«Tragedia en el cortijo El Jardinito. El miedo de Braulio. Las últimas palabras de la casera. La niña escondida en la tinaja. Un criminal que fue derecho a los ahorros. Insólita decisión en la historia de la tauromaquia. El criminal llevaba veintitrés duros de plata».

Francisco Pérez Abellán. Crónica de la España Negra.

Finales de mayo de 1890. Las dos de la tarde. Córdoba. En una casa cuartel. El calor es latente. Las chicharras montando un concierto que parece que va a ir para largo. Ante una mesa, un par de civiles comen. El salmorejo con la que está cayendo se agradece. Un par de chatos de vino junto a la escudilla, para ayudarlo a pasar por si hace bola. Y en mitad de todo esto, un tipo que entra corriendo como alma que lleva el diablo. Y a juzgar por su gesto y lo que cuenta, ha venido directo del averno. Habla deprisa, y al uniformado que le está escuchando le cuesta seguirle. Trata de calmarle mientras manda a uno de los que estaban comiendo para que se vaya a avisar al oficial al mando, el teniente Paredes. 

Algo más sosegado, pese al faranduleo que llega de la calle, que estamos en plena Feria de la Salud y ya se sabe, a lucir palmito y jugarse la insolación que quedarse en casa —y más con la que está por venir esta misma tarde: Espartero, Lagartijo y Guerrita compartiendo cartel—, el hombre, Braulio de nombre y esquilmero en El Jardincito para más información, repite lo que acaba de decir: todos muertos. Están todos muertos. Y empieza la lluvia de detalles y con ésta la alarma sonando en la cabeza de los beneméritos a cada nombre que su visitante pronuncia: Pepo Vello, Rafael, la señora Antonia, las niñas…

Casi no le dejan terminar. A toda prisa montan los caballos y salen a galope de allí. El ambiente es seco y el olor a sudor, excrementos de animales y orina en los callejones es casi masticable, con el zumbido de las moscas compitiendo con el retumbar de los cascos de los equinos que resoplan próximos a reventar de un soponcio. Hasta que llegan al cortijo El Jardinito, propiedad del duque de Almódovar del Valle. Lo primero que hacen es desmontar y empieza la inspección ocular de la zona. Aunque tampoco es que tarden mucho en encontrarse con el primer cuerpo. Se trata de Pepe Vello, el guarda, o más bien lo que queda de él, con un disparo en mitad del pecho y un charco de sangre empapando el suelo del olivar. Un poco más adelante, más de lo mismo, Rafael Balbuena, el que era el arrendador, con el pecho aligerado a golpe de cartucho y un par de moscardones almorzando encima de él. Las cosas pintan crudas y la peste a sangre a medio coagular que cubre la zona como una mortaja tibia, no les hace presagiar nada bueno.

Aunque las cosas cambian un poco cuando, siguiendo las indicaciones de Braulio, se encuentran con la casera del cortijo, Antonia Córdoba. Su pecho está intacto. Su gaznate no tanto y está en las últimas. Pero aún así, saca fuerzas de no se sabe dónde para decirle al teniente Paredes algo que suena a Cintas Verdes. Sin tiempo de asimilar lo que acaba de oír ni hacer memoria de alguien que corresponda a ese apodo, entran en la casa. Los guardias que le han avisado están blancos como el papel y no es para menos. Nada más entrar se encuentra con el cuerpo de dos niñas degolladas de un tajo certero y limpio. Todo lo demás que encuentran en la casa, apunta a que la causa de las muertes son daños colaterales de un intento de robo. En el dormitorio principal reina el caos. Todo son cajones y muebles astillados, objetos tirados por el suelo, y en un rincón, un arcón metálico que a todas luces ha sido apalancado y vaciado. Es la hora de volver al puesto de guardia, dejar un retén a la espera de que lleguen el médico y el juez de turno y empezar a trabajar.

O eso es lo que piensa Paredes cuando algo que parece el maullido de un gato procedente de una tinaja les pone en alerta. Temerosos de comerse un par de zarpazos para acabar la jornada, dos guardias la destapan, y de dentro emerge una niña pequeña. Llora y tiembla llamando a su mamá. La situación les desborda. Poco a poco, con la ayuda de Braulio que parece tener buena mano para esto de los niños, logran calmarla y que les cuente qué ha pasado allí. No obtienen gran cosa, salvo que Cintas Verdes es malo. Y eso es todo. Las conclusiones a las que llega el teniente Paredes son reducidas. Alguien que responde a algo que suena parecido a Cintas Verdes está detrás de todo eso y, aquí las cosas se tensan un poco, debía de conocer la casa a la perfección porque después de los asesinatos, ha ido derecho al dormitorio donde, cabría esperar, sabía que se guardaba el dinero. No hay a qué agarrarse y más con el caos que reina en la ciudad con esto de la Feria. 

Y por ahí van a ir los tiros. Con la Feria y la corrida que está por librarse esa misma tarde, o al menos, es lo que intuye Paredes. Llamémoslo intuición o golpe de suerte. El caso es que no se anda por las ramas, agrupa a sus hombres al llegar al cuartel y da instrucciones concisas: que se expriman los sesos haciendo memoria si les suena un tal Cintas Verdes o algo que pueda sonar parecido. Y mientras sus pupilos hacen los deberes, él no pierde el tiempo. Nuevo galope por las calles hasta la plaza de toros. Allí la expresión buscar una aguja en un pajar cobra sentido a sus ojos, pero aprieta los dientes, se recoloca el barboquejo, que con las prisas se le había movido un poco y le pellizcaba en la barbilla, y en estas que se encuentra con un grupo de municipales de servicio a pleno sol. Desmonta y se acerca a ellos. Saludo marcial, buenas tardes, ¿cómo va la tarde? y una vez roto el hielo, entra a matar preguntando por el nombre que le retumba en la cabeza. Uno de los policías se rasca la nuca y frunce el ceño, haciendo memoria. Hay suerte. Por Cintas Verdes, o sucedáneos, no conocen a nadie que responda a ese nombre. Pero si Pepillo Cintabelde, un antiguo compañero nuestro, que le echaron del cuerpo por ladrón, entre otras cosas. Ahora vive con una mujer por aquí cerca, ¿qué ha hecho ahora ese pobre diablo?

No están las cosas para andarse por las ramas y sin perder un minuto, Paredes coge de la pechera al municipal que ha hablado y le dice que le lleve a casa de Cintabelde, que por el camino le pone en antecedentes. Antecedentes que se convierten en pruebas cuando llegan allí y encuentran una camisa repleta de salpicaduras de sangre y un pistolón con pinta de haber sido disparado recientemente a juzgar por el pestazo a pólvora que suelta. Y con las mismas que han llegado, se van. Queda un rato para que acabe la faena taurina y hay que atar muchos cabos. No pueden dejar que se les escape entre la muchedumbre el asesino. Y así se lo hacen saber al gobernador y las medidas que se toman son únicas. Obligar a salir a los asistentes en fila india por una única puerta, bajo la atenta mirada de los guardias civiles que se han desplazado a la zona y los antiguos compañeros del sospechoso que esperan a porta gayola su salida del coso.

Las quejas y los lamentos sustituyen a los debates que cabría esperar cuando el respetable abandona la plaza. Y en mitad de este goteo continuo y que parece no tener fin, el sospechoso es detenido. Tampoco es que oponga resistencia. Es un tipo curtido en la vida y así lo hace saber cuando le interrogan y presume de haber estado sableando a la Antonia durante años, y que precisamente hoy, le negó unos duros para ver a esos tres fenómenos en el ruedo. Y claro, le hirvió la sangre y lió la que lió. 

Hasta ahí los agentes que le custodian no sienten ni frío ni calor. Crímenes de este tipo han tenido para dar y tomar. Lo que les hace tragar saliva y apartar la mirada es el escuchar la frialdad con que les dice que lo de las las niñas fue porque tenían lengua, como los adultos, y no quería dejar testigos. 

Aunque esta frialdad le durará poco. En concreto hasta que le lean la sentencia a garrote por las cinco muertes, le entre un ataque de flojera y se desmaye. Ahí la hombría pasará a un segundo plano y más aún cuando el verdugo le ponga la capucha negra, su lengua se tiña de azul y sus maneras de hombre de mundo se deshagan entre espasmos al mismo tiempo que un chorro caliente de orina ponga punto y final a su existencia.

 

Fuentes:

Crónica de la España Negra. Francisco Pérez Abellán. Págs.149-253

https://istopiahistoria.blogspot.com/2016/02/el-crimen-de-cintas-verdes-cordoba-se.html

https://www.eldiadecordoba.es/cordoba/asesino-recreo-suerte-Tejares_0_356664457.html

http://sevilla.abc.es/andalucia/cordoba/20150512/sevi-cronica-negra-cordoba-201505111822.html