En la parada de autobús próxima a su casa un chico no aparta la mirada de la pantalla de su móvil. Intenta esquivar los rayos de sol para que no se formen reflejos que le molestan la vista. Tras su barba incipiente y sus gafas de pasta unos ojos verdes miran sin desmayo su pantalla de cinco pulgadas. Está navegando por sus redes sociales mirando las fotografías que otros usuarios han colgado. Es aficionado a la fotografía y así, dice, aprende de otros mejores que él. Así, mirando las fotografías de otros, se topa con una que no es bella ni está bien encuadrada. Es la fotografía de un charco en el que se refleja una scooter. Adornando la fotografía una frase extraña: «La felicidad es ver en tus ojos el reflejo de mis sueños». La descarta y continúa mirando. Pero la frase se ha alojado en su cerebro y rebota una y otra vez haciendo que tenga que volver al perfil que la contenía. Investiga en el perfil y en él encuentra frases que le encantan y que repite como un mantra cuando la conversación lo requiere y empieza a interesarse aún más por la tal Verónica que forma el perfil. Absolutamente convencido pide ser amigos.

La chica está en el andén del metro aguardando a que llegue el convoy que la llevará de vuelta a su casa. Entra pesadamente el tren. Entra rauda para asegurarse un asiento que ha visto vacío. Va sola. Se sienta. Selecciona una playlist de su Spotify y empieza a escuchar música por los auriculares inalámbricos bluetooth. Mira desde su asiento a los demás viajeros de su vagón con una sonrisa de satisfacción. No ve nada interesante y empieza a mirar sus redes sociales. Tiene una solicitud de amistad de alguien que no conoce. Empieza a investigar su perfil. Tiene fotos muy chulas de lugares que ella también ha visitado. Comienza a inventarse una historia paralela de ese tal Adolfo que firma el perfil. Inadvertidamente acepta su amistad. Se alborota al darse cuenta. Si alguien hubiera estado pendiente de ella se habría dado cuenta de que se había ruborizado. ¿Será una señal del destino? Se preguntaba. Fijándose cada vez más en las fotos que Adolfo tenía en su perfil. ¿Seremos almas gemelas? Se dijo sonriendo.

El chico se apeó del autobús y entró a toda prisa en la estación de metro en dirección a su casa. Llevaba unos enormes auriculares blancos para aislarse de la gente. Vio un parpadeo en su pantalla. Era un mensaje por messenger de Verónica. Preguntaba si él creía que podían ser almas gemelas. ¿Por que no? Respondió Adolfo sonriente y miró satisfecho a su alrededor. Es que, contestó en otro mensaje ella, todos esos lugares que has fotografiado me vuelven loca. Un escalofrío recorrió su espalda. Joder, dijo, las frases que tú tienes puestas en tu perfil las digo yo continuamente y a diario. Después volvió a contestar: creo que lo somos, sí, seguro. Deberíamos conocernos, dijo ella. Adolfo contestó que por supuesto. Dónde estaba él iría a verla.

La chica notó una mano que se posó en su hombro y, del susto, casi se le car el móvil. Miró la mano, luego el brazo y finalmente a la dueña de ambos y resultó ser su mejor amiga. La preguntó qué estaba haciendo. Mirando de reojo el móvil. Ella se lo cuenta y le muestra todas los mensajes que han intercambiado. Eva, su amiga, le dice que ella tendría un poquito de miedo. Bromean y siguen enviando mensajes con Adolfo. Llegan a la parada en que deben bajarse. Adolfo y Verónica se despiden por messenger.

Adolfo sigue mirando en su móvil las fotografías de otros perfiles. Eva y Verónica se meten en el perfil de Eva y empiezan a mirar los de sus amigos riéndose de alguna foto estúpida y alguna frase fea. Un chico con enormes auriculares blancos le llama la atención y lo mira con asombro. Da un codazo a Eva que también mira y ambas se ríen. El chico está embobado mirando el móvil y ellas se fijan en él. El hombro de Adolfo roza el de Verónica y no ocurre nada. Nada en absoluto. Cada uno sigue su vida. Ambos olvidarán la conversación mantenida un miércoles cualquiera con un desconocido cuando iban a comer a casa.  En unos meses desaparecerían cada uno del perfil del otro. Estuvieron cerca pero seguirán estando lejos.