Georg Trakl se suicidó un 3 de noviembre de 1914 por una sobredosis de cocaína. Como a Freud, la cocaína le iba bien a Trakl para crecer poéticamente y humanamente. Trakl fue un poeta triste, con dificultades para relacionarse con los demás, bebedor y cocainómano, jamás descomponía la figura, pues el vino jamás le tumbaba. Digo yo que sería por la mezcla de alcohol y coca, que te anima, te deja esbelto y conversador, lector de tu propio yo desde la apertura a un mundo que de otro modo, sin los tóxicos, permanece cerrado para ciertas sensibilidades que no pueden asumir el riesgo que comporta la vida, que combina la ternura con la atrocidad, la alegría con el horror, siendo lo catastrófico lo más poetizado por George Trakl. Su amigo Von Ficker lo describió así: “Siempre se le hacía difícil arreglárselas con el mundo exterior, al tiempo que iba ahondándose cada vez más en el manantial de su creación poética… Bebedor y drogadicto empedernido, jamás le abandonaba su porte noble, de un temple espiritual fuera de lo común; no hay hombre que haya podido verle jamás tambalearse siquiera, o ponerse impertinente cuando bebía, si bien, a horas avanzadas de la noche, su forma de hablar, por lo demás tan delicada y como rondando siempre un mutismo inefable, se endurecía a menudo con el vino de una manera peculiar y, entonces, podía aguzarse en una malicia relampagueante”.
«George Trakl ocupaba una daga dentro del expresionismo alemán, desde una vanguardia que le fue confusa, radioactiva, pulmonar»
George Trakl ocupaba una daga dentro del expresionismo alemán, desde una vanguardia que le fue confusa, radioactiva, pulmonar. La vanguardia de Trakl no es tal, pues sus poemarios asumen un sentido de la realidad con el que el vate austriaco, nacido en Salzburgo, de padre luterano y de madre católica, se debatía contradictoriamente ante la soledad del tiempo, la mudez del hombre fagotizado por la sociedad, el corazón fatigado ante tantos esfuerzos por vivir. Y es que a veces ocurre que, cuando uno se sienta y piensa que tiene que vivir, suelen vislumbrarse determinadas fronteras o muros atrofiados donde los días cada vez se ponen más difíciles. Eso es lo que le pasó a Trakl, que nunca aprendió a vivir, que se convirtió en un hombre callado, puesto que a veces el silencio dice más que las palabras. Las palabras las utilizaba Trakl para sus cuadernos de poesía, que era donde realmente se encontraba cómodo. Utilizó la coca para escribir, por lo que la velocidad del lenguaje debió disparársele hasta alcanzar ese punto de iluminación que presupone escribir bajo los efectos de las drogas.
Pero lo que fue seguramente la causa que le estrió su compleja estructura mental fue la relación incestuosa que mantuvo con su hermana menor Gretl, con la que empezó a aprender música y a tironear con la literatura hasta -como en no pocos casos ocurre- acabar convirtiendo las teclas del piano y la escritura y lectura conjunta en esos besos que se escapan cuando la lluvia golpea en los cristales de las ventanas y la habitación comienza a oler a ese perfume natural de las adolescentes o a esas primeras conmociones a veces incontrolables por la proximidad de los sentidos, el roce de las manos, el almacén donde se guarda la libido o un amor que no es tal o sí lo es, los ojos azules o el silencio cómplice, hasta que llega un momento en que es más poderosa la fuerza de la carne que la simetría moral o la colectivización del pecado.
«Me atrevería a dar por bueno que su iniciación en el consumo de sustancias psicotrópicas fue la manera que quizá hallara en aquellos tiempos en que estudió en el gymnasium»
Esa época incestuosa motivó en Trakl un sentimiento de culpabilidad que se arcilló en su existir hasta provocar en él la necesidad de la evitación de ese dolor psicológico. Me atrevería a dar por bueno que su iniciación en el consumo de sustancias psicotrópicas fue la manera que quizá hallara en aquellos tiempos en que estudió en el gymnasium -escuela de educación secundaria en muchos países europeos- una huida hacia delante para evitar algo que va más allá del sufrimiento y que no es otra cosa que la aceptación de su caída en picado en los avernos de la cotidianidad, tan difíciles de superar. A veces el dolor es tan insoportable que algunos tienen que buscar de forma desesperada no la curación, en todo caso, el adormecimiento del caos, del naufragio, de una fisiología que es el cadañero de un psicologismo que actúa con la brutalidad de la condena jurídica que uno mismo sentencia contra sí y, por consecuencia, contra el mundo. Trakl encontró en la escritura un veneno para ir muriendo lentamente, una escritura que, leída desde el canibalismo biográfico, no es que se justifique, pero nos da el estertor de una vida arrojada al vientre de la ballena, como Jonás.
La escritura artificial de Trakl se trata de una hípica en donde el caballo ganador siempre es el poeta, pues los versos van saliendo como ráfagas de viento que entran por la ventana como intentando reinventar el mundo, el dialoguismo atroz y sin compasión con un mismo, la glaciación de las dudas, la exaltación de las manos movidas como se mueve alguien que tiene que moverse hacia cualquier parte o hacia ningún sitio porque de otro modo la convalecencia del yo puede incluso que le haga detenerse en el mapamundi donde ninguna geografía existe.
«Los estudiosos de la relación de la escritura con los estupefacientes dictaminan que cuando se aborda el lenguaje bajo el efecto de la cocaína es más preciso y se dispara la inventiva»
Los estudiosos de la relación de la escritura con los estupefacientes dictaminan que cuando se aborda el lenguaje bajo el efecto de la cocaína es más preciso y se dispara la inventiva, se topa con las palabras sin tener que esforzarse en buscarlas, ya que se adelantan antes de que éstas se oculten en el subconsciente, lo cual no presupone que el talento o el genio, en el caso de que los haya, no se trocee o se pierda o se descontrole por esa aceleración que produce cuando se pone en funcionamiento esta plasticidad artificial de la escritura. Dicho periodo te solicita como poeta tanto si escribes bajo los efectos de los fármacos como si no los utilizas, al final el talento sale por todas partes. Joan Miró usaba LSD para pintar. A Modigliani le gustaba demasiado el vino y el whisky. Artaud siempre acudía a los fumaderos de opio en París. Baudelaire usaba los psicoactivos para escribir y, sobre todo, para alardear de su dandismo de pelo verde. Poe le daba al alcohol como si el cuervo siempre dijera nevermore. Hemingway se calzaba tantos drys martines en La Habana que cabe la posibilidad que ello fuera la causa de que le dieran el Nobel. Fitzgerald hacía de su alcoholismo una forma de heroicidad. Burroughs escribió su célebre libro Junkie y le daba a las agujas más que un enfermero de guardia en urgencias. Stephen King no recordaría los libros que escribió bajo el latín de los narcóticos. Coleridge redactó su famoso Kublai Kan sometido al semáforo del opio. El opio a su vez fue el nombre de una de las obras de Thomas de Quincey: Confesiones de un opiómano. Joyce en Triste bebía excesivamente vino blanco, porque, según él decía, ello “le reportaba electricidad”. Ginsberg se entretejió entre lo lisérgico, así como la mayoría de los componentes de la generación beat, Kerouac, Cassedy, Ferlinguetti, Holmes, Huncke, Orlovsky, etc., lo cual luego quedó reflejado en la música pop y rock, donde Dylan, Tom Waitt, Tuli Kupferberg, Jim Morrison, Arthur Lee, Janis Joplin, Patti Smith y la gran mayoría de grupos o solistas conectados a los conciertos abrumadores de la música moderna usaron y usan los psicotrópicos, la coca, la anfetamina, la heroína para demostrar que el arte no sólo puede ejercerse desde la sobriedad, sino que es la ebriedad lo que logra conseguir un cuadro irreal donde el trance o la semántica de los otros arcoiris hacen posible la belleza o la contrabelleza de poemas, singles, novelas, letras, el septentrión de la cultura como una forma de darle sentido o no a la vida.
Es en la vida donde George Trakl más abusó de la cocaína, seguramente para esconderse de su timidez o para explorar el contenido de su subconsciente tal y como lo hicieron los surrealistas, la contracultura, el orientalismo, la vanguardia en general.
Georg Trakl, ya digo, era un vanguardista, pero desde una particularidad que hay que tener en cuenta, pues si se asomó al expresionismo fue por la influencia que le suscitaron Hölderlin y su áurea locura, Novalis y sus noches en las que no pudo resistir la ausencia de Sophie y Arthur Rimbaud, quien haría de Trakl un vidente y un amante de las alucinaciones iluminativas. El caso Trakl reflexionó sobre muchos temas que en aquel periodo de preguerra mundial le suscitaban efluvios espirituales y estados de ánimo deplorables, la sociedad moderna, la angustia, la ciudad, la locura, el suicidio, la muerte, la vejez, la ruina, la enfermedad. Trakl dijo: “Todos los caminos conducen a la putrefacción negra”.
“Todos los caminos conducen a la putrefacción negra”
En 1914 fue reclutado para luchar en la Primera Guerra Mundial como oficial médico. Al ver el drama en la sangre de sus guantes se agravó su depresión, lo cual le ocasionó una grave crisis nerviosa y su primer intento de suicidio, por lo cual fue internado en un manicomio de Cracovia. Allí escribió uno de sus poemas más radioactivos: Grodeck y redactó su testamento en el que dejaba una importante suma de dinero aportada por su admirador el filósofo Ludwig Wittgenstein -otra especie humana extrafalaria y difícil de saber por qué hizo de su vida algo extraordinario- a su hermana Gretl. Se suicidó de una sobredosis de cocaína el 3 de noviembre de 1914. Rilke dijo de él: “¿Quién pudo él bien ser?”. Su hermana Gretl se suicidó en 1917. Al final las teclas del piano, los poemas y los besos feroces hicieron de los dos hermanos esa necesidad de ir a la busca de los átomos del Universo o quién sabe si del verdín del final del todo.