«Sin rastro de Manuel Ferrero. La denuncia del administrador. El detective vestido de mecánico. En busca de un hombre barbudo y cojo. El hotelito de la calle Lanuza. Allanamiento de morada o el fin justifica los medios. El gran éxito del policia Garcia Gómez».

Francisco Pérez Abellán. Crónicas de la España Negra.

Es el 6 de junio de 1916 y un hombre sale de la pensión El León de Oro de la Cava Baja de Madrid. El día apunta maneras de ser caluroso para la fecha, pero no parece importarle. El sujeto en cuestión se llama Fernando Ferrero, natural de Zamora y terrateniente como empleo. Se le ve alegre. La razón de su viaje a la capital no es otra que la compra de un molino por diez mil duros y con estos pensamientos encima se pierde entre la muchedumbre. Una sutil metáfora de lo que está por pasarle, de hecho, la próxima vez que se le vea será con una decena de hachazos en el cráneo y enterrado cabeza abajo en el despacho de una casa en las afueras. Pero no adelantemos acontecimientos. Todo llega a su debido momento y esta historia no ha hecho más que empezar.

Varios días después.

En la calle Mira el Sol, un matrimonio abre la puerta al recién llegado. Son los familiares de Fernando. Hace días que no saben de él y los nervios empiezan a ser un hecho. Lamentaciones y gestos serios. Lágrimas y el santoral echando horas extra con tanta petición. Hasta que el tipo que acaba de dejar una maleta llena de polvo en el suelo, toma las riendas de la situación. Hora de empezar a investigar por su cuenta antes de poner la consabida denuncia, no vaya a ser que el bueno de Fernandito esté en la cama con un catarro, que el aire de la capital es una porquería, y tampoco están las cosas como para andar molestando a las autoridades con menudeces. Y de esta manera es como la primera pieza del rompecabezas aparece en uno de los últimos sitios que se le vio: la pensión en la que alojaba. La información es escasa, pero menos da una piedra. Al parecer, el desaparecido se movía en compañía de un hombre de barba poblada que tenía una cojera considerable y un joven con cara de pasmao.

Al mismo tiempo que los zamoranos juegan a los detectives de folletín, un tal Nilo Aurelio Sáinz, hace su entrada tanto en escena como en la DGS. Se le ve preocupado. Según cuenta al funcionario de turno que toma notas de su declaración con gesto aburrido, el desaparecido era cliente suyo a la par que amigo un hermano, agente. Más que su administrador en Madrid, Fernando y yo éramos hermanos de distinta madre, y desde hace varios días no sabe nada de él. La última vez que le vi fue en el Café Oriental, aquí mismo, agente. En la mismista Puerta del sol, donde quedamos para vernos al día siguiente y no volví a saber de él. Y hecho esto, las cosas siguen su cauce, si bien don Nilo pide autorización explícita de las autoridades para retirarse unos días al balneario de Arnedillo, que ya lo ve agente, esta cojera mía me obliga a tomar los baños de cuando en cuando, que con el calor el dolor se vuelve insufrible.

Y así queda el asunto por el momento. Un desaparecido en la capital. Unos familiares que le buscan sin dar con él y su contacto en la ciudad lejos del meollo de la cuestión. Hasta que entramos en agosto. Ahora el calor sí que es patente y la gente se hacina bajo los soportales de la Plaza Mayor buscando un poco de sombra. Botijos de agua. Botas de tinto peleón y el claclaclacla de las varillas de los abanicos de las señoras meneando el aire caliente. Y con esta estampa matritense de fondo, tenemos a un guardia anónimo que camina con las manos enlazadas en los riñones y la mirada fija en el suelo, cuando el destello de algo metálico llama su atención: una llave que, casualidades de la vida, se encargará de abrir las puertas que hasta ese momento las autoridades tenían cerradas sobre el caso de Fernando Ferrero. De hecho, la primera será la de su habitación en la pensión de la Cava Baja. La rueda de los acontecimientos empieza a dar sus primeros pasos, y más aún cuando las noticias llegan a pie de calle y el caso empieza a ganar cuerpo poco a poco, hasta que todo llega a oídos de un joven agente con ganas de ganar peso en el Cuerpo y poder quitarse el uniforme y patrullar de paisano. Aunque para eso aún le quedan unos cuantos cuadrantes de gastar suelas y por el momento se contenta con atar cabos en sus ratos libres sobre el caso del que todo el mundo habla. De hecho, casualidades de la vida, resulta que frecuenta tanto el Café Oriental donde el tipo que denunció la desaparición de Ferrero como, más casualidad todavía (recordemos que a veces es la realidad la que supera a la ficción), la Sociedad Gimnástica a la que acude el hijo de éste, un pipiolo fantasioso y de pocas luces, que responde al nombre de Federico Sáinz. Y claro, si dos y dos son cuatro, que uno quiera prosperar en su trabajo, que conozca al hijo de uno de los que, al parecer, vieron por última vez al Houdini que parece haberse evaporado de la ciudad y que con el calor que hace por las noches resulte imposible pegar ojo, lo que resulta es una obsesión. Horas de darle vueltas a las ideas, de caminar descalzo por la casa de madrugada con un cigarrillo apagado en la mano y el ceño fruncido, sin prestar atención a las verbenas que proliferan como hongos, y la sensación de que en la declaración de don Nilo hay algo que no cuadra.

Hasta que todo se ordena y el nudo se deshace solo. Nueva vuelta de tuerca y nueva casualidad (que en esta historia iban dos, y ya se sabe: no hay dos sin tres y a la tercera va la vencida). Y es que él, Federico García Gómez, vio tanto a don Nilo como a su hijo y al desaparecido, cuando éste fue visto por última vez. El día 6 de junio a las cuatro y media de la tarde (esta era la nota discordante que no cuadraba, ya que según reza el atestado, don Nilo juraba haberle visto por última vez a las tres de ese mismo día). De hecho, fue en el tranvía que unía Sol con Ventas. Lo recuerda con precisión milimétria porque iba llegaba tarde a un cambio de turno y esas cosas no se olvidan.

Y aquí es donde empieza la última escena de esta tragedia griega ubicada en Madrid, cuando el joven García Gómez decide pasar de las hipótesis a los hechos y sin pensarlo dos veces empieza su labor de sabueso por el suburbio en que acababa la línea de tranvía: Ventas. Pesquisas y preguntas. Muchas horas de patear calles sin empedrar y descampados bajo el sol de agosto y siempre el mismo cuento disfrazado de mecánico: perdone que le moleste caballero, pero mire, ando buscando a un hombre, no me acuerdo del nombre, lo siento, pero sí que es cojo de una pierna. Me prometió trabajo y no logro dar con él. Y como el que la sigue la consigue, el policía que dejó la placa por la llave inglesa por un tiempo, va a acabar dando con su objetivo un mes después. El bueno de don Nilo había alquilado un hotelito en la calle Lanuza bajo nombre falso y la juventud de García Gómez se encargará del resto.

En concreto, en la noche que decide asaltar el inmueble en versión ratero. Con nocturnidad y alevosía. O lo que es lo mismo, jugándose el tipo por temas de allanamiento de morada y demás. Aunque la suerte parece aliarse con él una vez más cuando lo que descubre parece indicar que allí ha pasado algo, y gordo a juzgar por las manchas que hay en las paredes y el suelo recién solado del despacho. Y así lo hará saber al juez de turno. La investigación será rápida y acabará por sacar a luz el cuerpo de Fernando Ferrara con al cabeza deshecha a hachazos y don Nilo y su hijo durmiendo en duro una temporada. El vástago a modo de cómplice y el progenitor como principal acusado, aunque un ataque de locura que le llevará a la muerte entre rejas se encargará de ahorrarle el mal trago de notar cómo el garrote le estrechaba la tráquea a cada vuelta de tuerca ,y el joven agente dando sus primeros pasos para convertirse en el comisario que con el tiempo llegará a ser.

 

Fuentes:
http://www.abc.es/madrid/20150415/abci-escalofriante-crimen-acabo-molinero-201504141638.html

http://www.canaldelmisterio.com/tag/federico-garcia-gomez/

http://www.rayosycentellas.net/madrid/?p=3585

Crónicas de la España Negra. Francisco Pérez Abellán. Págs. 37-41.