¿Os acordáis de ese anuncio terrible y a la vez entrañable que hizo El Corte Inglés sobre la vuelta al colegio? El que versionaba ‘Volver a Empezar’, la canción que cantaron Nino Bravo o Julio Iglesias que, a la vez, era una versión del clásico ‘Begin the Beguine’, de Cole Porter.
Los niños eran felices, hacían bromas, se alegraban realmente de volver al colegio. Podía y puede parecer utópico. ¿Cómo iban a alegrarse (cómo íbamos a alegrarnos) los niños de volver al colegio después de un verano de tres meses?. Más utópico sería que a día de hoy nos alegráramos de la vuelta del circo político después de un mes de ansiado silencio.
Pero aquí estamos. Leyendo y escuchando sesudos análisis que intentan ilustrar la nada en la que se ha sumido la política española este periodo estival. Como cuando de pequeños escuchábamos las grandes aventuras amorosas que habían vivido en verano nuestros compañeros, en las que el artificio era tan grande que apenas se podía dudar de nada de lo que nos contaran. Eran simulacro, que no mentira, y eso las mantenía en el nebuloso terreno de lo dudable.
En este verano los políticos españoles nos han ofrecido su propia versión del simulacro. Casado volvió barbudo como Rajoy, en un claro intento de suplantación del cuajo marianesco que le llevó a gobernar siete años nuestro país sin abrir la boca; Albert Rivera ha conseguido, en la misma línea, no aparecer durante más de un mes y darle a sus votantes la esperanza de que hubiera encontrado la paz mental que tanto parecía necesitar en los últimos compases del curso político anterior; en Vox, Santiago Abascal acompañó a Morante de la Puebla en su corrida (más bien deslucida, según los expertos) en la Plaza de Toros de El Puerto de Santa María, haciendo casi imposible distinguir a uno del otro en la foto que colgó el líder del partido verde en su Instagram, salvo por el traje de luces. Aventuro una petición de intercambio de papeles por parte de Abascal: a partir de septiembre, Morante ocupará el escaño del de Vox en el Congreso y Abascal se dedicará a contentar a los morantistas en los ruedos. Probablemente estén más capacitados a día de hoy para esas labores que para las propias de su posición. Pablo Iglesias ha vuelto a hacer sus dos cosas favoritas en el mundo, tener hijos y pasearse por los programas veraniegos a ser el que fue, el indignado profesor de ciencia política que señalaba los errores del sistema, como si el chalet hubiera dejado de existir, y hubiera pasado lo mismo con su rechazo a una oferta que ahora mismo firmaría para formar un gobierno de coalición que el último en discordia, Pedro Sánchez, ya no ofrecería ni en sueños. Sánchez (¡oh!) va camino de conseguir ser el maestro del simulacro, Neo en Matrix, Mickey Mouse en Disneyworld, el único Presidente del Gobierno que jamás existió.
Baudrillard sabe mejor que nadie (salvo Iván Redondo) que en el simulacro la imagen es lo más importante, y Pedro Sánchez ha conseguido que apenas dos años después de recorrer España en un Peugeot, parezca que, de pequeño, jugaba a las carreras con el coche oficial.
Los niños del anuncio de este año de “la vuelta al cole” de El Corte Inglés ya no ríen ni cantan, ni hacen bromas, ni pasean por los pasillos del colegio: ahora dan mítines reivindicando cosas, pidiendo a los demás que se lo pongan fácil.