El orden en el que disponemos nuestros libros en la biblioteca responde, a veces, a nuestras manías personales, estructuras mentales, a la aleatoriedad misteriosa del inconsciente o al simple azar. Por ello, contemplar mis libros supone para mí un motivo de disfrute infinito. Qué mayor placer, tras un día intenso de trabajo y obligaciones, que observar alineados todos esos libros que me hacen tan feliz; acariciarlos, incluso oler sus páginas, rememorar lo que me hicieron sentir. Así fue como hace poco me fijé en que había colocado a Emilia Pardo Bazán junto a Benito Pérez Galdós. Ese pequeño descubrimiento me alegró lo que quedaba del día, y, sobre todo, me llevó inevitablemente a releer Los Pazos de Ulloa.
Sin esfuerzo, Pardo Bazán sumerge al lector en una atmósfera real y mítica al mismo tiempo. Le hace cabalgar junto a Julián por ese camino real de Santiago a Orense, cubierto como él de polvo amarillo; rojo como un pimiento o como una fresa.Porque con esta breve descripción del protagonista, la autora ya se está decantando por ese naturalismo literario que tanto admiró en Emilio Zola. Ya sabemos, desde el principio, que don Julián nunca va a ser un héroe, no porque no quiera, sino porque la biología ha determinado que así sea. Sin embargo, Pardo Bazán no se deja encorsetar. Es mucho más que la autora precursora del naturalismo en España. Y eso es lo que me hace admirarla y considerarla tan necesaria en nuestro tiempo.
Emilia vivió entre dos siglos, nació el 16 de septiembre de 1851. La segunda mitad del siglo XIX fue el escenario de su infancia, juventud y parte de la edad adulta. Por ello, y aunque muriera en 1921, cuando pensamos en ella, lo hacemos como una autora decimonónica, lo cual no deja de resultar todo un aliciente por lo pintoresco que resulta encontrar un nombre femenino entre tanto autor masculino consagrado. Pero, no solo es una escritora con una pluma elegante, precisa y audaz. Ella misma conjuga todas esas características en su propia persona, sobre todo audacia. Porque su vida fue una constante provocación, simplemente porque decidió ser ella misma, sin ánimo de escandalizar, ni de ganar adeptos por comportamientos estrafalarios; se dedicó a vivir con honestidad y convicción, a mantenerse fiel a sus principios, a ser ella misma. Sin duda, algunos puristas consideran incompatibles ciertas de sus acciones y posicionamientos y no comprendan que pudo ser a la vez una mujer creyente, como siempre lo manifestó sin ambages, y al mismo tiempo pudiera separarse de su marido y vivir un romance apasionado con Pérez Galdós. Todavía hoy, algunos biempensantes se echan las manos a la cabeza al leer palabras que para su época resultaban escandalosas por lo directas, sin evasivas, y sinceras.
Pardo Bazán tuvo claro que su amor por la escritura estaba por encima de todo y que no iba a consentir que nada ni nadie le impidiera escribir. Esta convicción la llevó a tomar una decisión poco común, separarse de su esposo, José Quiroga, cuando este comenzó a ponerle trabas, cansado de las polvaredas que levantaban sus opiniones y escritos. Con treinta y tres años, no dudó en dejar de lado una etapa que le había quedado estrecha para sus aspiraciones personales, a pesar de que, durante sus años de matrimonio, además de tener hijos había alumbrado también varios libros. Pero Emilia no solo quería escribir, quería vivir. Su admiración por Galdós queda patente en las primeras cartas que encabeza con un contenido “Ilustre maestro y amigo”, que vanevolucionando hasta pasar por el “amigo querido y no digo más” y llegar a “Miquiño mío del alma”, para llegar a más atrevidas: “Te muerdo un carrillito y te doy muchos besos por ahí, en la frente, en el pelo y en la boca” o desinhibidas: “Pánfilo de mi corazón: rabio también por echarte encima la vista y los brazos y el cuerpote todo. Te aplastaré. Después hablaremos dulcemente de literatura y de la Academia y de tonterías. ¡Pero antes morderé tu carrillito!”, “Ven a tomar posesión de estos aposentos escultóricos. Aquí está una buitra esperando por su pájaro bobo, por su mochuelo”.
Emilia no solo vivió su sexualidad con plenitud; representa también a la mujer capaz de decirle al hombre que ama que lo desea y que puede pasar con él horas y horas, hablando de tú a tú, sobre arte, literatura, filosofía o política. En sus cartas encontramos a una mujer sin complejos, plena, que no se deja eclipsar por un hombre al que admira intelectualmente y desea físicamente. Eso es realmente lo que hace de estas cartas un documento único sobre su feminidad y la percepción que tenía de sí misma.
Su singularidad personal y literaria no es casual. Desde su infancia y adolescencia marcó una clara diferencia con el resto de las niñas de su época y entorno. Una mujer que lee de adolescente La Ilíada o El Quijote, que posee una formación políglota y que mantiene una estrecha amistad con Francisco Giner de los Ríos, su mentor e iniciador en Platón, Aristóteles o Kant, es alguien que apunta hacia una vida poco convencional. Tan poco común que, tras el nacimiento de su primer hijo, Jaime, ganó el concurso literario Benito Feijoo en Orense y durante el embarazo de Carmen, terminó de escribir su obra San Francisco de Asís.
A pesar de pertenecer a una familia de alcurnia, su sensibilidad y compromiso social fueron creciendo con los años. Su estatus acomodado supuso una ventaja para actuar con más libertad y autonomía, pero nunca un refugio o una torre de marfil. Ello marcó también su evolución literaria que le llevó a ser pionera en España de un tipo de novela social, en la que la clase obrera aparece como la auténtica protagonista. Así, paraescribir La tribuna, su tercera novela, frecuentó durante dos meses la fábrica de tabaco de La Coruña con el fin de conocer de primera mano la situación real de las obreras. Estudió de cerca a las cigarreras, su forma de hablar, de pensar, sus conflictos yaspiraciones. Comienza con esta obra su incursión en el naturalismo, a cuyo precursor en Francia, Zola, llegó a conocer personalmente. Pero no iniciará esta andadura como una mera copia, lo hará con un estilo original e inconfundible en el que introduce elementos propios, como la espiritualidad y reflexiones trascendentes, que hacen de sus obras algo único.
Tras su separación matrimonial, lejos de amilanarse, aumentó sus aspiraciones; en 1887 logró un auténtico hito al convertirse en la primera mujer en ocupar la tribuna del Ateneo de Madrid para impartir una conferencia sobre literatura rusa, de la que erauna auténtica apasionada. Años más tarde, obtuvo la presidencia de la sección de Literatura de tan excelsa institución y en 1905 se convirtió en la primera socia femenina. Comenzó a romper barreras infranqueables para las mujeres, incluso en Francia, en donde fue la primera mujer en hablar en público en La Sorbona de París. Su compromiso y posicionamiento en la lucha por los derechos de la mujer quedó patente en todas sus intervenciones públicas, de las que me gustaría destacar la llevada a cabo en 1892 en un congreso pedagógico en Madrid, en la que defendió algo tan subversivo como que las mujeres tenían derecho a acceder a todas las profesiones y a la educación mixta. No cabe duda, tampoco, a partir de sus palabras, del papel que atribuía a la maternidad: “La maternidad es función temporal, no puede someterse a ella entera la vida”.
Siempre fue consciente de que fue una privilegiada y agradeció a su padre, un notable liberal, el acceso sin cortapisas a su biblioteca y a la posibilidad de viajar,conocer mundo, de abrir la mirada y la mente: “Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que los hombres pueden hacer y las mujeres no, di que es mentira porque no puede haber dos morales para dos sexos”.
Su pensamiento más radical lo puso de manifiesto en 1914 cuando se pronunciócon estas palabras, sin ambigüedades: “Yo soy una radical feminista. Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer”. Con tal premisa se mostróincansable para conseguir aquello de lo que se consideraba merecedora. Como profesora y conferenciante llenó aulas y salas; su convicción, su forma amena y directa, sus conocimientos, su visión original y abierta fueron los ingredientes necesarios para atraer a todos aquellos que buscaban una voz libre y una mente brillante. Asimismo, creó una colección de libros dedicados al público femenino: La Biblioteca de la mujer, entre cuyas obras se encuentra La esclavitud femenina de Stuart Mill. Con ello se empeñó en uno de sus máximos objetivos, el derecho a la educación de las mujeres. No dudó en expresar abiertamente la opinión que le merecía el estado de la educación en su contexto: “No puede, en rigor, la educación actual de la mujer llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”. Criticótambién sin descanso los feminicidios y, sobre todo, la indiferencia y pasividad de la sociedad hacia ellos que le inspiraron obras de una crudeza y actualidad estremecedoras como El indulto. Lo que tuvo claro y no se cansó de manifestar fue que la inteligencia no tiene sexo. Algo que, incluso en la actualidad, tenemos que recordar en algunos contextos. Muchos de los cuentos que escribió a lo largo de su vida, más de seiscientos cincuenta, giran en torno a esta lacra que le obsesionaba denunciar. Para disfrutarlos no me resisto a citar una auténtica joya publicada por la editorial Contraseña El encaje roto, una maravillosa antología editada y prologada por Cristina Patiño.
A pesar de su prestigio, de su notable autoridad moral y de su infatigable lucha, algunos compañeros de letras impidieron su acceso a la Real Academia de la Lengua que le cerró sus puertas por tres veces con esta sarta de argumentos: Una “pretensión estrafalaria” para Marcelino Menéndez Pelayo, José Zorrilla no duda en afirmar que “las mujeres que escriben son un error de la naturaleza” y para rematar las palabras de Leopoldo Alas, Clarín que suelta sin rubor: “Más vale que fume. ¡Ser académica! ¿Para qué? ¡Es como si se empeñase en ser guardia civil o policía secreta!”. No hay mucho más que añadir. Sin embargo, tuvo otros amigos que la alentaron en sus proyectos y leadmiraron como el propio Unamuno, Sorolla, Rubén Darío, Pavlosvky o Azorín.
Todavía hoy nos sigue dando sorpresas. Este año, coincidiendo con el centenario de su muerte, el catedrático coruñés José María Paz Gago ha publicado un libro titulado Los misterios de Selva, en el que además de incluir su conocida novela corta La gota de sangre, ha recuperado Selva, un manuscrito mecanografiado e inédito, de 170 páginas,que había sido legado a la Real Academia Galega por María de las Nieves, una de las hijas de Pardo Bazán. Con esta obra podemos conocer mejor su faceta como escritora de novela policiaca, nuevamente pionera en España. Cuestionó a Conan Doyle y al mismísimo Sherlock Holmes, a quien consideraba poco profundo en su construcción psicológica, un tanto superficial y arquetípico. Muy en su línea, doña Emilia se lanzó a crear su propio personaje detectivesco y sus propias novelas del género con las que pretendió demostrar que: “El misterio de un crimen es su psicología, los abismos del corazón que descubre, la luz que arroja sobre el alma humana, sobre el estado social de una nación, sobre una clase, sobre algo que rebase los límites de la caja de caudales, la cómoda o el armario forzado, el baúl destripado, la cartera sustraída”. Asimismo, escribió varios artículos en los que mostró sin paliativos el estado de la cuestión de la criminalidad en España y aprovechó para criticar a las fuerzas de seguridad de su época de las que llegó a decir que carecían de energía y motivación, que no tenían la preparación adecuada y que mostraban un claro desconocimiento de las técnicas policiales más avanzadas en contraste con la “de las grandes ciudades europeas, donde la autoridad es educada y educadora”. No dudó en condenar los comportamientos criminales, pero planteó una reflexión sobre el sistema social existente y su responsabilidad en determinados comportamientos.
Me apasiona Emilia Pardo Bazán no solo por ser la autora de obras inolvidables,verdaderos clásicos, como: Un viaje de novios, La cuestión palpitante, Los Pazos de Ulloa o La madre naturaleza, en las supo captar con ojo crítico, pero sereno y reflexivo,el mundo que le rodeaba. Me apasiona, sobre todo, por su capacidad de evolución personal y literaria, por vivir sin complejos, por no someterse a nada ni a nadie, por incorporar a su pensamiento y a su vida aquello con lo que más se identificaba de cada ideología, momento o situación vital. Conjugó algunas ideas propias de los progresistascon otras más conservadoras; incluso llegó a ser una entusiasta activista en defensa del carlismo para cuya causa traficó con armas en su juventud. Ella misma relataba a sus amistades tales lances y los atribuía a una época de rebeldía romántica y a una postura crítica frente a la revolución de 1868 que no estuvo a la altura política que ella esperaba:“En breve, los desplantes y excesos de la ‘Gloriosa’ me arrojaron en sentido contrario, hacia la reacción completa”. Fue convencida católica practicante y, al mismo tiempo,capaz de vivir con libertad su amor y su sexualidad. Fue tradicional y conservadora en algunos aspectos de su vida, a la vez que feminista militante y defensora de la justicia social. Fue, en definitiva, el paradigma de la auténtica libertad, la de la fidelidad a los propios principios y convicciones sin someterse nunca a nada ni a nadie.
Admiro su amor por el disfrute pleno de la vida, capaz de aunar la espiritualidad con la sensualidad de la que hizo gala en todo momento. Apreció otros placeres como la gastronomía de la que fue defensora y divulgadora en interesantes obras como La cocina española antigua (1913) en la que trató de abordar la gastronomía desde un punto de vista antropológico y cultural: “Hay platos de nuestra gastronomía que no son menos históricos que una medalla, un arma o un sepulcro”. Recopiló un recetario de las diferentes regiones de España y trató de revalorizar la cocina española frente a otras, como la francesa, que eran consideradas por entonces el paradigma de la elegancia y del buen hacer gastronómico. Incluso en Los Pazos de Ulloa ya había introducido algunas de estas reflexiones en pasajes memorables en los que hace gala de sinceridad: “Los artificios con que la cocina francesa disfraza los manjares, bautizándolos con nombres nuevos o adornándolos con arambeles y engañifas”. Y, por supuesto, no dudó en defender el papel de las mujeres en la cocina frente al de los hombres que se llevaban las loas y los reconocimientos.
Ella misma conocía las opiniones encontradas que despertaba: “Los conservadores de la extrema derecha me creen ‘avanzada’, los carlistas ‘liberal’ –que así me definió Don Carlos [Carlos María de Borbón]– y los rojos y jacobinos me suponen una beatona reaccionaria y feroz”. Tenía claro que “la marejada vino, como suele venir contra toda innovación, coronada de iracundos espumarajos y acompañada de roncos mugidos de cólera”. Nunca se arredró ante nada. Todo lo contrario. Y lo hizo con energía, persistencia, inteligencia y, sobre todo, con sus ganas de vivir y con su incomparable sentido del humor.
Fiel a sí misma, Emilia Pardo Bazán adoptó durante muchos años un lema que utilizaba de encabezamiento en sus cartas o en algunas de sus obras, una máxima latina: De bellum luce, que se traduce por la luz en la batalla. Una auténtica lucha por defender su libertad personal y que nos ha legado con su obra y con su ejemplo. Una lucha que sigue siendo necesaria en pleno siglo XXI.