Este relato ha resultado finalista del Concurso de Relatos Cortos «Piensa en algo bonito, sueña con Chequia»
Según avanzamos en la vida, vamos encontrando respuestas a las preguntas
que durante años habitan en nuestra cabeza. Hay personas que siempre seguirán
resultándonos una incógnita y hay ciudades que lejos de despejarla, alimentan aún
más el misterio.
¿Por qué siempre busco excusas para volver a ti? ¿O en realidad debería
decir a ella?
Verte a ti siempre ha significado una nueva posibilidad de volver a verla a
ella. Algo que no siempre conseguíamos que sucediera. Es lo que ocurre cuando se
juntan dos agendas extremadamente apretadas y además entra en juego la
archiconocida maldición conocida como ‘Ley de Murphy’, que por alguna caprichosa
razón se ensaña más con algunas personas que con otras.
Cada vez que mi calendario veía asomarse el verano se desplegaba ante mis
ojos un listado de ciudades de Europa a las que la gira con mi grupo de música
Street Wings me llevaría. Y año tras año resaltado en un rojo intenso y en
mayúsculas tu inconfundible nombre: Ceske Budejovice. Era leerlo y asaltarme de
inmediato la mítica pregunta: ¿Estará esta vez ella en la ciudad?
Me has regalado muchos de los mejores momentos de mi vida, entre ellos
concerla. Tu legado nos deja la historia más especial de todas las que ella y yo
hemos vivido, inmortalizada en varias canciones que viste nacer y que has
escuchado cada año que te he cantado. He conocido tus veranos y tus inviernos,
tus restaurantes y tabernas (donde por azar solemos encontrarnos de forma
completamente inesperada). Has conocido a muchos de mis mejores amigos y no
sé cómo lo consigues, pero a cada viaje vas poniendo en mi camino una colección
increíble de personas especiales.
Sin darme cuenta pronto te habías convertido en mi segunda casa, sensación
que crecía especialmente cada vez que ella andaba cerca. Sus ojos siempre me
parecieron las ventanas con las mejores vistas de toda Chequia. Cuando clavaba su
mirada en la mía daban ganas de cerrar con llave esa casa para después lanzarla
lejos, muy lejos.
He recorrido en bici y tren las arterias de tu naturaleza salvaje. He disfrutado
de la calma de los atardeceres en tus lagos. He dado a mi boca el placer de bañarse
en tus mejores cervezas artesanales.
Desde el 2010 en que pronuncié tu nombre por primera vez, no ha habido un
solo año que no haya recorrido tus calles, esas que me observan deambular
intranquilo antes de cada concierto por la incertidumbre y la esperanza de volver a
encontrar su rostro entre la gente. ¿Estará entre el público? ¿Habrá llegado a
tiempo de escuchar sus canciones? ¿Tendremos posibilidad de vernos después?
Entré al trapo y acepté el reto de tratar de descifrar tu impronunciable idioma
sin éxito, tantas veces como me perdí intentando seguir las confusas señales que
ella me daba. Český holky jsou pro mě španělská vesnice.
No conocí la belleza del invierno hasta que vi los tejados y fachadas de tu
vecina Cesky Krumlov arropados con aquella manta blanca capaz de congelar el
tiempo en mi retina y a la vez calentar a fuego mi corazón. Tal y como lo haría un
slivovice o un buen vino caliente en la plaza Namesti Premysla Otakara II.
Mi corazón resistió el frío de las calles de Ceske aquel gélido diciembre, pero
no el de ver la puerta de su portal cerrarse desde el ángulo equivocado. Hay
aviones que despegan y que por causas desconocidas nunca llegan al aeropuerto
de destino. Hay besos que tampoco. Enero dejó en mi habitación una escultura de
hielo y un par de lágrimas acariciando el fondo del río Malše.
Sin darse cuenta ella me enseñó la lección más valiosa que he aprendido
sobre el amor. Y es que amar nada tiene que ver con esperar respuestas. Un acto
de amor, si es verdadero, no esperará jamás ser correspondido, no pedirá nada a
cambio. Nacerá de un altruismo puro y encontrará en una sonrisa ajena la mayor de
las recompensas posibles. Por eso no pude evitar adornar mi despedida con unos
últimos fuegos artificiales y una orquídea que embelleciera aún más el jardín de sus
labios.
Otra gran lección que aprendí es que es una insensatez tratar de apostar con
una checa si de lo que se trata es de beber cerveza. Pero uno, que es un chico de
recursos, decidió darle la vuelta a la situación y se las ingenió para sacarse de la
manga un sistema improvisado de puntos que, de conseguir alcanzar los diez, me
otorgaría la oportunidad de pedir cualquier deseo. Bien sabe ella que habiendo
llegado a diez puntos, nunca llegué a gastarlos. Durante años opté por conservarlos
alimentando la magia y esperar a utilizarlos cuando realmente sintiera que era el
momento adecuado. Algo me dice que después de todos estos años, ese momento
ha llegado.
Eres, sois, la ciudad a la que siempre sueño con volver. Y aunque imaginé
miles de maneras en las que mi deseo se haría realidad, hoy solo quiero pedir una
cosa: volverla, volverte, volveros a ver.
PD: Esto no es un relato de ciencia ficción. Cualquier parecido con la realidad
es pura evidencia.