La noche después de la presentación de Secretos en Santiago de Compostela bromeé con Mara Mahía y David Bowman sobre la idea de escribir una falsa crónica acerca del evento en el que él acababa asesinando a la escritora.

Han pasado 36 días.

Paco Latorre se acercó en representación de David Bowman. Y fue con él con quién charlé sobre esta posibilidad tan poética, en la que la rabia de un escritor con deseos de grandeza acaba asesinando a una compañera de editorial por el hecho de haber llevado a diez personas más a su presentación. Los tres: Mara, Paco/Bowman o Latorre/David y yo, nos emborrachamos con vino, cerveza y algo de licor café. Entre todos estos mejunjes la idea de llevar a cabo un acto mediático parecía imprescindible para que las lecturas de sus novelas se multiplicasen. Y no se nos ocurría una más acertada y -digámoslo así- más a nuestro alcance, ya que una exaltación pública ante la lectura de sendos libros por parte de Pérez Reverte nos parecía imposible.

Nos acabamos calmando, supongo, porque al acabar la noche todos habíamos sobrevivido. Me metí en la cama en mi hostal de rúa da Fonte de Santo Antonio, después de ducharme y reírme un rato de mí mismo, mientras me lavaba los dientes, por haberme perdido de vuelta del último bar.

Al día siguiente volvimos a quedar los tres para tomar una cerveza, almorzar y despedirnos. Yo regresaba en un vuelo con escala a Sevilla. No se nos ocurrió hablar de lo planeado la noche anterior, ni siquiera de escribir esa falsa crónica. Todo lo que comentamos fue nuevo, abordamos el tiempo como es: definitivo. Aprovechamos para conocernos más, para enseñarnos más, explorarnos, explotarnos.

El postre fue un café. Nos dimos unos buenos abrazos, nos recordamos el cariño y la admiración. Y nos prometimos muchas, muchísimas veces, vernos pronto.

A día de hoy no creo haber encontrado la manera de multiplicar la venta y lectura de Secretos ni Libre. Es difícil que Paco mate a Mara, más difícil aún que David mate a Mara. Pero, igualmente, sin necesidad poética, sin plan, sin repercusión mediática: los tres estamos en riesgo.

En mi despacho, que es mi cuarto, que a veces también es donde almuerzo y ceno, y siempre donde duermo: me hacino, como si fuese un objeto inanimado, después de varios días de cuarentena, con la pesadumbre de que serán muchos más y con la conciencia y seguridad de que es lo mejor, lo necesario, lo único que puedo hacer.

No sé si la literatura es un refugio, lo examino cada día, sin necesidad de pandemia, y no llego a conclusiones fehacientes. Pero sí sé que nos hace sentir vivos. Como aquella pospresentación, como la presentación misma, como el encuentro con escritores, heterónimos y vino en tascas de Santiago, como la supervivencia del libro, como la necesidad de respirar con fuerza que te da una buena historia.

No tengo certezas, pero me cobijo en las páginas, de ellos y otros, para buscar la verdad.