Cerrar los ojos tumbado sobre la cama sin hacer el menor gesto. Así, tirado, dejando vagar la mente. Volar por tus recuerdos. Unos dóciles, fáciles y felices y otros no. Estás sintiendo que el cerebro te va acercando a esos lugares recónditos e inhóspitos. Sitios que no habrías querido volver a visitar. Todos tenemos claroscuros que silenciamos voluntariamente pero, al dejar que nuestro cerebro campe a sus anchas, vuelven a acecharnos. Sin remisión. Se cuelan sin permiso por cualquier resquicio. Son escenas de todo tipo. Desde la más inocente a la más cruel y oscura. Cada uno tiene sus escenas prohibidas. Además, una cualidad que tienen, es la de pegarse como brea a nuestras neuronas. Cuánto más intentas quitar la brea de tu cuerpo, más se te pega en la mano; después intentas quitar la de una mano con la otra y te manchas hasta el codo y así sucesivamente. De modo que te das por vencido. Con tu cerebro cubierto de la brea de tus pesadillas decides buscar una postura cómoda y dejar que esas escenas vuelvan a hacerte el mismo daño que te hicieron en su día. Estás triste. Hundido. Apesadumbrado. Angustiado.
Caminar por la calle bajo la lluvia con los auriculares puestos a todo volumen para aislarte del mundo. Los ruidos que te rodean no te interesan. Te dejas llevar por las sensaciones que te evocan las canciones seleccionadas cuidadosamente por ti. Según el estado de ánimo que tengamos grabamos un listado u otro de canciones. Las tenemos seleccionadas, según nuestras vivencias, por lo que nos hicieron sentir en su día. Cuando las escuchamos en la radio, en nuestra habitación, y decidimos hacerlas nuestras. Cuando las cantamos gritando como locos y saltando en algún concierto. Cuando las vivimos. De modo que las utilizamos para revivir aquél momento. Sentir. Escuchar. Cantar bajito. Hacer el gesto de un punteo con las manos vacías. Tocar la batería. Caminar al ritmo que impone la música. Sentarte en un banco y dar golpecitos con el pie o la mano. Chasquear los dedos. Sonreír. Disfrutar. Llorar. Revivir. Soñar. Pensar. Ser.
Buscar como loco en los dos mil quinientos canales de televisión que tenemos alguna película que te arrope en el momento adecuado. Esas películas pueden ser la manta que te haga sentir a gusto. Evoca sentimientos vividos cuando la viste en su momento. Quizá la veas por primera vez ahora y lo que hagas sea viajar dentro de la pantalla del televisor. Sentir que eres ese personaje, no tiene porqué ser el protagonista, y dejarte llevar. Recurrir a los clásicos. Los que tratan los grandes temas de la vida. Los que, al terminar de ver la película, te hacen reflexionar sobre tu existencia. Emocionarte ante el lenguaje visual que te lleva sutilmente donde el director ha decidido. Con el que logra empatizar con el espectador, buscando su complicidad o su rechazo. Utilizando una forma de contar, poniendo todos los detalles al servicio de la historia. Películas donde no tienen desperdicio ni un diálogo aparentemente casual y anodino. Quedarte mirando la pantalla cuando aparecen los títulos de crédito del final. Mirar hacia dentro. Llorando. Riendo. Recordando. Añorando. Viviendo.
Abrir un libro de los que tienes apilados en la mesilla de noche. Ir desechando uno tras otro. Estar en ese momento en que no encuentras el libro apropiado. Revisitar la estantería de los clásicos. Incluso de los que hace tiempo que leíste, intentando recordar cuál fue el que te hizo sentir como quieres sentirte en este momento. Mirar en el cuaderno de notas el listado de libros que te han ido recomendando, actuales o no, y leer las acotaciones hechas con los comentarios de quien te los recomendaba. Recurrir finalmente, de nuevo, a los clásicos. A leer en sus páginas tu vida. Esa que quieres estar viviendo en este preciso instante. Elegir el libro que te haga volar de nuevo. Flotar sobre sus páginas sin ser consciente de que estás leyendo y darte cuenta de que el tiempo ha pasado. Cerrar sus páginas. Sonriendo. Recordando. Visitando tu pasado. Negando con la cabeza. Levantarte e ir al cuarto de baño y lavarte la cara.
Lo que estás buscando no te lo da la reflexión, por profunda que sea, tirado en tu cama. Ni bucear en tus oscuras pesadillas. Aunque hacer esto de vez en cuando sea recomendable, no es lo que necesitas. Tampoco vagar por las calles abstraído del mundanal ruido. Huyendo de la realidad que te rodea como si eso te permitiera huir de tu propia realidad. Escuchar música es recomendable siempre porque abre tu cerebro a situaciones, sentimientos y sensaciones y eso siempre está bien, pero no es eso tampoco lo que necesitas. Ver una película no es la solución al problema que tienes en este instante. Aunque sea una película que te hace sentir de maravilla; o la que te hace llorar abrazado a tu cojín amarillo de llorar. Ir al cine siempre es una fiesta, pero, aunque sea una opción, no es lo que tú quieres en este momento. Leer un libro por raro que pudiera parecer, tampoco. Los libros casi siempre son la solución a todos los problemas, pero no al que te acecha hoy. El dolor de ahora. Te produce vértigo no encontrar la solución. Cierras los ojos. Recuerdas. Asientes con la cabeza. Sonríes.
Desbloqueas tu teléfono y buscas en la agenda. Llamas a tu amigo del alma. Ese que es amigo de verdad. No al tipo con el que te vas a tomar cañas. El amigo que te ha visto llorar o ha llorado en tu hombro. El que es el primero en felicitarte con sinceridad ante un éxito, por mínimo que sea. Ese que se pone a tu disposición sin pronunciar palabra al llegar un fracaso o un golpe de la vida. El que no hace falta que esté continuamente en tu casa, ni tú en la suya, porque con dos palabras os ponéis al día. El que sabes que es tu hermano del alma. El que según te descuelga sabe cómo estás y tú cómo está él. El que ha visitado contigo muchos de tus lugares oscuros, pues algunos son comunes. El que ha bailado contigo, cantado contigo, gritado contigo o saltado contigo escuchando las canciones que están seleccionadas en tu listado. Con el que has ido al cine a ver esa película que te va a recordar ese momento que necesitas revisitar para estar feliz. El que te ha recomendado libros, o tú se los recomiendas a él, y luego los ha comentado contigo. Sonríes convencido y le llamas. Puede haber pasado el tiempo que sea, pero tu amigo está ahí. Sabe qué decirte. Responde. Sonríes. Hablas. Os reís.