Igual a ustedes no les suena de nada Ludo Peeters.
A ver, que lo entiendo. Yo porque soy un chiflado de estas cosas, claro. Estas cosas, por si no lo saben, son esas de las bicis, que a veces lo doy por supuesto. Y eso, que Ludo Peeters. Ciclista. Años setenta y ochenta, como el PSOE de Felipe. Palmarés apañado, pero no brillante (ahí pierde en la comparación con Felipe, ejem). Etapas en Francia, la combinada, un par de días jaune, la París-Tours, la Kuurne, cositas por Catalunya. No una superestrella, nadie por el que se vayan a escribir libros.
Solo que sí. Lo del libro, me refiero. Lo ha hecho José Miguel Gala, y lleva por título “Ludo Peeters. Eterno Capitán”. Ya ven, como Julian Ross. Grosso modo.
Entonces… por qué. Quiero decir… oye, Marcos Pereda, qué puede llevar a una persona normal, aparentemente equilibrada, que no bebe demasiado (o no demasiadas veces) a leer algo sobre un corredor belga (semi)anónimo de hace algunas décadas. Es pregunta retórica, ¿eh?, no me llenen el tuiter con respuestas tontas. Mera introducción.
La belleza. Eso es.
La belleza.
«Es lo que tienen estas cosas que pasaron tiempo atrás. Que, en nuestros recuerdos, son siempre muy bonitas. No ellas, que también, sino, sobre todo, nosotros»
Es lo que tienen estas cosas que pasaron tiempo atrás. Que, en nuestros recuerdos, son siempre muy bonitas. No ellas, que también, sino, sobre todo, nosotros. Vamos, que la nostalgia de los ciclistas de antaño se explica, (casi) únicamente por la nostalgia de nuestros “oes” de antaño. O, en Román paladino (que es como habla mi vecino)… que antes fui joven y ahora ya no. Hostias.
Hay más cosas, ¿eh? Digamos que este nuestro deporte era más entretenido en los ochenta que ahora, y eso no lo puede discutir nadie. Al menos nadie con dos dedos de frente. Más ataques, desde más lejos. Las gorras, los rastrales. También están los maillots, que no veas tú qué bonitos los maillots. El propio Peeters tiene una colección en casa que te la enseñas en la Pasarela Cibeles y… bueno, allí te tiran huevos, pero porque son unos esnobs y unos ignorantes. Esos maillots son preciosos. Las fotografías, los coches que siguen a las carreras, los torsos desnudos de mecánicos y directores (no, señor Lefevere, usted déjese puesta la camisa, por favor, que no hace falta). Un poco todo. Juventud, divino tesoro.
Precisamente esas son las partes más entretenidas de la obra. Cuando se pone el autor nostálgico, y habla de chapas, y de los amiguetes (algunos majos, otros bien gilipollas), y de un mundo que ya no está. Afortunadamente, desde muchos puntos de vista, añado… pero es que era el territorio de nuestra infancia, y esa es la única patria de verdad. Luego… pues un repaso minucioso a la carrera de Ludo Peeters, que es tanto como decir un repaso minucioso a década y media de ciclismo. De ciclismo del gordo, del bueno. También, a veces, del otro… del golferas, de las kermesses, de los enfados y los piques que duran lustros. Mira, mira, te hago el gesto con los dos dedos. Esas cosas.
Qué bonitos aquellos maillots, amigos.