Estimada Karina:

¿Qué tal todo?, ¿toros?, ¿fútbol?, ¿capitán?, ¿Rosauro? ¿Correcto todo? Seguro que sí.

Mira, te cuento.

Me sugieren que te dedique unas líneas, pero escribirte algo es como cuando en Glasgow Roberto Carlos le tira un botijo a Zidane que el mago francés decide convertir en endecasílabo. Algo imposible. Por cierto, en la comparación y para lo que nos ocupa yo soy el botijo y tú eres el verso resultante. Así de encaramada está mi cuesta ahora mismo.

Porque nervioso estaba el día que nació mi primera hija, lo que ahora tengo es una carga de estrés de cuatrocientos megatones por célula cuadrada.

Karina, me intimida mucho escribirte una carta desde la azotea de “Cartas desde el más acá”. Lo siento. No puedo evitarlo.

Y si ese no fuera suficiente problema en dimensión y peso, tengo otro menos evidente pero igual de doloroso: tiendo a bloquearme frente a cualquier forma de vida más inteligente que la que yo habito. Imagina pues la de bloqueos que sufro diariamente y el que ahora mismo me tiene más atenazado que el perro de Pompeya.

En fin, haré de tripas un caldo y empezaré lo que estaría dispuesto a dar por terminado ahora mismo si tuviera un mínimo de dignidad.

Querida Karina. Yo te leo. Mucho. Lo hago porque me resultas tremendamente apasionada. Escribes muy bien claro, por descontado. Claro que sí. Pero lo que más me cautiva de ti es la pasión con la que aporreas el teclado de tu ordenador. Como dice Guillermo Francella en El secreto de sus ojos: “Una pasión es una pasión. El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín. No puede cambiar de pasión”. Y tú no puedes evitar creerte todo lo que escribes porque lo disfrutas y lo vives. Es posible que hayas escrito algunas docenas de artículos por encargo sobre temas con los que no tomarías ni una cerveza, o no, pero los que ahora te leo en Vozpópuli y Zendalibros sé que están marinados con el mismo entusiasmo y ardor con el que un día me mandaste a Parla en Twitter. Sin rencor.

¿Qué nos une? Bueno, poco. Comparto contigo el gusto por la cerveza, los paquidermos, la lectura, la escritura y Guti. En Las Ventas me verás porque tengo intereses profesionales por la zona, pero no creo que coincidamos Cossío en mano auditando naturales y pases de pecho. Sin rencor, son Cosas que pasan que canta José Larralde. ¡Ah! Por cierto, tienes más de 83.000 entradas en Google. ¿Muchas? ¿Pocas? Pérez-Reverte tiene 250.000. Creo que sí, que son muchas.

Una cosita antes de que se me olvide: proliferas en forma de artículo y yo te echo de menos en otro formato. Sí, ese. Novela.

Asumo y deseo que andas en ello. Si no es así, desde mi inútil peso que tengo en tus decisiones te obligo a que nos regales esa pasión, (que antes citaba), en forma de largometraje literario. Porque teniendo en cuenta que libas y te rodeas de muchas flores de mucho peso intelectual, que tu biblioteca tiene un compromiso definitivo con el nivel de envidia insana que te profeso y que como ya dije antes, escribir, lo que se dice escribir, lo haces muy bien, nada malo puede salir de esa inquietud literaria, oficio que en tu caso es mezcla de francotirador tejano en Faluya y amante de las preguntas capitales e inconformista de las respuestas de mercado turco. Nada malo.

Ya termino y me voy retirando.

Antes, un último picotazo: Admiro y resalto saber que se te puede encontrar saliendo del Teatro Real, de una plaza de toros, de una tasca del centro tras deglutir vermú y encurtidos y a la puerta de doscientos eventos literarios semanales casi todo al mismo tiempo. Ese eclecticismo y omnipresencia cultural me provoca envidia asquerosa y espesa. No dañina, al menos para ti, pero envidia, a fin de cuentas. Hace que me pregunte por qué no soy capaz de estirar mi día tal y como lo haces tú. ¿Acaso tus días son tridimensionales? ¿Cómo se hace? ¿Existen dos Sainz Borgo de nombre Karina?

Poco más. Te presento mis respetos y admiración. Eres de esos oasis obligatorios para cualquier naufrago de desierto tuitero. Te deseo larga vida y que yo la disfrute al otro lado de la pantalla o del papel. Finalmente, agradezco tu clemencia tras leer esta carta, ya que decidí sacar del placar lo más atrevido que pude encontrar para armarme de valor y escribirte a portagayola.

Con cariño y respeto y recordando la envidia buena y espesa que te tengo, te mando un abrazo.

Sin otro particular, yo.