Me pide Rita Piedrafita, responsable de esta sección, que escriba sobre ajedrez y política. Lo que viene a ser lo mismo que hablar de Bobby Fischer. Sin embargo, acude a mi cabeza Sergio Pitol, Maradona y un sinfín de personajes más. Me pasa desde pequeño, es nombrarme una cosa y a mí me da por pensar en otra. Supongo que será parte de mi disfuncionalidad mental.  

La buena literatura es la que sobrevive en los márgenes de cada novela. La que se construye más allá de las palabras que componen el texto, eso lo sabía muy bien el escritor mexicano. No me hablen de estructuras, carajo, me estoy jugando la vida, dijo una vez. 

«La buena literatura es la que sobrevive en los márgenes de cada novela»

Kerouac consideraba a Neal Cassady uno de los mejores escritores de la generación beat a pesar de haber escrito apenas unas cuantas líneas, que aparecieron con carácter póstumo, de dudosa calidad. Él no necesita hacer arte, es arte, aseguraba. Y probablemente tenía razón. 

Supongo que sucede con todo. Las cosas no son una metáfora de la vida, son la vida en sí misma. Quien lo entiende, está por encima del resto. Aunque a veces no sea comprendido del todo. Nadie dijo nunca que ser un genio resultase sencillo. 

Sería difícil determinar quién es el mejor en algo y tampoco es cuestión de medírsela a la mínima de cambio. Sin embargo, cualquiera con dos dedos de frente sabe que Maradona ha sido superior a Messi.  

«Sería difícil determinar quién es el mejor en algo. Sin embargo, cualquiera con dos dedos de frente sabe que Maradona ha sido superior a Messi»

Al igual que Sergio Pitol, no entendía de estructuras. En su caso, de sistemas. Se estaba jugando la vida, carajo. Por eso le devolvió a Argentina, frente a Inglaterra, el orgullo perdido en la guerra de las Malvinas. Después levantó la copa en el Estadio Azteca y se convirtió en historia de algo que no es solo fútbol. 

Bobby Fischer, de quien quería hablarles en realidad, también jugó siempre en los márgenes. Por eso, sin duda, ha sido el mejor del mundo, por mucho que la mayoría de entendidos (los entendidos casi nunca entienden de nada) no acertaran a ver que sus partidas no solo se jugaban en el tablero. 

Ni siquiera una guerra entre dos bloques es más épica que dos hombres encerrados dentro de un tablero mirándose el uno al otro, con un mismo objetivo, como ya nos demostraron él y Spassky.  

«Pocos sabíamos cuál era la importancia exacta del avance de un peón y, sin embargo, todos intuíamos observándoles la dificultad de la empresa»

Pocos sabíamos cuál era la importancia exacta del avance de un peón y, sin embargo, todos intuíamos observándoles la dificultad de la empresa. Leíamos la contienda en cada uno de sus gestos, aunque no alcanzásemos a ver los secretos de un juego destinado solo a unos pocos privilegiados. 

Al comienzo y al final de la partida dos ajedrecistas siempre se dan la mano, también los boxeadores chocan sus puños. A fin de cuentas, no son deportes tan diferentes. Todo héroe necesita de un villano contra el que luchar. Existe la bondad porque hay una maldad en la que contraponerla, aunque casi nunca esté claro cuál es una y cuál es otra. Al final, como en la vida, la lucha siempre es contra uno mismo y los fantasmas propios. Contra ellos batallaron Fischer, Maradona, Mohamed Ali y tantos otros. Tampoco es muy distinta la literatura, si me apuran. Todos combatimos contra nuestros fantasmas en cada golpe de tecla. Sergio Pitol lo supo siempre. 

Fischer tuvo la generosidad de regalarnos su esquizofrenia en medio de la Guerra Fría y Spassky aceptó de buen agrado ocupar el papel que le correspondía. Habría que reconocer de una vez por todas que es tan responsable de la grandeza del primero como él mismo. La calidad de la victoria solo es posible medirla en el espejo de la derrota.

«La calidad de la victoria solo es posible medirla en el espejo de la derrota» 

Luego se esfumó una vez cumplida su misión, como cualquier héroe que se precie. Reapareció para escupir sobre una carta del gobierno norteamericano que le instaba a no jugar, una vez más, a causa del bloqueo, una partida contra Spassky en la antigua Yugoslavia.  

La partida se va a jugar, aseguró vehemente y se guardó el mandato, hecho un burruño, en su bolsillo. Spassky estaba dispuesto a capitular de nuevo, así que la partida se jugó. Bobby ganó y se largó una vez más, convirtiéndose en prófugo de un país al que le había dado la gloría. Todos los estados maltratan a sus ídolos tarde o temprano. 

Se le encontró en el aeropuerto de Japón, veinte años más tarde, con los ojos puestos en el tablero imaginario en el que siempre había vivido y los ademanes del náufrago que nunca estuvo del todo en este mundo. 

EE.UU. le reclamó para recluirle en una celda. Solo el ruso, su enemigo irreconciliable, se acercó hasta la terminal nipona para exigir que les encarcelasen juntos y les diesen un tablero en el que dirimir sus diferencias, fuesen cuales fuesen estas. Al final, Islandia, el país que fue testigo de su gesta en 1972 y al que él puso en el mapa, le ofreció la nacionalidad. Allí permaneció hasta que desapareció definitivamente a los sesenta y cuatro años, el mismo número de casillas que posee un tablero de ajedrez. La muerte prematura a una cifra simbólica era lo mínimo que la vida podía regalarle. Se lo debía. 

«La muerte prematura a una cifra simbólica era lo mínimo que la vida podía regalarle. Se lo debía»

Después de ellos Kasparov, el que muchos aseguran es el mejor jugador de la historia, y Karpov ocuparon su papel y nos obsequiaron con dos modelos diferentes de entender la política, la Unión Soviética, la vida y finalmente el juego de los dos reyes. 

Tuvimos el privilegio de verles jugar en Sevilla con esa, ya, mítica torre que Kasparov atrapó a su rival y que en realidad era metáfora de algo que apenas alcanzábamos a advertir. 

Con ellos se acabó todo, al menos por el momento.  

No he sido nunca amigo de dar la razón a Jorge Manrique en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero lo cierto es que ni Messi en la cancha, ni Carlsen en el tablero, ni probablemente cualquier escritor en sus textos, están al nivel de Maradona, Fischer o Pitol. Puede que no acaben de comprender que no se trata de ajedrez, fútbol o literatura, sino que uno se está jugando la vida, carajo. 

 

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Escritor con varias novelas publicadas, he sido galardonado en varias ocasiones, como por ejemplo en el XLVIII Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro por “Isbrük” (Editorial Pre-Textos, 2017). También colaboro como articulista en medios como Zenda, y actualmente dirijo la escuela creativa “La Posada de Hojalata” impartiendo talleres de escritura creativa, tanto dentro de ella como para diversas instituciones.