miguel Ángel cogí mi disciplina. La manera de trabajar y perseverar, su obsesión por el orden… Y Tracey es un tipo de mujer que me gustó durante mucho tiempo. Ese caos alegre que es Tracey resulta muy atractivo para las personas ordenadas.
«La personalidad de Tracey es una mezcla de características de parejas anteriores. No es alguien en concreto, es una amalgama de mucha gente«
Entonces, ¿Tracey está inspirada en alguien en concreto?
La personalidad de Tracey es una mezcla de características de parejas anteriores. No es alguien en concreto, es una amalgama de mucha gente. Me resulta curioso que me lleguen comentarios sobre la oscuridad del personaje. Cuando construí a Tracey no la pensé como “la mala”. Miguel Ángel es muy injusto con ella, y además leemos la historia desde su voz, no desde la de Tracey. Miguel Ángel está lleno de defectos, se porta fatal con ella, no respeta que quiera hacer el arte que le gusta. Me gusta pensar que no es ni buena ni mala. He intentado hacer los personajes de manera en que ninguno sea un monolito.
Hablando de los personajes de nuevo… ¿De dónde surge Birkett? ¿Existió un señor Birkett en la vida del estudiante Rafael?
Birkett está inspirado en un profesor que tuve en Irlanda. Saqué de él sus rasgos racistas, la opinión que tenía sobre los españoles, la relación que tiene con el protagonista… Él veía un potencial brutal en mí, pero no teníamos nada que ver, no coincidíamos en nada. Como dice Miguel Ángel: “No sé cómo se le da las gracias a alguien que te desprecia”.
Retomo los personajes. Si tuvieras la posibilidad, ¿qué personaje te gustaría “sacar” de la novela, convertirlo en una persona real para que formara parte de tu vida?
Qué difícil… No sé si sería una locura decir que Tracey. Porque Miguel Ángel… Miguel Ángel es demasiado para mí. Creo que se puede aprender mucho de las personas aparentemente caóticas. Se debe tener cuidado con ella, pero no me importaría conocerla. No hay que olvidar que, a pesar de ser un desastre, se ha hecho un hueco en el mundo del arte. Tiene mucho que aportar.
¿Cuál es la parte más difícil de escribir de una novela?
Sin duda, el centro de la novela. Tienes un arranque, y sabes cómo quieres que acabe, lo único que no sabes es cómo llegar de un punto a otro. Es tan difícil porque conforme se construye van surgiendo problemas, soluciones, consecuencias de ellas… Al principio de “La piel del lagarto” no existían los capítulos de regresiones en los que se explica el pasado de Miguel Ángel en Londres y sus inicios en el arte en Granada. Pero tuve que introducir esa mezcla de pasado y presente para redondear la historia y al propio Miguel Ángel. En principio la novela estaba solo en presente.
El paisaje de Granada está muy presente en la novela como elemento inspirador para Miguel Ángel, ¿a ti qué te inspiró de Granada?
Uno de los recuerdos más nítidos que tengo de mi niñez en el colegio de curas es de cuando nos llevaban de excursión al monasterio de la Cartuja. Me quedaba boquiabierto mirando los cuadros de Sánchez Cotán. La gente está acostumbrada a ver bodegones de frutas vistosas, estéticamente agradables, y él hacía bodegones de boniatos, patatas, zanahorias. Me parecía precioso. Los niños se fijaban en las calaveras, y yo me pegaba horas mirando aquellos bodegones, que siguen en la Cartuja.
Eso, además de inspirarme entonces, me ha inspirado al escribir la novela. Los recuerdos que tiene Miguel Ángel de cuando le sacaban de paseo las monjas son los míos.
¿Quiénes son tus referentes en la literatura? Además de Umbral, claro…
Paul Auster me ha marcado mucho, por su forma de darle credibilidad a lo falso. Él da detalles minuciosos de algo que es mentira; hace magia cuando trabaja lo imaginario. Otro autor que me gusta mucho es Don DeLillo, por cómo construye sus personajes. Me inspiro sobre todo en su manera de hacer personajes contradictorios, de blancos y negros dentro de sí, como Miguel Ángel, Tracey, y Birkett, que ninguno es bueno o malo del todo. He leído mucho también a Philip Roth. De él aprendí a introducir la gravedad, la densidad…
¿Cómo ha recibido el público “La piel del lagarto”? ¿Te esperabas la recepción que ha tenido?
Por ahora, lo que recibo es muy positivo. Uno intenta hacerlo siempre lo mejor que puede, pero nunca sabes cómo lo va a tomar la gente. Y en este caso, mi mayor miedo era que no se entendiera la parte más técnica: cuando trato las corrientes artísticas, términos difíciles… Pero no. Lo que más me dicen es que es un libro transparente, fácil, cómodo de leer, que no se hace denso.
Una de las cosas que más me ha sorprendido ha sido la recepción que ha tenido en Gor, el pueblo donde vive Miguel Ángel. Allí la gente lo ha flipado con que Gor, con sus 400 habitantes, salga por primera vez en la literatura. Cuando he ido al pueblo me paraban y me preguntaban“¿tú eres el que ha escrito el libro?”. Lo han puesto en el perfil de Facebook del pueblo y todo… Muy tierno.
¿Qué nuevos proyectos tienes entre manos?
Acabo de terminar una obra de teatro, “Cebra”, que estoy moviendo por compañías y concursos. “Cebra” es un drama fronterizo en el que trato el racismo, la inmigración, de lo que me encanta escribir. Y también estoy terminando “Monóxido”, esa última novela dedicada a mis pasiones. Está ambientada en un grupo de rock y está narrada desde el punto de vista del pipas, la persona que acompaña a los grupos y da apoyo técnico.