La España canallita a mí no me da para un relato, sino para para divagar en una especie de ruedo ibérico, un rosario de ideas y conceptos que dan vueltas en mí cabeza y que intentan explicar cómo veo esta tierra donde nací y en la que vivo. Una España la actual, pendenciera, cruel, pero también bella, epatante, en definitiva canalla. La contaré de la misma manera que soy y que la veo, a veces se confundirán, se mezclarán unas con otras de manera interesada, o mejor dicho porque me interesa a mí. En España no se puede ser de otra manera que canallita. Me lo llevo a todo a mí terreno, uno tan grande como España, con sus bares, sus putas y camellos, sus jefes, sus cobardes empleados y sus empleos que no valen para nada. El oficio con más sentido en España es el de escribir, y más cuando te pagan por hacerlo. Cuando tienes suerte y así lo hacen, puedes gastarte los cuatro euros en un par de cañas, una para ti y otra para la rubia que te haga caso. España bebe, España se droga, a donde va señor la juventud española, esto lo cantaba Siniestro Total. Pues en 2019 la respuesta es sencilla, la España canalla, se muere por la esquinas de la soledad, de la falsa impostura de tener un millón de amigos, y no conocer a ninguno de ellos, como mucho compartir palabras a través de una pantalla y si la cosa va bien, expulsar los fluidos más íntimos que hagan un fundido a blanco de la pantalla.  Roberto Carlos fue un cabrón visionario, pero un cabrón. Un canallita brasileño, pero aquí hemos venido a hablar del español. Hay quien canta verdades y quien las ejecuta. El canallita español es de los segundos. Voy a intentar explicar España como lo haría un canallita que respeta la palabra escrita, pues en ella se encuentra la realidad de la vida. El que aquí narra solo tiene dos referentes ante los que dar explicaciones de lo escrito. Los dos que mejor contaron la España de las décadas anteriores a la actual. Uno, Francisco Umbral, España era él y su mujer. Un país contado alrededor suyo. La auto-ficción de un país a través de la biografía de un señor de Madrid nacido en Valladolid. Inventarse una vida en un país real. Hacer real una vida en un país inventado. La explicación de España por un escritor que solo le importaba él mismo y sus circunstancias. Eso es arte por escrito. La España cultural, política y social explicada de la mejor manera, la que sale de lo que ves y de cómo lo quieres ver. España tiene casi cincuenta millones de maneras de ser contada y ninguna de ellas es válida. Los españoles nos quitamos los ojos para escribir. La luz y la claridad para el texto. Y el otro, José Luis Alvite, gallego universal, escritor, empleado de banca, periodista, pero siempre columnista. El nivel superior en la profesión. Alvite llevaba al extremo lo de contar España sin mirar a otro sitio que a su alrededor. Llevó al límite lo que hizo Umbral. Si éste hablaba de sí mismo y sus circunstancias, Alvite directamente se inventó un micromundo, el del Savoy, garito inventado por su bendita cabeza, donde los personajes que entraban tenían la verdad de lo imaginado. Lo que sale de la cabeza y no se puede atrapar es lo más auténtico y real. La mirada perdida y triste de una corista en una frase de Alvite tiene más belleza, verdad, y sobretodo interés, que la vida y obra de seres tan aburridos como Albert Rivera o Pedro Sánchez. No hay banda sonora para un texto como el saxo de Coltrane envuelto en papel firmado por este gallego único. En mi cabeza empieza a sonar “My favorite things”, y todo comienza a tener sentido, hasta España.

Pero lo que une a Umbral y a Alvite, es que ambos eran ásperos y sentimentales, como siempre lo ha sido y lo es España. Nadie para explicar algo como quién comparte su esencia. Estar hechos a semejanza unos de otros. El único libro que escribió Alvite sobre su vida “real” se llamaba así, “Áspero y sentimental”, y por eso pienso que la mejor manera de contar la España de hoy, es de la misma forma. Áspera y sentimental. Y porque no sé ni quiero contarla de otra manera. Lírica, canalla y romántica. España es eso y nada más. El maestro Mariano José de Larra contándome lo que tengo que decir, pero haciéndolo a mi manera. Todos sabemos que fue el primero de los rockeros que les dio por matarse a los veintisiete años. Kurt Cobain con la ropa limpia y sin roturas. Un suicidio a la española, sin Levi’s pero con levita.

Áspera y sentimental. España es un kiwi. Esta frase me encumbra y si algún día la fama literaria me llegara, Dios no lo quiera, seguro que me recordarán por ella. España es un kiwi. Lo de áspero creo que se entiende bien el porqué. La rugosidad de su piel, la pelambrera que lo envuelve, y que se convierte en una barba de varios  días imposible de besar por su amada. Besar un kiwi es tan absurdo como intentar besar a España. Los labios se te llenan de un pelo afrutado como el que nace de algunas mujeres-árbol, en cuyas ramas me astillo hasta dejarlas calvas. A España le gusta que le tiren de la melena, colgarse de un pelo que no se acaba nunca y del que siempre nacen nuevas extensiones. Pero España es una sorpresa porque el kiwi también lo es. Una vez “afeitado”, esa fruta con sabor a país sentimental, es de una dulzura que termina haciendo daño, que produce dentera porque no te la crees. Larra fue el primer “frutero” español  que se suicidó por ello.

España no es. Concepto demasiado filosófico cuando he comenzado hablando de un kiwi para explicarla. En la literatura universal quedarán la magdalena de Proust y el kiwi de Manuel Gálvez. España no es. Es el país perfecto, pues está siempre puesto en duda. España son todas las preguntas que no tienen respuesta. Preguntarse sobre ella, es lo que la hace real.

España imaginada. Una ilusión eléctrica  donde vivir. En España no hay nada corriente. Una pesadilla que hoy Goya no tendría los cojones de pintarla. Una música que taladraría sus oídos. Una España perversa que hace por ser escuchada ante los tabiques más inexpugnables. Una España canalla en la que si se enteran de que tienes hemorroides no pararán hasta darte por el culo a base de bien.

No olvidemos que España es un kiwi. Una vez pelado, se llena de un verde, claro como los prados asturianos que se reflejan en un espejo hecho de lluvia celestial. A los asturianos no les gusta que se diga que en su región está lloviendo casi siempre. Y tienen razón. En Asturias llueve cuando toca, pues su cielo es sabio y sabe cuándo debe parar. Asturias es parte del kiwi, verdosa, de lluvia de agua dulce y cuando escampa, en el centro de su cielo se forma un sol oscurecido de pájaros negros.

España Áspera y sentimental. Sin remedio. Elegante, lumínica, dolorosa. España religiosa, donde hay muchas vírgenes y todas cansadas de follar. España futbolera, el Madrid de Florentino practicando su fútbol de IBEX 35. Los ladrones van a la oficina o al palco del Bernabéu, lo que les coja más cerca. El Barcelona con su dictador bajito y de voz silenciosa, demostrando el club español que no puede evitar ser. Todo nacionalismo es nostálgico de las dictaduras que no pueden implantar. Messi y Franco juntos tienen el mismo carisma que un servilletero. Un argentino que no habla es un bulto sospechoso. Un país que no deja de hablar de un dictador muerto es sospechoso de ser todo él, un bulto. Estoy hasta los cojones de Franco. Hasta los franquistas lo están. El canallita no tiene ideología, bastante tiene con sobrevivir a ellas. Por eso puede votar a cualquier partido. España canallita, pero siempre contradictoria.

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Mi nombre es Manuel Galvez Giral. Soy de Zaragoza y vivo en Madrid. Me gusta leer y escribir. Necesito leer y escribir. Me gusta aprender de quienes escriben mejor que yo, que por suerte es mucha gente, la mayoría. Sé que pronto publicaré mi primera novela. Lo que no sé es cuando. Quedé finalista del concurso de relatos del barrio de la Guindalera en Madrid hace un par de años. No podía ganar ya que no me había apuntado a los cursos de escritura creativa que organizaba la asociación cultural del barrio. Eran y son de pago. A mí no me gusta pagar para ser timado. He participado en un libro de relatos de autores aragoneses donde cada uno daba su punto de vista sobre cómo ve la tierra donde hemos nacido (Enjambre, editorial Comuniter). Soy zaragocista, y sobre todo me gusta ser merecedor de la confianza que se tiene en mí. No hay santa como la que te lo da todo y no te lo quita.