Érase un hombre a un frenillo pegado. Un hombre de fimósica belleza. Con un ojo saltarín y con el verbo disparado. Érase un lenguaraz, según él de virtudes pagado, aunque ese pago aún nadie se ha cobrado. Éranse unos discursos disfrazados, de mucho maquillar, con afeite y emplastos. Un afeite y un maquillaje que usaba demasiado, como en sus principios e ideales impostados. Éranse su educación y modos, como ejemplos que cree de su posesión, de los que todos se mofaban en directo y en televisión. Era su partido como pestilente charca descuidada. Que de todas las bacterias habidas y por haber estaba afectada. Afección incurable que le llevaba a la postrera hora con que finalizará sus días, salvo por una vacuna que a todos salvaría. Era esa vacuna de sentencia y de toga, pero no se la han puesto pues ha esquivado la aguja hasta ahora. Pues parece ser que en la charca todos son belonefóbicos de casta.

Érase un tipo de belleza acusada. Como acusado fuera su partido antes de que llegara. Érase una provincia sureña y salerosa, que le saca cantares por ser tan poca cosa. Era como el busto de la fábula añeja, de nulo seso pero de gran belleza. Aunque era un Adonis, no es quien a los suyos salvaría, porque ha sido derrotado en cada carrera que corría. Aun así las bases lo escogieron, no sé si por su belleza porque no puede ser por su inexistente talento. Algunos le creen el Cid que de nuevo ha venido, para otros es un mal chiste que va a hundir el partido. Éranse sus huestes que lo defienden en las redes con ardor, por lo cual no dudan en ir contra la inquilina de la tierra del salero y el sol. Era que su presencia en lugar de dar miedo, al rival le da la risa y no lo toman en serio. Érase la pamema que le hacen, haciendo así como que están admirados, para hacerle creer que con su planta le vale. Era tan poco el juicio que nunca tuvo, que es imposible que algún día entienda que tan solo es el juguete usado por el rival.

Érase un pelazo, digno del anuncio de sunsilk, que fue alzado, desde el despacho de algún directivo de noticias apañado.
Érase un presentador que dijo: “Véase a este pelazo saliendo a todas horas para que España sepa que es el nuevo Mahoma”. Érase el directivo, gesticulante y movido, diríase que epiléptico y de perenne grito, el que tal lo presenta. Érase la frase repetida mil veces, que tal es el profeta que multiplica peces. Érase tan firme en sus repeticiones que al fin profeta se creyó el de tan lustrosos mechones. Érase que era, que luego su partido, con mucha propaganda gobierna en algunos municipios. Eran las ciudades en que obtuvo la alcaldía, donde más plantas rodantes ven pasar cada día. Érase tan efímera del pelazo la hazaña que opositores salen dentro de su maraña. Eran algunos seguidores de tan poco fiar que le asaltan en cada esquina de su moño en cada lugar. Era el delfín que tuvo el de más conspirar, aunque también hay otra de absurdo teclear.

Éranse unos niños muy bien y muy limpitos, de quienes se mofaban por su dorado pico. Éranse unas ideas por nadie descifradas, que al no poder entenderlas en donde todo es blanco o negro, buscaron su significado bajo la almohada. Érase, pues, un nene educado y parecía eficiente y érase una nena muy mona y sonriente. Era que los otros, por miedo a perder su sitio, las puertas les cerraron, hubo que ir a otro sitio. Érase ese gesto por todos afeado, así que en la mitad sin rubor les arrojaron. De modo que aceptaron el reto, y fuertes ahí se hicieron. Érase que todos los demás amenazados se sintieron. Érase que había que atacarlos aún con navaja y espada. Era que salieron los navajeros a tentarles, en todas las redes y en todos los medios, sin pudor costillas y cuartos traseros. Érase que, poco a poco, caminando su camino, fueron ascendiendo hacia su ansiado Olimpo. Érase que todos los atacan por las bravas. Sacando por hediondas bocas, bilis, flemas y babas. De modo que de ellos intentan sembrar dudas mientras parece que en las encuestas crecen como la espuma.

Érase otra gente, de otros lares y montes. Que luchaban por algo de lo que jamás fueron merecedores. Érase que no dudaron entrar en la hedionda charca, con tal de renacuajos echar a su gaznate. Érase que, al punto, el hambre acallara. Eran unos beneficios provenientes del medievo que compartir con el resto de vecinos no quisieron. Érase que luego el gobierno de Narváez por miedo dejó que perviviera esa injusticia foral. Es que el miedo es siempre mal compañero de viaje, peor vecino de entresuelo y aún peor cómplice en tu oído cuando se ha de tomar una decisión. Éranse unos medios, afines a la charca y al de nulo seso, que dicen que esos acuerdos son para todos buenos. Érase que una mentira, por mucho repetida, al principio te asombra pero después te admira. Pero la sombra será después disipada cuando la repetición ha sido mil veces formulada. Así ese falaz orvallo cayendo en la neurona, como una certeza crece y en tu seso se aloja. Era, pues, un capullo diciendo necedades, el que devino ahora en magnífica mariposa de caleidoscópicas verdades.

Érase un gatito sedoso y juguetón. Simpático y gracioso que a la bífida lengua siempre bueno le pareció. Érase que fueron dando leche, carne y todo lo que el felino demandare. Era que por darle, también la propaganda, se la dieron sin cobrarle. Éranse pues, en cada ocasión dispuestos a ofrecer gran festejo, con grandes abrazos y afectados besos. Era que si el gato maullaba barbaridades pero abría su mandíbula cual deseada pinza, hacía bicéfala gracia y a nadie sorprendía. Érase que esa barbaridad ya no era tan pequeña pues, como el gato, iba creciendo y el maullido se hizo gruñido y provocando más miedo que respeto. Érase que miedo les daba enjaular al gato que crecido lucía con orgullo sus rayas en el lomo y enseñaba sus colmillos. Éranse sus bravatas cada vez más fuertes y la bicéfala valentía inerte. Érase que el uno de octubre, con el paso cambiado, se vieron cogidos todos los afectados. Quisieron a destiempo arreglar el desaguisado pero no pudieron. Éranse, entonces, adoctrinamiento y prensa y cárcel y porrazos. Érase que el tigre siguió rugiendo y era que, por miedo, no lo detuvieron. Érase que una jaula, a tal fin, hubieron preparado. Ciento cincuenta y cinco barrotes para silenciar un mal chiste del que ya nadie reía salvo los amigos del cuatribarrado felino.

Éranse las audiencias alemana y belga que no le encontraron al chiste la gracia que tuviera. Érase que ahora ahí están el sin seso y el frenillo de charca y el bonito de cara explicando la broma, el chiste, la gracieta a todo el que su explicación escuchar quisiera. Érase que ponen filetes ante el tigre para hacer que así vuelva jugándole al despiste. Eran sus rugidos cada vez más fieros y asustan al sin seso. Tembloroso el frenillo ofrece su charla apaciguadora al extranjero y al que ante el felino con látigo se ponga. Érase que todos van buscando soluciones, pero cuando se es incapaz no se encuentran razones. Érase que no quieren ceder su asiento, de modo que el tigre enseña los colmillos, mostrándose contento. Érase que lame los barrotes con fruición y ahora su cuidado se confía a otro cuidador. Aunque esto de confiar en otra acpeción venga, porque nadie se fía de quien ahora al tigre alimenta. Era que el nuevo cuidador es más fuerte que el de entonces, pues obtuvo el apoyo de quien huido se esconde. Érase que todos negaban con su cabeza, el nuevo mesías, el simpático, el frenillo y la belleza. Érase que la sardina a su ascua cada uno arrima. Era que al acuerdo así nunca se llega. Era el tigre fiero se relame ante la que sabe que pronto será su cena. Érase que, si cada cual tira para su lado, nunca se pondrán de acuerdo y la sombra del tigre se cierne sobre ellos.