Estamos a mitad de una entrevista que Ana Pastor le hace a Pablo Iglesias. La cosa transcurre con la normalidad clásica en estos encuentros: caras enfadadas, preguntas que pisan respuestas, respuestas que son avisos a navegantes, ambiente enrarecido…vamos, el show habitual. Y entonces, sin que nadie lo esperase, ambos (entrevistadora y entrevistado, o viceversa) sacaron a relucir un libro. Un libro. Sí, sí, en la pequeña pantalla. Echándose en cara el uno el otro, además, las cosas que en él se decían, porque la televisión es así de espectáculo. La obra en cuestión se titula “El Director”, y se ha editado por Libros del K.O. hace apenas un mes.
Desde entonces, el éxito. Primeros puestos en la lista de los más vendidos (por encima de engendros como el de Sánchez Dragó sobre ese-señor-del-que-usted-me-habla), polémicas en los medios, reproches, halagos. De todo eso y algunos otros asuntos (no esperen ortodoxia) nos habla David Jiménez (Barcelona, 1971), que es autor de “El Director” y fue director, a su vez, de algo tan grande como El Mundo. El periódico, digo. Imaginen la de cosas que tiene para contar. Muchas las comentamos aquí. Otras tienen que paladearlas en su fantástica obra. Lectura obligada.
Luego no se me quejen por estar fuera de onda.
Tiempos turbulentos
¿Por qué cree que pensaron en usted para dirigir El Mundo? Quiero decir…se escapaba un poco de la elección clásica. Es más, ¿cree que fue su nombre el primero de la lista o llegó por la renuncia de otros?
Mi nombramiento sorprendió, porque mi perfil de reportero y corresponsal no era el clásico para un puesto que tiene mucho de político en España. Supongo que había otros candidatos. Al principio pensé que fui elegido por mi perfil internacional, mi paso por Harvard y mi experiencia como reportero, para hacer un periódico nuevo y transformador. Pero tras un año en el cargo parece claro que lo que buscaban era alguien manejable. Se equivocaron.
¿Cuál piensa que fue su gran error durante el tiempo en que fue director de El Mundo?
Cometí suficientes como para no poder elegir uno. El primero, y quizá el que marcó lo que vendría después, fue elegir a mi equipo directivo sin antes conocer bien la redacción. Llevaba 20 años fuera de España y debí haber esperado a tener una mejor idea de las personas.
En un momento dado habla de su poca capacidad para delegar, de su necesidad de supervisar todo, y como eso quizá iba en contra del buen funcionamiento del periódico…Me recuerda un poco a la meticulosidad de Felipe II en el siglo XVI, que al final resultaba negativa para la Monarquía. ¿Cree que en la actualidad es preferible un “director gestor y organizador” antes que un “director periodista”?
Cuando tienes un equipo de confianza a tu alrededor, delegas más. Si además ese equipo es leal, mejor todavía. En El Director se ve claramente que no todo el mundo en el staff estaba de mi lado. Algunos habían visto mi ascenso como una amenaza para sus ambiciones e hicieron lo posible por descarriar el proyecto. Es parte de la naturaleza humana. Mi gestión de la redacción, por supuesto, podía haber sido mejor. Creo que el día que llegué al puesto no estaba preparado para liderarla. Cuando fui despedido ya sí.
«Mi primer error , y quizá el que marco lo que vendría después, fue elegir a mi equipo directivo sin antes conocer bien la redacción. Llevaba 20 años fuera de España y debí haber esperado a tener una mejor idea de las personas»
Me llama la atención que en el libro se combinen nombres reales con apodos…siendo los segundos inmediatamente reconocibles hasta para quienes no están dentro del mundillo. ¿Por qué esta dualidad?
Todos los personajes van con nombres y apellidos reales, salvo las personas que todavía trabajan en El Mundo. De todas formas, el quién me parece irrelevante para la historia que se cuenta. Es más importante qué se hizo y por qué.
Voy a ser un poco malvado…¿disfrutó inventando algunos de los apodos que aparecen? Porque yo lo hubiera hecho con una sonrisa en el rostro, la verdad…
(Risas). No, no disfruté. Busqué motes que reflejaran el carácter de las personas de la redacción: El Cardenal, Rasputín, La Digna… Esos nombres han hecho que la historia enganche a lectores que nada tienen que ver con el periodismo. Es curioso, la gente me dice: «En mi hospital, mi despacho de abogados, mi empresa… hay los mismos personajes». Las intrigas de una redacción se viven en muchos otros lugares, aunque quizá son algo más intensas entre periodistas porque el ego y la rivalidad son mayores.
Afirma que el Gobierno Rajoy llevó a cabo el mayor ataque de la democracia contra la independencia periodística. Ahora lo ve desde una cierta distancia pero ¿cree que la situación ha mejorado en la actualidad? ¿O solamente han cambiado los nombres?
Ha mejorado, aunque persisten inercias, ataduras y presiones que son parte del sistema. La dependencia del poder no se ha roto. Pero las presiones para forzar el despido de periodistas o colocar a tertulianos han bajado. RTVE está en manos de periodistas, no de políticos. No hay garantía de que eso dure, por eso es necesario garantizar su independencia más allá de la coyuntura o el político de turno. Los grandes empresarios y políticos siguen sin entender el papel de la prensa en democracia.
Casi una estrella invitada en el libro es el ex ministro del PP Jorge Fernández Díaz. Por lo que cuenta su fervor religioso no es ni mucho menos impostado. ¿Cree que esa profesión tan marcada actuaba en su contra a la hora de ejercer un cargo público de tal importancia?
Me parece estupendo que uno sea religioso, todo lo religioso que quiera, pero cuando esa devoción te lleva a dar una medalla al mérito policial a La Santísima Virgen de los Dolores de Archidona están poniendo tus creencias por encima no solo de la razón, sino del concepto secular del Estado. La pena es que su cristiandad no se trasladará a su comportamiento. Porque más allá de sus creencias, el ministro era una persona incapacitada moralmente para el cargo, que utilizó el dinero público para crear una policía paralela que se encargaba de destruir a adversarios del partido, entre otras cosas.
«Jorge Fernández Díaz era una persona incapacitada moralmente para el cargo, que utilizó el dinero público para crear una policía paralela que se encargaba de destruir a adversarios del partido, entre otras cosas»
Precisamente Fernández Díaz llega a decirle, según se puede leer, que Antena 3 y El Mundo están en la mira del Gobierno, dando a entender que los demás o bien reman a su favor o los da por imposibles. Esa misma sensación ¿se tiene dentro del periodismo? Es decir, ¿todos sabéis de qué equipo es la camisa que defiende vuestro medio? No digo ideológicamente (que también), sino desde una vinculación casi, permítame la expresión, contractual.
España siempre ha tenido una prensa de trincheras, donde cada diario o medio apoyaba a un partido en contra de otro. El periodismo independiente, no ideológico, ha sido una rareza. El Mundo tuvo una época en que se distinguió por distanciarse de partidos y golpear con sus exclusivas a unos y otros, pero eso se fue perdiendo. Ese espíritu era el que yo quería para el diario. Tratar la información desde la imparcialidad y separarla radicalmente de la opinión y los editoriales. Es un concepto que chirría en el periodismo nacional y que los editores no quieren. A veces ni los lectores, que reclaman un posicionamiento claro en favor de un partido, como si fuera su equipo de fútbol.
Política y otras artes
Me ha sorprendido que en su obra las únicas personalidades “públicas” que le llaman directamente para disculparse por una crítica sean Felipe VI y Letizia Ortiz. ¿Es así, o concurrieron otras disculpas, en otros momentos, que usted decidió no incluir en el libro? Y en caso de ser los únicos, ¿aventura una hipótesis sobre la causa?
No recuerdo ninguna otra ocasión. Tengo un buen concepto de Felipe VI y doña Letizia, a pesar de que en una columna en The New York Times pedí un referéndum sobre la monarquía. Durante mi año como director recibí presiones de políticos y empresarios, pero nunca de los Reyes.
En un momento dado habla del inmenso poder (y el gran intervencionismo) de Florentino Pérez. A su juicio, ¿ambos son específicos de esa persona, o realmente el deporte, sobre todo el fútbol, ha amasado tanta influencia que se puede permitir el lujo de dictar portadas y contenidos?
Florentino Pérez es uno de los personajes más poderosos del país y de los que más negativamente utiliza esa influencia. En El Director se cuenta que fue decisivo en el despido de dos directores.:Oscar Campillo en Marca y Pedro Cuartango en El Mundo. Parte de ese poder viene de su posición como presidente del Real Madrid y parte de su imperio empresarial. Y una nada desdeñable del establishment que ha creado alrededor del palco del Bernabeú, donde corteja a jueces, políticos, empresarios y periodistas. Es decir, el señor Pérez condiciona e influye porque otros están muy dispuestos a dejarse condicionar a cambio de entrar en ese espacio de privilegio.
En su opinión, ¿por qué Florentino Pérez se lanzó a presidir el Real Madrid? Replanteo la pregunta…¿cree que detrás de esa decisión solo había un interés deportivo, de mero aficionado?
Supongo que le gusta el fútbol (risas), aunque tampoco creo que esa esa la razón principal. Ser presidente del Real Madrid le otorga influencia y poder. Además, creo que su gestión ha sido buena y que profesionalizó el club. Por eso es tan ridícula su obsesión con los medios y su persecución de periodistas críticos, por innecesaria. Florentino Pérez es de los que leen hasta los pies de fotos.
«Florentino Pérez es uno de los personajes más poderosos del país y de los que más negativamente utiliza esa influencia»
¿Qué sintió al verse convertido en (involuntario) protagonista de la entrevista televisiva que le hizo Ana Pastor a Pablo Iglesias? ¿Uno teme que en esos momentos se desvirtúe su mensaje, se maticen, corten o modifiquen sus palabras?
El Director se ha publicado en un momento en el que el papel de los medios está a debate. Supongo que fue bueno para el libro. Una vez está fuera, cada cual puede opinar lo que quiera. La opinión que realmente me importa es la de los lectores y no podían haber acogido el libro mejor.
¿Qué opina precisamente de lo que podríamos llamar “Caso Podemos”? Aun con la cautela de ser una asunto judicializado y pendiente de sentencia, claro. ¿No cree que la “construcción” de pruebas o noticias predirigidas hacia un objetivo concreto supondría, directamente, el final de profesión?
En todo caso el final de quienes participaron, conscientemente, en esa operación, sean políticos, policías o periodistas. Alguien que hace algo así no puede llamarse periodista. Ni los demás periodistas podemos permanecer en silencio, como ha pasado.
Abundando en lo anterior…¿cómo evalúa la respuesta del gremio a estas acusaciones tan graves? Desde fuera da la impresión de que se está destapando un “Watergate” y el periodismo (cierto periodismo, ciertos periodistas, ciertos medios) están más preocupados por el corporativismo que por la propia situación…
Es lo que se denuncia en El Director: el silencio de nuestro oficio mientras veíamos cómo se gangrenaba. Nos da pudor hablar de la corrupción en el periodismo, pero no en la empresa o la política. Eso tiene que acabar, porque hasta que no limpiemos nuestra propia casa no tendremos legitimidad para denunciar la suciedad en las casas ajenas. Y no recuperaremos la confianza de la gente en el periodismo. La reacción a mi libro lo dice todo del corporativismo periodístico: la crítica de algunos colegas no es que lo que se cuenta sea mentira, solo que no debería haberlo contado.
¿Qué lectura política (o de poder, que a veces no es lo mismo) podemos sacar de que “los papeles de Bárcenas” costasen el puesto a los directores de los dos periódicos más leídos del país y no al presidente del Gobierno?
Supuso la victoria del poder sobre el periodismo, lo cual es un drama en un democracia. O dicho al revés, que suena incluso peor: la derrota del periodismo frente al poder.
«Nos da pudor hablar de la corrupción en el periodismo, pero no en la empresa o la política. Eso tiene que acabar, porque hasta que no limpiemos nuestra propia casa no tendremos legitimidad para denunciar la suciedad en las casas ajenas»
Defíname con una palabra a Villarejo
Hampa.
En varias ocasiones define la línea ideológica de El Mundo como “errática”, porque atizan a todos los lados. ¿No cree, en ese sentido, que es demasiado amable? Quiero decir, la línea ideológica del periódico sí pienso que es bastante clara, otra cosa es que su trabajo de investigación haya destapado asuntos a derecha e izquierda (lo que es mérito incuestionable, ojo)
Me refería a otras épocas, no la actual. Aunque ya nadie lo recuerde, el diario estuvo en su día centrado, era editorial mente reformista, sin importar quién hiciera las reformas. No tenía miedo de criticar o alabara a políticos de uno u otro bando. Era, en cierto modo, muy libre. Y eso se reflejaba en las informaciones.
«Nos da pudor hablar de la corrupción en el periodismo, pero no en la empresa o la política. Eso tiene que acabar, porque hasta que no limpiemos nuestra propia casa no tendremos legitimidad para denunciar la suciedad en las casas ajenas»
¿Llegó a pasar miedo en alguna ocasión durante su etapa como director? Al final quienes escribimos tenemos una imaginación bastante saltarina, y hay tantos coches con cristales tintados por ahí…
Nunca. Tampoco viví situaciones de peligro. Miedo pasé al cubrir alguna guerra como corresponsal. El mayor riesgo como director era que me despidieran, poca cosa si lo comparas con que te vuelen la cabeza en Afganistán.
Habiendo estado “de visita” por al élite de este país…¿quién cree usted que realmente gobierna la nación? Si no quiere darme nombres me conformo con a qué poderes (políticos, económicos, mediáticos) pertenecen esos nombres…
El país lo dirigen un centenar de personas de la política, la empresa y los medios. Los políticos quizá son los menos importantes, porque vienen y van. Muchos de ellos aparecen en El Director y se cuenta cómo operan.
Alrededor del periodismo
¿Encuentra diferencias entre la forma de ejercer el periodismo cuando usted empezó en la profesión y ahora? Al margen de las evidentes, como la digitalización.
La rapidez y la cantidad son ahora más importantes que la calidad. Pero los medios bien dirigidos están volviendo a apostar por la calidad. Se han dado cuenta de que solo sobrevivirán si fidelizan al lector, algo que no puedes lograr con vídeos de gatitos o titulares tramposos para provocar clics. La esencia del periodismo, lo que hace una buena historia, no ha cambiado. El rigor, la credibilidad, la búsqueda de la verdad… van a seguir decidiendo quién sobrevive en esta era. El resto serán anécdotas en la historia del periodismo.
Alude varias veces a la decadencia de la prensa en papel…llega incluso a afirmar, con respecto a vuestro suplemento dominical, que hicieron “un gran periódico en papel. El mejor, quizá. Dos décadas tarde”. ¿Piensa que la tendencia es irrefrenable? ¿O podrá seguir existiendo un nicho para publicaciones en papel, quizá más “profundas”, menos apegadas al día a día, con diseños menos ortodoxos? Pienso en semanales, o mensuales. Paradójicamente parece que estos formatos atraen mucho a un (cierto tipo de) lector joven, ¿no cree?
Tenemos la manía de querer decidir en qué plataformas consume el lector la información y no depende de nosotros. Hagamos el mejor periodismo y que sean ellos los que decidan dónde y cómo lo reciben. Sí, creo que el papel sobrevivirá un largo tiempo, pero también que será, ya lo es para muchos medios, una parte minoritaria del negocio. Pero las buenas historias, los buenos periodistas, los medios honrados, seguirán haciendo su trabajo. Eso es lo importante, no que su periodismo se lea en papel o digital.
¿Es posible la supervivencia de un gran medio en la actualidad sin depender de Los Acuerdos? (Los Acuerdos es como se refiere David Jiménez en su libro a la financiación que los medios reciben por parte de grandes corporaciones en atención a favores presentes, pasados o futuros)
Ningún diario tradicional habría sobrevivido a la crisis de los últimos 12 años sin Los Acuerdos. Siguen siendo el sustento principal de muchos de ellos. La única alternativa es que tu periodismo lo paguen los lectores a través de modelos de suscripción. Pero la mayoría no ofrecen calidad suficiente para pedir dinero por su contenido. Y en España existe una resistencia cultural a pagar por información. Pero esa es la única opción: conseguir que la gente piense que lo que haces es tan bueno como para merecer pagar por ello.
«Nuestro país lo dirigen un centenar de personas de la política, la empresa y los medios. Los políticos quizá son los menos importantes, porque vienen y van»
También habla de la pérdida de relevancia de los periódicos en relación al stablishment, y llega a decir que solo tienen trascendencia en el de la capital, porque han entrado a formar parte de él. ¿Cree que los medios de carácter nacional están excesivamente “madrileñizados”? ¿Qué, quizá, las ganas de entrar en ese stablishment de la Villa y Corte los ha alejado de otros focos de interés menos fructíferos a la hora de “figurar”?
Los medios de Madrid se han mirado demasiado al ombligo, creyéndose mucho más influyentes de lo que en realidad eran. Los periodistas de la capital viven en una burbuja. Hay excepciones, pero muchos apenas pisan la calle y se relacionan solo con oros periodistas, políticos, empresarios. Viven de espaldas a la calle. Y claro, en ese círculo se da mucha importancia a lo que hacen y terminan creyendo que la gente está pendiente de su trabajo. ¿Le importa realmente a la gente lo que diga un diario? Muy poco, sobre todo porque tenemos una prensa muy sectaria e ideológica, que vive de alimentar a su militancia. La prensa ha caído en la irrelevancia y lo peor es que no se ha dado cuenta.
Habla también de una desopilante sesión de lo que podríamos llamar “coaching periodístico” (uno de mis momentos preferidos del libro). A mí me llama la atención cómo estas técnicas se van imponiendo cada vez más en todo tipo de empresas. No sé si usted comparte esa sensación…
Yo solo lo vi en la escena que se relata en el libro y creo que dice mucho de lo que se vivía en ese momento: directivos ignorantes que creían que con una sesión de coaching iban a lograr evangelizar a la redacción y lograr la transformación digital. Una que ni siquiera ellos se creían. Es un momento de humor, pero esconde cierto drama en cuanto a lo que transmite sobre el desastre interno de algunas empresas periodísticas.
¿Cree que en algunos casos se nos está yendo de las manos el artículo? ¿No hay a veces demasiados escritores en los periódicos ocupando un espacio que igual debería ser de los periodistas? Y yo soy uno de los primeros, ¿eh?, jejeje
El columnismo lleva décadas en una burbuja en España, con escritores escribiendo artículos que no dicen nada, sueldos desorbitados y status de gurús del periodismo otorgado a articulistas que no te traen un lector, no digamos ya una información o exclusiva. Internet ha desnudado al rey: ahora sabemos que la gente no los lee, pero ahí siguen. Mientras el reportero gana 60 euros por la crónica desde el frente…
«¿Le importa realmente a la gente lo que diga un diario? Muy poco, sobre todo porque tenemos una prensa muy sectaria e ideológica, que vive de alimentar a su militancia. La prensa ha caído en la irrelevancia y lo peor es que no se ha dado cuenta»
¿Se atreve a darnos algunos nombres de periodistas o medios de comunicación que se hayan mantenido al margen de los cantos de sirena de grandes corporaciones y políticos?
Solo cada uno, revisando su historial y sus decisiones, sabe si cumplió con los principios del periodismo. En España son pocos. El periodismo requiere del coraje de decir no, aun sabiendo que vas a perder. Y eso es algo a lo que pocos están dispuestos.
¿Cuál es el periódico de referencia en la actualidad? A nivel de calidad y a nivel de independencia (no sé si su respuesta coincidirá en ambos supuestos)
Para mí The New York Times. No se me ocurre ninguno en España, aunque unos son mejores que otros.
“El Director”
¿Por qué y cuándo decide escribir el libro?
Porque soy periodista y no puedo guardar en el cajón una buena historia y El Director lo es. Porque ya era hora de que alguien rompiera la ley del silencio que ha protegido a los periodistas de la crítica. Porque el oficio al que quiero está necesitados de una renovación urgente. Porque hemos fallado a la gente y solo limpiando nuestra casa volverá a confiar en nosotros. Porque quería y tengo derecho a contar la verdad sobre mi año al frente del diario… son tantas las razones para escribirlo. Supongo que decidí escribirlo el mismo día que me despidieron por hacer mi trabajo.
¿Por qué publicarlo en Libros del K.O.? Le doy la vuelta a la pregunta: ¿cree que alguna de las editoriales pertenecientes a grandes grupos mediáticos (y son varias) hubiese publicado “El Director” tal y como ha salido?
Libros del KO es una editorial valiente, pero tuve más opciones, incluida una gran editorial de un gran grupo. Muchas no se habrían atrevido, es cierto. En el KO he encontrado una editorial que, más allá de su espíritu rebelde, edita libros con el cuidado y el respeto que buscaba. Ha sido un acierto.
¿Teme consecuencias? Laborales y humanas.
Mi único temor era que el libro no gustara a los lectores. Ya en la cuarta edición, creo que ha quedado despejado.
«He escrito El Director porque soy periodista y no puedo guardar en el cajón una buena historia y El Director lo es. Porque ya era hora de que alguien rompiera la ley del silencio que ha protegido a los periodistas de la crítica»
En la mayoría de reflexiones que he leído sobre su libro se hace referencia a los problemas que tiene el periodismo con el poder. Lo entiendo, porque es lo más llamativo, lo más, permita la expresión, “mediático”. Pero yo saco también la idea de que muchos problemas del periodismo anidan dentro de la profesión. O, en otras palabras, que no necesitamos que se nos joda de forma exógena, sino que lo hacemos divinamente de manera endógena. ¿También pretendía transmitir eso con “El Director”?
El libro más fácil de escribir atacaría a los poderes y los capos de los medios, dejando fuera a los periodistas. Pero haría sido hipócrita. Nosotros tenemos mucha responsabilidad en la decadencia del oficio. No pasa nada por contarlo. En las redacciones, por ejemplo, se instalaron aristocracias y privilegios que han taponado a los jóvenes y contagiado los medios de muchos de los defectos que achacamos a la política. Esa ha sido la parte más difícil de contar, porque sabía que provocaría una reacción corporativista muy fuerte y que disgustaría incluso a amigos. Pero uno no se metió en esto para hacer amigos, sobre todo amigos que no soportan mirarse en el espejo.
La lectura de la obra deja el cuerpo exhausto, casi golpeado. Una sensación pesimista. ¿Se puede seguir confiando en el periodismo a día de hoy? ¿O tenemos que resignarnos a una nueva realidad, con medios como “brazos dialécticos” de grupos, empresas y poder?
Siempre hay esperanza de mejora, pero el primer paso es contar lo que va mal. Por eso era importante escribir El Director. Ha abierto un debate y solo por eso mereció la pena escribirlo.
Una última pregunta…¿cree que a día de hoy se puede hacer “El Normal”? (“El Normal es el periódico que David Jiménez sueña con hacer cuando llega a la dirección de El Mundo)
Las reseñas que más me gustan del libro vienen de jóvenes periodistas y estudiantes que me dicen: «Si alguna vez montas El Normal, cuenta conmigo·. Me dan ganas de lanzarme. Es una posibilidad…