Antes de leer el presente artículo le pedimos, amable lector, que lea el siguiente texto:

«Genero:

3.m. Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico»

Ahora, una vez que lo han leído, puede ver si está en uno de estos tres casos.

A saber:

a) Que, al leerlo, no haya entendido absolutamente nada del texto, en cuyo caso, le urgimos a que se lo vuelva a leer detenidamente. Si después de tres lecturas este texto le sigue pareciendo incomprensible (o, si ha llegado aquí rebotado del punto b, y le sigue pareciendo que dice lo mismo) abandone por completo la presente lectura y empiece de nuevo por los libros de preescolar. Si no sabe lo que es preescolar, salga de aquí haciendo fú como el gato… Adiós.

b) Que haya entendido que este texto se refiere a cada uno de los individuos de un sexo, en cuyo caso, habrá de ir de nuevo al punto a. Si es la tercera vez que viene del texto al punto b. Ya sabe, haciendo fú como el gato.

c) Que haya entendido que el texto se refiere a un grupo sociocultural de personas, en lugar de a un hombre o mujer. Puede usted continuar con la lectura. 

¡Enhorabuena por haber llegado hasta aquí! Estamos orgullosos de usted. Ahora puede leer nuestro artículo. Esperamos que le guste o, al menos, le haga pensar. 

Ahora bien, pensamos que debemos ponerle, bien amado lector, en antecedentes sobre lo que aquí va a leer. A saber: La pasada semana el académico, escritor, periodista e intelectual, Don Arturo Pérez-Reverte, nos dejó una perla en forma de tuit, que decía:

«Dedicado a los que van haciendo encuestas por internet y teléfono (¿Tú género es masculino o femenino?, etc.): Las personas no tienen género, imbéciles, tienen sexo.»

Provocando con semejante escrito que la jauría se le echase encima. Quizá debía haberse ahorrado llamar imbéciles a los destinatarios de su mensaje. Aunque entendemos, como no puede ser de otro modo, que el hastío y el hartazgo provocados por la pelea sin desmayo contra la estulticia patria sea tal que haya considerado ese insulto como algo justo y mesurado.

Pues bien, siempre hemos escuchado una frase que, como todas las frases que nos calan, primero nos produjo risa por su incomprensión; después nos generó dudas, al adivinar en ella algunos visos de verosimilitud; y, finalmente, la usamos con total firmeza, al ver la absoluta certeza que encierra. La frase no es otra que: «La ignorancia es muy osada». Es tan osada que lleva a un iletrado a dudar de la interpretación que de las leyes hace un legislador. Es tan sumamente osada que lleva a porfiarle al panadero de turno (póngase aquí la profesión artesana que venga en gana al lector, nosotros consignamos panadero porque estamos a dieta y el hambre nos juega malas pasadas y hemos borrado tres veces, y babeando, la palabra pastelero), cómo se hace el pan. De hecho, es tan osada que lleva a auténticos estultos a porfiar el significado de una frase a todo un académico de la lengua, por ejemplo. Además, si son capaces de leer las respuestas recibidas por el tuit del señor Pérez-Reverte, verán que, lejos de comenzar una discusión con más o menos educación, lo que se hace es faltar el respeto al académico con toda la soberbia de que es capaz cada tuitero que le contesta. Con una firmeza en su posición que deja muy a las claras esa otra afirmación popular que dice: «La sabiduría genera dudas mientras la ignorancia crea certezas».

Decimos que la ignorancia es osada y crea certezas y nos reafirmamos en ello. Además, en España, las bravuconadas crean adeptos a patadas. De modo que el mancebo que contestaba maleducado e ignorante a Don Arturo comenzó a recibir apoyos de otros ignorantes de su misma calaña. Que demostraban tener su misma nula comprensión lectora. Porque el ignorante se siente fuerte cuando el resto de la tribu iletrada lo jalea y le anima. Lo que le lleva en volandas a continuar, enroscándose en su propio ego que va creciendo hasta un tamaño desmesurado. El aplauso ajeno le hace sentirse fuerte frente al infinitamente más dotado intelectualmente que él. Las bromas, chanzas y loas que recibe van inflamándolo hasta el paroxismo. El ego se hincha como un globo y, como tal, tiene el riesgo de explotarle en la cara. Pero tiene lo que buscaba: sus cinco centenares de tuits de gloria. Antes eran minutos, que decía Andy Warhol, ahora todo se mide en trinos del pajarito azul.

Porque ahora todo se basa en eso. En que el pajarito azul nos muestre que tenemos más de mil seguidores, que somos queridos en las redes porque esos seguidores interactúan mucho con nosotros. Dándonos notoriedad y otorgándonos los parabienes necesrios para pasar de tuitero del montón a ser «influencer» que es la meta de todo español que se precie a día de hoy. Da igual si para ello tenemos que quedar en ridículo. Las redes sociales nos dan, para bien y para mal, la opción de interactuar con gente famosa. Así que podemos afearles lo que no nos guste y también podemos agasajarlos. Cosa que ocurre en menor medida porque somos herederos de toda una historia de envidia cainita. Pero también, y ahí radica el problema, podemos insultarlos impunemente por el hecho de que no piensen como nosotros. Buscando la mayor grosería. Ya que ese trino abrupto y malsonante nos llevará a tener más de lo antedicho al principio del presente párrafo. De modo que utilizamos las redes sociales intentando denostar al famoso de turno porque eso nos reporta el beneficio buscado.

Para que todo lo que hacemos tenga una mayor relevancia nos vemos en la necesidad de increpar de la manera más vehemente y soez al personaje elegido. Convirtiéndolo en un muñeco de pimpampum contra el que lanzar nuestros insultos. Que no diatribas, porque no tenemos capacidad para elaborar una. Aunque quedemos en el más absoluto de los ridículos. Eso es lo de menos si conseguimos unos seguidores de más. Aunque sea demostrando la ignorancia que tenemos. No tiene, lamentablemente, ninguna importancia porque el fin justifica los medios. Triste esta sociedad que no aspira a crecer intelectualmente. Feo el país que se nos está quedando. Cuanto mayor sea la metástasis de ignorancia en que esté sumido nuestro país, más difícil curar el cáncer del adoctrinamiento. El problema es que quienes tienen posibilidad de acabar con este mal que nos acecha no ven necesario hacerlo. Es más beneficioso para ellos que la sociedad sea ignorante, adoctrinada y polarizada.

Nos sentimos tristes, desolados, abatidos y desganados. La lucha contra la ignorancia es magnífica y de proporciones colosales. Pero, mientras las fuerzas nos acompañen, seguiremos dando la batalla. O lo intentaremos. A pesar de las políticas educativas con que nos obsequiaron nuestros malhadados gobiernos que hacen que la población de ignorantes crezca a cada segundo. Como venimos criticando hace tiempo, es lamentable la falta de cultura de nuestra sociedad. Pero es más lamentable aún, la falta de valores. La falta de amor propio necesario para querer mejorar y crecer. Nuestro crecimiento intelectual lo medimos en el número de retuiteos que tengamos. Para lo cual somos capaces de caer en el mayor de los desprecios. Nos entristece ver este tipo de episodios como el narrado más arriba, porque demuestra que, lamentablemente, no estamos errados en lo que venimos un tiempo diciendo: somos una sociedad de iletrados. Ignorantes alentados por otros estultos. Lo que nos lleva a ser una jauría de tontos. Los tontos son más manipulables que los malvados porque, si tienes cien mil tontos y un malvado, lo que al final tendrás son ciento un mil malvados.