Últimamente tengo una sensación extraña en casi todo lo que leo. Salvo algunas excepciones notables esta reentré literaria se me está volviendo apática. Insisto, salvo algunas excepciones. Parece como si solo se pudiera escribir sobre y desde el dolor. La literatura terapéutica funciona, sobre todo a quien la escribe pero si no se tiene una pizca de mirada irónica sobre el mundo, me está llegando a cansar.
Llevo una racha lectora ingente de duelos personales y familiares, rupturas amorosas, desastres nucleares, sentencias de muerte y asesinatos múltiples, todo ello alternado con el visionado de series como el caso Alcàsser o Chernobyl o el apresurado final de Juego de tronos.
«Salvo algunas excepciones notables esta reentré literaria se me está volviendo apática. Insisto, salvo algunas excepciones. Parece como si solo se pudiera escribir sobre y desde el dolor»
La columna de hoy es un homenaje a esa literatura con un punto cómico que te arranca media sonrisa mientras pasas las páginas. Desde el Lazarillo de tormes a Terry Pratchet, de las obras en prosa de Woody Allen a los diálogos de Ellroy. Hay en esta literatura medio punto más en el examen por un mismo resultado con el ingrediente del humor añadido.
Tal vez sea yo, no sé. El escaso tiempo que me queda al final del día para leer lo estoy dedicando a terminar las columnas de Literatura infiel de Ricardo F. Colmenero. Hay en éstas y en otras columnas suyas que voy rebuscando por la red de redes una mirada irónica sobre el mundo que nos estamos perdiendo la gran mayoría y que han sido premiadas esta semana con el premio Unicaja de artículos periodísticos. Hay en mí –a quilómetros de distancia, claro- una pulsión similar de columnista de provincias cuyos inicios se remontan a la revista parroquial local, donde al tercer artículo tuvieron que añadir “El consejo editorial no se identifica necesariamente con las opiniones expresadas por sus colaboradores”. Contaba con 18 o 19 años y me metí con el ayuntamiento de turno llamándoles “medievales” por repartir el andamio que sustentaba el palacio marquesal como si fuera una reliquia que había que preservar. Ahí había madera.
«El escaso tiempo que me queda al final del día para leer lo estoy dedicando a terminar las columnas de Literatura infiel de Ricardo F. Colmenero»
Y en esas sigo, buscando un espacio de libertad y un libro de esta reentré que me cuente una historia bien contada y que aporte una pizca de humor como para sumarse a las famosas listas de los mejores libros del año. De momento, si me preguntan, no tengo muchos candidatos firmes.
Mientras tanto, ahora toca leer la columna ‘El sueño del columnista’ y me veo tan identificado que os la copiaría aquí abajo, pero es mejor que acudáis a vuestro librero de confianza y os agenciéis este volumen recopilatorio de columnas que edita Círculo de Tiza. No os defraudará.
Felices lecturas.