Alejandro Palomas dijo: “escribo para que me quieran” o algo parecido. Quizás en mí exista un sentimiento similar, aunque no sería el único. Tengo la seguridad de contar con gente que me tiene mucho aprecio, digámoslo de esta manera, cómo Rita, quien ha confiado en mis palabras para expresar algo tan íntimo y personal como son las razones de porqué escribo.
«Alejandro Palomas dijo: “escribo para que me quieran” o algo parecido. Quizás en mí exista un sentimiento similar, aunque no sería el único.»
Sin embargo, no sólo en la ansiedad que produce la falta de amor de los demás reside las ganas de escribir historias. Existen dos componentes, al menos dentro de mí, que me empujan a pulsar teclas de forma compulsiva. Uno es el propio cajón desastre que se apoya en mis hombros, se tapa con una mata de pelo que comienza a ser canoso y aguanta estoico el movimiento sin control de mis ojos. Dentro de esa cabeza residen ideas, sentimientos, aspiraciones y ganas de contar historias. Historias que se mezclan unas con otras, que nacen en momentos donde no existe posibilidad de anotarlas y que reverberan una y otra vez en las pareces que contienen esa materia coloreada mal llamada gris.
Y es que mi cerebro es de todo menos oscuro, aunque ese es el otro componente que me empuja a escribir: mi oscuridad. Esa que intento iluminar cada día al levantarme, al repartir besos por casa, al desear volver a ella para tumbarme en la cama y cerrar los ojos. En esto de escribir, nada es placentero al cien por cien, nada sale a la primera y nada es bien apreciado según se plasma en el papel.
«Y es que mi cerebro es de todo menos oscuro, aunque ese es el otro componente que me empuja a escribir: mi oscuridad.»
En esto de escribir existen claro oscuros que nos llevan a enfrentarnos a nuestro yo más violento, a ver la frustración cómo una oportunidad de seguir adelante, a perder el sentido del tiempo y del espacio con tal de conseguir sacar esa historia de la cabeza que lleva atormentándote meses y meses. Yo diría que existen dos tipos de escritores (y no soy de los que le gusta ponerse esa etiqueta porque la veo tan sublime, tan poderosa que no siento ser merecedor de ella). Los que se sientan delante de una libreta, idean una historia, la programan, se documentan y la escriben, produciendo libros cómo coches en una cadena de montaje y los demás: aquellos que conviven con una historia, les incomoda hasta el punto de desear ponerla en palabras, les obliga a sentarse delante del ordenador. Esos escritores que tienen prisa en documentarse para continuar contando aquello que golpea su cerebro, que no se detienen ante una desviación en el guion pues nunca existió. Autores, al fin y al cabo, cuyo trabajo no es el de escribir, pero su vida sí lo es. De esos últimos soy yo.
«Autores, al fin y al cabo, cuyo trabajo no es el de escribir, pero su vida sí lo es. De esos últimos soy yo.»
Y por eso escribo: para sacar lo que se produce en mí y dároslo a vosotros.