Entre el Halloween americano de las películas y las tradiciones españolas para el 1 de noviembre dista un océano de diferencias culturales y barreras ideológicas cuyas placas tectónicas rara vez entran en contacto para producir un trasvase suave y equilibrado. En cambio, tenemos una amalgama de tradiciones de nueva índole que chocan con las de toda la vida, dejando a nuestros más jóvenes en el brete de salir a pedir caramelos con un gracioso disfraz de esqueleto o madrugar para abastecerse de flores. No obstante, la orografía cultural es tan maravillosa que nos permite encontrar puntos de convergencia a pesar de los miles de kilómetros que separan nuestros lugares de origen; por ello, no importa qué tradición sigamos o qué elementos del folklore entren en nuestro hogar: la bisagra entre el último día de octubre y el primero de noviembre es ideal para leer historias de fantasmas.
Si somos amantes del Londres victoriano, ese de las calles tenebrosas que rebosan humo a raudales como si se hallaran pavimentadas sobre un volcán y de las mansiones de puertas enormes y chirriantes y las sombras que cruzan el umbral, nuestro hombre es Charles Dickens. es una compilación de trece cuentos de terror que nos helarán la sangre, a pesar de que la concepción de terror del británico es muy diferente a la de nuestra sociedad actual. Sin embargo, hay elementos que no pierden vigencia en el mundo sobrenatural por muchas décadas que pasen: los inquietantes encuentros con “personas” que se hallan a miles de kilómetros de distancia, jóvenes misteriosamente desaparecidas que encargan siniestros retratos, antiguos habitantes de caserones que se muestran ante sus nuevos inquilinos… Dickens nos propone un cóctel de apariciones y susurros sin perder la capacidad noveladora que ha hecho inmortal su bibliografía, ya que sabe condensar una historia bien tejida y elaborada en apenas un puñado de páginas.
Prácticamente contemporáneas a los cuentos de Dickens son las Leyendas del sevillano Gustavo Adolfo Bécquer. En materia de historias sobrenaturales nada tiene que envidiar el andaluz al londinense, puesto que algunas de sus leyendas son auténticas referencias del género. Bécquer nos ofrece un contexto más amplio en sus historias, donde el paisaje y la idiosincrasia española juegan un papel fundamental en el devenir de sus protagonistas. Buen ejemplo de ello es El monte de las Ánimas, quizá su leyenda más famosa. En ella, el día de Todos los Santos es el marco en el que se inscribe la historia de Alonso, que revive en sus propias carnes una batalla campal entre los espíritus de aquellos que reconquistaron España. Maese Pérez el organista y Los ojos verdes son otras leyendas que saben mezclar a la perfección la intriga con lo sobrenatural, los real con lo fantástico, poniendo a Bécquer a la altura de los mejores escritores europeos de terror.
Pero no sólo de apariciones y fantasmas vive el hombre, no; para aquellos que prefieren no poner tanta distancia entre la realidad y lo paranormal Edgar Allan Poe tiene un cuento que se acerca más a lo tangible. Intrigante, sí, pero también terrorífico por la descripción de la mente humana y sus límites. Hablamos, cómo no, de Los crímenes de la calle Morgue, el debut literario de Auguste Dupin como detective –predecesor e inspiración del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle–. En esta fantástica narración publicada en 1848 se relata el brutal asesinato de una madre y su hija en París, así como de la pertinente investigación entre los posibles sospechosos, los cuales son descritos con las pasiones e imperfecciones que les pudieron llevar a cometer tal crimen. Edgar Allan Poe nos atrapa desde la primera línea de la introducción, por muy simple que parezca su fórmula, para después no soltarnos hasta que hemos experimentado toda la vileza y corrupción del ser humano.
Son estos algunos títulos que he encontrado idóneos para amenizar una tarde lluviosa y oscura, en la que podríamos sospechar incluso del ruido del roce de las páginas. Por supuesto hay mucha más variedad desde donde escoger, desde los clásicos de Bram Stoker o Mary Shelley, Drácula y Frankenstein o el moderno Prometeo respectivamente, a los cuentos de H.P. Lovecraft, un monumento a la más fantástica imaginación pavimentada sobre una base real. El resto queda en manos del avieso lector que, hastiado de clichés cinematográficos, quizá prefiera mimetizarse con el oscuro ambiente de la época a través de la literatura, deambulando por esa franja difusa que separa lo real de lo sobrenatural.