Por injerencias de su representante, dice el gobierno español, va a ser castigado el Vaticano. Por injerencias, porque, entre otras lindezas, ha tenido el buen mal gusto de afearles el gesto de exhumar el cuerpo de Francisco Franco. Según les ha dicho porque lo que van a conseguir con ello es, en lugar de poder olvidarlo, volver a ponerlo en la palestra, renacerlo y darle más brío a sus nostálgicos. ¡Cómo se atreve alguien a contrariarlos, por favor! Pero la tozudez de los datos demuestra que el número de visitas al camposanto del Valle de los Caídos, o a Cuelgamuros como lo llaman otros, así lo atestiguan. De hecho, se han multiplicado desde que se anunció esta medida por parte del gobierno de Pedro Sánchez. Demostrando la certeza de las palabras del representante del Vaticano. Estamos ante una figura, la de Franco, que estaría reposando en el limbo de los olvidados, de no ser por este tipo de anuncios que, cada cierto tiempo, suelen aparecer en los medios. Todo ello por usar el rédito político que aún da la figura de Francisco Franco a las fuerzas supuestamente progresistas de nuestro país. Decimos supuestamente progresistas, porque, si no estamos errados, progreso significa avance y esta es una medida que nos retrotrae cuarenta y cuatro años. Porque se tenía que haber tomado hace todos esos años, dirá algún ingenuo. Trece años estuvo gobernando el ejecutivo de Felipe González y pudo haberlo hecho. No lo hicieron, dirán esos mismos ingenuos, porque Felipe González también era franquista. Aquí daremos por terminada la discusión con nuestra más que hermosa, y famosísima, caída de ojos, giraremos los talones, daremos la vuelta y nos largaremos.
Lo cierto es que esas palabras producen el revuelo que producen porque han venido de un representante del Vaticano. No nos engañemos. La religión católica es la gran enemiga del supuesto progresismo. A los creyentes no nos duelen prendas en decir que puede que algunas de las afirmaciones del Nuncio quizá estén equivocadas, que se ha metido en un jardín ajeno o que directamente han sido un error que no debía haber cometido. No obstante, la izquierda siempre tiene en mente el ataque a la iglesia. Si hay un terrible caso de pederastia en el seno de la iglesia, saldrán de debajo de las piedras a pedir el cierre de todos los templos. En cambio, cuando hay atentadas cometidos por unos islamistas radicalizados en mezquitas situadas en nuestro país, no tienen la misma vehemencia para pedir el cierre de sus templos. Ni generalizan diciendo que todos los musulmanes son terroristas como sí hacen con los católicos. Porque todos los sacerdotes son pederastas y, por extensión, la católica es la religión de los corruptores de menores. Lo cierto es que si esos casos se dan dentro del seno de la iglesia, nos duele mucho más a los propios creyentes que a los ateos. Nos sentimos avergonzados, dolidos, incapaces de defender lo indefendible y pidiendo con el mayor encono el castigo para los culpables de esos actos. Que caiga todo el peso de la ley encima de esos depravados. En cambio, cuando se produce en otros lugares, se silencian. Si esos casos de corrupción de menores se dieran en instituciones públicas de enseñanza, no se pediría tampoco el cierre de todos los colegios públicos, como sí se hace con los católicos. Siendo esta una medida absurda porque quién comete la tropelía es uno y solo uno. La institución está por encima de ese individuo. Los medios de propaganda progresista que, por cierto, son los más poderosos y numerosos en España, se encargan de silenciar o sacar a la palestra lo que les convenga a sus amos. Ellos se autodefinen como medios de información y ni se ruborizan por ello. Además, manejan como nadie las redes sociales y, por ende, las calles. De modo que solo se alzarán contra lo que sus amos les digan.
Así que, como decíamos más arriba, por injerencias en nuestra vida política, se ha anunciado alguna medida coercitiva contra el Nuncio en particular y contra el Vaticano en general. Todo ello provocado por la eterna lucha por ver quién será el paladín de la moral. Pues ambas creencias, progresista y católica, se disputan de siempre ese puesto. No obstante, esperamos con ilusión y ganas el día que los que realmente sufren injerencias en sus vidas alcen sus voces y castiguen a los que les insultan caricaturizando sus actos, cantos o dichos. Porque son muchos los imitados por burdos actorzuelos cada día. Remedos de sí mismos. Secuaces de otros. Sirvientes que obedecen dócil y secularmente. Peleles que muestran sin sonrojo su palpable ignorancia. Se enorgullecen de ella. Su servilismo es su razón de ser. Personajes risibles y ridículos que ocupan a dedo puestos de responsabilidad. Lo que demuestra lo bajo que está cayendo nuestras instituciones.
Mamones de la teta patria. Ladrones con carnet en la boca. Marionetas de lobbies mediáticos. Mimos de espalda al público. Payasos sin gracia que se ríen de sus propios chistes. Bufonazos de movimientos supuestamente democráticos. Moralistas que tienen sometida, cuando menos, a la mitad de su población. Paletos sin protocolo. Lenguaraces horteras de la moral y el buen gusto. Inquisidores, al fin, de una ignorante sociedad estúpida y aborregada. Pues bien, todos ellos se quejan de la injerencia cometida por el Nuncio. Mientras no dejan de entrar en el mundo animal, y vegetal en algún caso. Denigrando lo que ocupan. Denuncian al Vaticano por decir obviedades. Unas obviedades que van en su contra. Desde que abren el ojo por la mañana hasta que lo cierran después del último tuit, se pasan insultando o ensalzando al que la dirección indique. Todos ellos caricaturizan con sus actos a zorras, hienas, cuervos y, entre otros, buitres carroñeros. Así que, por injerencias no será su enfado. Pues por ese mismo motivo tendrían mucho que callar. No sea que se les castigue por sus injerencias en el mundo animal. Más bien, como dijimos antes, la pugna sea por pretender ser paladines de la moral.