Hubo tiempo en que Palermo fue un sueño. La joya de la Corona (de la Corona aragonesa, claro). “En España mi natura, en Italia mi ventura y en Flandes mi sepultura”, decían los Tercios. O nos dicen que decían, que eso nunca se sabe. El caso es que aquella era una ciudad moderna, ennoblecida con lo más granado del barroco, optimista, hermosa, uno de esos lugares a los que viajaban para ver quienes ver querían.
Hubo un tiempo, sí.
Después…después otro Palermo. O el mismo, solo que extendido, solo que ampliado. Un Palermo que es arrabales, caos, miseria y blanco y negro donde antes solo te creías colores. Un Palermo, sí, de pesadilla.
«Y eso lo sabe muy bien Giousué Calaciura, que ha firmado con “Los niños del Borgo Vecchio” una novela tan local que la muy ladina se vuelve universal a poco que te descuides»
Sueño y Pesadilla. Al final son (no)realidades muy parecidas. Y ambas exigen, claro, un ritmo particular, un lenguaje propio. Moroso, simbólico, casi cuento de esos que se narran al caer la noche, cuando el fuego crepita y el cielo aun no se ha puesto negro del todo. Así. Y eso lo sabe muy bien Giousué Calaciura, que ha firmado con “Los niños del Borgo Vecchio” una novela tan local que la muy ladina se vuelve universal a poco que te descuides. Porque allí están seres perfectamente reconocibles. Casi arquetipos de mitos griegos, de dioses paganos. También, claro, regustos de la Biblia. El Nuevo Testamento, que el Viejo, con toda su carga violenta, cubre otros espacios, otras geografías, de ese lugar inabarcable que es Palermo.
Están la prostituta de buen corazón, los zagales que llevan el destino pintado en las caras (oscuras, tizne y mierda), la chica que guarda en su nombre la salvación del mundo. Hay violencia adulta que salpica a los niños haciéndolos violentos, hay madres que lloran y padres que pegan. Hay un barrio que es como una ciudad que es como un mundo. Hay chabolas tan cerca de las playas, de los pisos turísticos. Hay metáforas escondidas y otras que, de tan evidentes, brillan en mitad de la página con especial fulgor. Y hay un caballo adorable, porque hasta en la mayor de las inmundicias pueden nacer las flores más hermosas.
«Todo eso lo cuenta Calaciura con tranquilidad, sin aspavientos, sin buscar en el cliffhanger barato la atención que sus criaturas ya de por sí merecen»
Todo eso lo cuenta Calaciura con tranquilidad, sin aspavientos, sin buscar en el cliffhanger barato la atención que sus criaturas ya de por sí merecen. Si hay disparos estos no resuenan demasiado, porque en el mundo real los justicieros que avanzan destrozando coches y edificios brillan por su ausencia. No, Calaciura prefiere fijar su mirada en el detalle, sabedor de que precisamente esas pequeñas pinceladas son las que dotan de color al relato. Sea este brillante u opaco. La precisión como mecanismo de trabajo. Y las imágenes. Ensoñadas, etéreas. Como historias dentro de la historia. Voces que resuenan aunque no se oigan, pasos caminando a nuestro lado más allá de los propios tacones. Leer y releer. El mero deleite de la palabra.
Todo esto es “Los niños del Borgo Vecchio”. Bueno, y también una de las historias más trágicas y desgarradoras que leerán en mucho tiempo. Porque aunque tenga retinglar de sueño al final deja el regusto de lo “dolorosamente” real. Experiencia diferente por un Palermo de Polifemos y sirenas.
- Título: “Los niños del Borgo Vecchio”
- Autor: Giousué Calaciura
- Editorial: Periférica
- Materia: Narrativa Europea
- ISBN: 978-84-16291-94-6