Hay libros que, sin saber muy bien la razón, quedan en el limbo de los justos. Algo que, para muchos de ellos es, simple y llanamente, injusto. Otros, en cambio, siendo una auténtica mediocridad, empiezan a tener un éxito notorio y se elevan a las primeras posiciones de las listas de más vendidos, dejando por ello, un rastro de una grandeza que no le corresponde en absoluto. Quizá sea por la simpatía de su autor, por su relevancia televisiva, o porque a algún amiguete famoso le ha dado por publicitar y encumbrar la obra de su amigo. Hay también libros que, a la chita callando, van transitando la senda que lleva al éxito del que son merecedores. Entendiendo por éxito, no un fulgor repentino, sino un brillo continuado. Otros son absolutamente desconocidos para el gran público, pero unos pocos lectores lo guardan bajo palio con un cariño casi reverencial.

«Voy a tratar de rescatar del injusto ostracismo al que está siendo sometido un libro que, particularmente, me parece una obra más que notable de la literatura española, “Canción del pirata. Vida y embarques del bribón Cantueso” de Fernando Quiñones»

Voy a tratar de rescatar del injusto ostracismo al que está siendo sometido un libro que, particularmente, me parece una obra más que notable de la literatura española. Uno de esos libros que narra las aventuras de un tipo al que tengo a buen recaudo en mi panteón personal de hombres ilustres. Ahora que las estanterías de las librerías están plagadas de obras históricas que tienen, en algunos casos, un estilo más bien pobre y una calidad más que discutible, es el momento en que habría que rescatar obras memorables que tuvieron un injusto brillo efímero. En este caso, se trata de la obra finalista del premio Planeta del año 1.983. Estoy hablando de la magnífica “Canción del pirata. Vida y embarques del bribón Cantueso” de Fernando Quiñones. Autor que ya había sido finalista del mismo certamen por la obra “Las mil y una noches de Hortensia Romero” el año anterior.

Este gaditano de Chiclana de la Frontera tuvo una vida plagada de aventuras. No en vano, su familia se trasladó a Cádiz siendo él muy pequeño. Se vio obligado a abandonar los estudios a la edad de 15 años. Siendo, por ello, un escritor autodidacta. En el momento en que abandona los estudios pasaría a engrosar la lista de trabajadores del puerto gaditano. Pero las letras bullían en su cabeza. El amor por la literatura nunca arría sus velas cuando ha salido del puerto de tu corazón y navega por tu flujo sanguíneo. De hecho, debido a ese amor literario, fundaría varias revistas con un éxito más bien escaso y, tras realizar el servicio militar, se trasladó a vivir a Madrid. Comenzando en 1.953 a colaborar en la revista “Reader’s Digest”. Una colaboración que le daría la oportunidad de, no solo escribir, sino viajar por todo el mundo. Pero no sería hasta 1.971 cuando decidió abandonar el mundo laboral y entregarse por entero a la literatura.

 

Haciendo que su pasión tuviese un horario laboral más acorde a la importancia que le daba. Sin restarle horas haciendo una labor mecánica y nada edificante. No obstante, no le abandonó la ilusión por escribir artículos periodísticos. Siguió, por ello, colaborando en distintos medios mientras intentaba trasladar a un folio en blanco todo ese universo que resonaba en su cerebro. Fue un gran aficionado al flamenco y a los toros, reflejándose en las temáticas que abordaría en algunas de sus obras. Su pasión literaria era tal que no se ciñó a un tipo de escritura en concreto. Escribiría, por ello, desde los mencionados artículos periodísticos hasta novelas de una calidad notable como las que menciono más abajo. Pero nos vamos a ceñir a su “Canción del pirata” en la que nos retrata la vida de mi queridísimo bribón Juan Cantueso.

«Fue un gran aficionado al flamenco y a los toros, reflejándose en las temáticas que abordaría en algunas de sus obras. Su pasión literaria era tal que no se ciñó a un tipo de escritura en concreto»

Corría el año 1682 y en su primer semestre, el bachiller Román de Irala, visitará a un Juan Cantueso que estaba preso en la cárcel de Cádiz. Así es el propio protagonista el que le narra en primera persona sus andanzas. El bachiller es el encargado de relatar la agitada vida del reo. Así nos enteramos de que es Cantueso hijo de una mujer muy pobre y un clérigo que se convertirá en un apasionado por la aventura. Este afán aventurero hará que dé con sus huesos, entre otras ciudades, en Jamaica. Tras haber pasado, desde su Cádiz natal, por la ciudad de Sevilla, Venecia o Puerto Rico. Entretejiendo sus andanzas en las que nos mostrará tanto sus malas artes para ir consiguiendo sobrevivir, como sus sensuales y exóticas aventuras amorosas. Después de conocer a un pirata portugués, Cantueso participará en no pocas reyertas navales. Así nos muestra un mundo apasionante y desbocado, que se nos abre como un abanico de aires y suertes. Una vez que Cantueso decide regresar a España es abandonado por su mujer, que lo deja por un oficial francés. Así, entre otros trabajos que va haciendo para sacarse sus cuartos, dará con un pastelero que elabora sus productos con carne humana. Por ese motivo es juzgado y, aunque de ese desaguisado es inocente, también será encarcelado.

«Quiñones pinta un hermoso lienzo que, en la mejor tradición de la picaresca española y valiéndose de su dominio de la técnica narrativa, hizo que la leyera una y otra vez»

En esta obra, Quiñones pinta un hermoso lienzo que, en la mejor tradición de la picaresca española y valiéndose de su dominio de la técnica narrativa, hizo que la leyera una y otra vez. Recuerdo perfectamente cuando cogí el libro de la biblioteca de mi padre y me puse a leerlo porque acababa de terminar un libro que me habían prestado y, tras devolverlo, no tenía nada en la recámara. Así que el azar quiso que fijase mi vista en esta obra. Me senté en mi sitio del sofá de casa de mis padres y me sumergí de tal modo en su lectura que, el siguiente recuerdo que tengo, es el de mi padre en pijama diciéndome que me acostase porque ya eran las tres de la mañana. Es, pues, una de esas obras que te cogen de la solapa y te llevan a rastras mientras muestran unas entrañables, aunque nada inocentes, andanzas de un tipo al que, sin pretenderlo, llegas a entender y con el que conseguí intimar de tal modo que le dejé entrar por la puerta grande en mi personal panteón de hombres ilustres. Revisitándolo de vez en cuando para poder sumergirme de nuevo en sus andanzas.