Conseguimos ponernos a follar. Hacía más frío que otras navidades. Ella se encargaba de quitar la calefacción antes de que nos metiéramos en la cama. Sus manos frías me acariciaban buscando un calor que se había perdido hace tiempo entre esas sábanas. Nunca ha sabido que yo no llevo el fuego pegado a la piel. Mi único lugar encendido está bajo ella. Y ella nunca supo tocármela, aunque esta frase se repitiera de forma afirmativa en su boca cuando su vaciedad se lo permitía. Lengua de nieve que se derretía. Chapoteábamos sobre aguas distintas. Tu madre liquidaba mis pocas ganas de celebrar la Nochebuena con tu familia. Como siempre, supo destapar el tarro de las esencias. Y nunca mejor dicho. Sacó a relucir la mejor de sus virtudes que consiste en ponerme de muy mala hostia. Han pasado muy pocas horas y aunque tú ahora trates de alegrar mi entrepierna con tus guantes de hielo, no puedo evitar enfurecerme y que mi sangre hierva por lugares distintos a los que deseas.

Acabo de decir que tu madre había destapado el tarro de las esencias y que esa expresión estaba mejor elegida que nunca. Nunca sé que regalarle a tu madre. Yo no le regalaría nada, nunca, pero tú te empeñas en que tenga algún detalle con ella. Es increíble cómo te queman los pezones cuando los acercas a mis labios. Quería joderla, me refiero a tu madre, el vaho de tu boca llena de niebla la habitación y hace difícil la cópula. Molestarla con un regalo en que quedara claro que no me había preocupado nada en buscarlo. Ningún regalo huele peor que un perfume impersonal. Y fui a la perfumería donde tú te compras los artículos de higiene y también tu perfume. La dependienta me reconoció, alguna vez me has pedido que te acompañe para elegir algún aceite corporal que me gustase con el que poder masajearnos después. Sabes que no me gusta que una desconocida sepa qué tipo de ungüentos utilizamos para acariciarnos en nuestras noches siempre frías. Te empeñas en olores cítricos y es por eso que nuestra relación se ha estancado en algo agridulce. A veces me siento como si exprimiera un limón cuando acaricio tu cuerpo con ese aceite infernal. Que te saliera piel de naranja fue una ironía del destino que estaba escrita. A veces me dices que elija yo alguno que sea comestible y siempre me decanto por la fresa ácida. Me recuerda a tu lengua de rosa y esparto. Justo ahora la siento en mi ombligo que se hace un bloque de hielo tras tu paso.

No es fácil ordenar las ideas cuando las quemaduras de mis labios me recuerdan que tus pechos insisten en ser cogidos por mis manos de dedos finos, cada vez más consumidos por su fuego. Pensé que comprarle uno de estos aceites a tu madre  para que los utilice con el cadáver de tu padre le iba a sentar mal y que seguro que lo malinterpretaría. La necrofilia necesita de un humor muy vivo que tú madre no tiene. A veces envidio a tu padre, pero en cuanto salgo de la casa de tu madre se me pasa. Pensé entonces en regalarle tu perfume. Es el único que se me queda en la memoria. Cada olor es un recuerdo, una sensación asociada a su poseedor o poseedora. Y yo cuando te huelo me acuerdo de tu madre y de que llegará la Nochebuena con su fragancia mil veces repetida en mis pobre fosas nasales. Me parecía divertido que tú madre oliera como tú, que me provocara dentera, como ahora, cuando tu boca intenta acercarse a mi sexo quitándose la niebla a bocados. Asociaros, haceros una, intentar olvidar de mi mente ese olor de colonia dulzona típica de las mujeres mayores que se huele a kilómetros de distancia. Y eso que tú madre todavía no es mayor, pues el próximo año cumplirá  sesenta años. Tu padre era más viejo cuando murió con cuarenta y cuatro. No le conocí, pero las fotos no mienten. El brillo de tus ojos levemente etílicos, iluminan esta habitación oscura y todavía fría, y consiguen que mi cuerpo se anime y quiera jugar a enganchar con el tuyo. Es indispensable beber cada Nochebuena en la casa de tu madre para pensar que todo ha sido un mareo desagradable que se pasa al sentir el aire frio de la calle. La primera encargada en vomitar es ella durante toda la cena un montón de frases que la hacen quedar en evidencia y recordar porqué pienso que es una bruja. Habla de política, tema siempre complicado en estas cenas familiares. Dice que es española y que por eso se alegra de que haya subido tanto ese partido que prefiere la película en versión original pornográfica a subtitulada. Yo que creía que para ser español solo había que nacer en España o nacionalizarse. La pobrecita lee el periódico afín a sus ideas y así piensa que está informada y que puede hablar de cualquier tema. Su padre le dejó una buena herencia y desde entonces se dedica a leer best sellers que tampoco entiende.

Decidí que tampoco era buena idea regalarle el mismo perfume que tú usas. Me gusta tanto cuando haces esto que estás haciendo ahora mismo, te pones de lado y subes una de tus piernas para crear el arco perfecto, una construcción de placer maciza y sólida, mientras acaricias en círculos concéntricos el pelo de mi nuca. Recordé entonces, que tú a veces utilizabas mi colonia para recordarme durante el día o cuando discutíamos, si, sé que son muchas veces y que todavía nos pasa, y estábamos varios días y a veces hasta semanas sin vernos. Entonces tu madre te decía que no entendía porque me llevabas encima. Ella realmente era más explícita y su frase textual era: “Parece que te guste estar marcada por la meada de ése”. Tú me contabas todas estas cosas cuando nos reconciliábamos y nos prometíamos que no nos íbamos a enfadar más. Sabemos que nos mentimos, pero que es el amor si no la mentira más grande y cuanto más dure, mejor. Eso sí, las mentiras deben ser sabidas por ambas partes. En el amor lo que no se perdona es la mentira que no te esperas.

Y sí, compré mi colonia para regalársela a tu madre. Nunca iba a echar una meada más placentera. Ver los ojos que ha puesto al quitarle al paquete el papel de regalo, ha sido parecido a ver la tuya en este momento. Mirar la felicidad o el horror puede ser igual de placentero. Sé que no te ha hecho gracia que lo hiciera. Tu lenguaje no verbal era de enfado, pero tus manos calientes jugaban con los hielos de la cubitera donde descansaba una botella de cava extremeño. Después me has guiñado un ojo y el calor abrasaba mi cuerpo. Decirte que tenía un asador entre las piernas cuando colocaste la cubitera sobre mis piernas,  sé que no es ni poético ni romántico, pero las chispas de mis ojos se mezclaban con tu mirada burbujeante. Cuando acabamos con el extremeño, abrimos el catalán que yo había traído, fue entonces cuando tu madre se fue a dormir. Cuando nos bebimos nuestros sueños decidimos irnos a casa.

Naranjas, limones, fragancia masculina y femenina mezclada en tu cuerpo, manos de nieve, tu lengua que es flor y fresa helada, cava español en la comisura de mis quemaduras, pezones que insistes que me beba, todo eso eres tú en esta Nochebuena de termostato variable que espero que sea eterna.

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Mi nombre es Manuel Galvez Giral. Soy de Zaragoza y vivo en Madrid. Me gusta leer y escribir. Necesito leer y escribir. Me gusta aprender de quienes escriben mejor que yo, que por suerte es mucha gente, la mayoría. Sé que pronto publicaré mi primera novela. Lo que no sé es cuando. Quedé finalista del concurso de relatos del barrio de la Guindalera en Madrid hace un par de años. No podía ganar ya que no me había apuntado a los cursos de escritura creativa que organizaba la asociación cultural del barrio. Eran y son de pago. A mí no me gusta pagar para ser timado. He participado en un libro de relatos de autores aragoneses donde cada uno daba su punto de vista sobre cómo ve la tierra donde hemos nacido (Enjambre, editorial Comuniter). Soy zaragocista, y sobre todo me gusta ser merecedor de la confianza que se tiene en mí. No hay santa como la que te lo da todo y no te lo quita.