Si se ha elegido a José Ortega y Gasset para este artículo es porque hay en él algunas ideas de lo que fue y -quién sabe si podrá ser- una investigación a fondo sobre el orteguismo y su hombre en acción. Y es que, desde mi humilde o no tan humilde opinión, Ortega tiene plena constancia en el hoy, esto es, en esta segunda década del tercermilenio. ¿Por qué procuro ser tan tajante? Sencillamente, porque se ha de considerar que Ortega no escribió únicamente para su tiempo -lo cual realizó con profundo frenesí-, sino que lo hizo esencialmente para la posteridad. Se ha de tener en cuenta que la filosofía orteguiana no se encierra en su propio mundo -tan visceral a veces-, sino que se alarga más allá del tiempo hasta conseguir que en todo momento esté en pleno proceso de presente.

Pongamos un ejemplo: ¿cómo comprender la idea de Europa hoy si no es a través -con algunos trayectos de discordia- de lo que pensaba Ortega en torno al modelo europeo que debía erigirse en el siglo XX en el que él escribió y predijo de manera casi automática? La reflexión de Ortega sobre una idea de Europa no es otra cosa que un repertorio de reflexiones profundas que hoy -siglo XXI- se han afianzado en el marco de la Unión Europa; si bien, como vengo diciendo, no sin resistente oposición sobre lo que Ortega en verdad pensaba frente a una materialización más común y más modernizada de Europa, la que quizá hoy está prescribiendo como tal. Ortega predijo esta decadencia de Occidente como un devenir y, acaso, como necesario cambio de paradigma. Estoy más o menos seguro que si hoy viviera el autor de La rebelión de las masas, le lesionaría no sólo su propio pensamiento, aún más, el pensar común, el reto que debemos adquirir a la hora de repensar otra nueva Meditación del Quijote o, por ampliar, su El hombre y la gente.

¿Cómo entender su filosofía vista hoy desde nuestros ojos expectantes? Lo diré haciendo mutis por el foro: con la certeza que el orteguismo supera en velocidad a lo que realmente hemos aprendido de él y que, desgraciadamente, no hemos hecho caso. ¿Existe una filosofía de Ortega hoy por hoy? Ésa es la persistente pregunta.

Si se estudia atentamente a Ortega, se habrá de precisar que sus posibilidades, esto es, sus grandes temas radicales y rebeldes, van ejerciendo una sintomatología unida y germinal, incluso, recíprocamente diseñada y justificada, lo cual señala ese horizonte de totalización de su método filosófico. De este modo, ya antes del primer Ortega -digamos que hasta 1923, con la inclusión de su libro El tema de nuestro tiempo-, se soslaya su ente teorético que no es otro sino una ciencia general del amor. Para ello la insinuación de circunstancia, perspectiva, vida humana -ésta vislumbrada desde el heroísmo o la tragedia, según los casos-, aporta toda una teórica radical concerniente a su visión de la realidad.

Ha habido y los sigue habiendo grandísimos lectores de Ortega. No cabe la menor duda que mucho más centrífugos que yo. Pero quiero insistir en esta idea de Ortega o el vitalismo. Un humanismo en acción. Emblema de su logos globalizador.

Ortega poseyó muy pronto una filosofía propia y original, por ello su constancia vital pronostica una hermenéutica de acto en pos de lo actuado. Ortega acusa actuación desde el mismo momento en que su biografía acoge el paisaje inaudito y personal de una obligación en forma del pensar y el hacer. Como dijo Azorín: “La vida siempre quiere más vida”. Es este vitalismo sistemático y sin renuncia alguna lo que otorga al orteguismo toda cualidad de futuro, aparte de un antireduccionismo ante los avatares del tiempo, de los días, de lo público y lo social.

Por eso no se esconde nada a la hora de verter la opinión que presupone que la vida de Ortega eclosiona constantemente con un proyecto lúcido y esencial a la hora de instalarse en lo movedizo. Ortega es la cosificación de todo sistema filosófico, entendiendo ésta como esas perpetuas trayectorias por las que nunca fronteriza la realidad, pues lo real es su fondo, lo único que le interesa: y lo real se magnifica en la sociología, en la antropología, en la ciencia, en lo político, en las artes, en un humanismo que aprendería del primer humanista de la Historia de la Filosofía, esto es, Sócrates. Sé que ante esta sentencia algunos pueden crucificarme. Pero esto únicamente es una opinión y chimpún de la varita, que dicen en mi pueblo.

Como Sócrates, a Ortega sólo le interesa el hombre y su circunstancia, y es en ese terreno donde debemos entender la fenomenología orteguiana si queremos atender a su instrumentalización filosófica. La filosofía de Ortega actúa desde un renacentismo que vigila, observa, crea, analiza, sitúa todas las épocas en que fue asiduo, viviente del mundo y todos sus alrededores -de ahí las circunstancias- más su cimarrón perspectivismo. Decía Goethe que “yo he sido un combatiente. / Y eso quiere decir que he sido un hombre”.