En la literatura el único tema debe ser las personas. El ser humano es demasiado complejo como para buscar en otro sitio. Tengo un mueble con bastantes cajones. En ellos se guardan los temas de los que se puede escribir. El mundo en un mueble. Abro el último, es mejor esforzarse cuanto antes para cumplir los principios de todo perezoso.

Agacharse para encontrar algo que no sabes lo que es. Un absurdo que almacena la sangre en mi cabeza y que me enrojece el rostro como cuando tenía dieciséis años y me miraba la chica de los dientes afilados y los labios blandos. Boca hecha de pequeñas heridas que yo curaba en mis sueños. Me bebí su sangre hasta el día que terminamos el instituto. Dos años de vampirismo y narcolepsia. Supero el mareo y abro ese cajón que casi toca el suelo. La coherencia ha puesto los calcetines a la altura de mis pies. Como tema es estimulante si se los pusiera ella, pero seguro que le quedan grandes, como los olvidos que nos quedan. El cajón que hay justo encima guarda fotografías, papeles escritos por mí y mecheros de cuando fumaba. Leo algunas de esas cosas y me doy cuenta de lo que siempre me ha gustado adornar la realidad. Ponerle  maquillaje a lo que ya era bello o ensuciar lo que de por sí ya era feo o miserable. La realidad la estaba viviendo y mientras tanto no se puede hacer nada. Tampoco escribir. Cuando escribo algo, siempre es diferente a como ocurrió en mi imaginación. En las fotografías siempre salgo con los ojos muy abiertos. Es un deseo de que la imagen entre en mí y transformar su realidad. El resultado es sorprendente. Nunca recuerdo mi estado emocional cuando me veo en ellas. Sobre todo en las más antiguas. Parece que pensara en cosas muy interesantes, pero supongo que lo que quería era acabar con ese estado de congelación prendiéndole fuego al cigarro de turno. Bien hilado, aunque esté mal que sea yo mismo el que lo diga, para hablar de lo que quedaba en ese cajón. Decenas de mecheros, de todos los colores, publicidades y marcas imaginables. Creo en las casualidades de los demás, pero no en las mías. Yo llegué a un trato con el azar para controlar entre los dos mi vida. No sé si quiero quemar mis fotos y mis escritos ni por qué dejé los mecheros al lado para facilitar la acción. Aunque sería una solución perfecta para mis problemas futuros. El resto de cajones están cerrados con llave. Sé que están vacíos, pero abrirlos me da miedo. Escribir sobre lo que no se conoce es más peligroso aún. Cajones vacíos. La nada es enorme. Da vértigo escribirla. Es el momento de parar y bajarme de la frase.

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Mi nombre es Manuel Galvez Giral. Soy de Zaragoza y vivo en Madrid. Me gusta leer y escribir. Necesito leer y escribir. Me gusta aprender de quienes escriben mejor que yo, que por suerte es mucha gente, la mayoría. Sé que pronto publicaré mi primera novela. Lo que no sé es cuando. Quedé finalista del concurso de relatos del barrio de la Guindalera en Madrid hace un par de años. No podía ganar ya que no me había apuntado a los cursos de escritura creativa que organizaba la asociación cultural del barrio. Eran y son de pago. A mí no me gusta pagar para ser timado. He participado en un libro de relatos de autores aragoneses donde cada uno daba su punto de vista sobre cómo ve la tierra donde hemos nacido (Enjambre, editorial Comuniter). Soy zaragocista, y sobre todo me gusta ser merecedor de la confianza que se tiene en mí. No hay santa como la que te lo da todo y no te lo quita.