Es más difícil hacer reír que hacer llorar. Para hacer llorar basta con contar un drama. La cuestión, por lo tanto, es cómo contarlo bien. Nada más. Se cuenta un drama de la mejor manera posible, buscando que el receptor del mensaje empatice con el protagonista y ya tienes un drama con su lagrimita y todo. Pero la comedia tiene, a nuestro modo de ver, mayor complejidad. Además de contar el drama en cuestión igual de bien y con la misma profundidad, se ha de hacer una reflexión inesperada final. Un giro que puede ser más o menos ridículo llegando a provocar la hilaridad, sonrisa o la carcajada del receptor. La profundidad, el acierto, la agudeza e inteligencia de esa reflexión final es la que nos dará cuenta de la calidad del humorista que tenemos delante. No todo el que se dedique al humor podrá ser un Chaplin, Groucho, Tip o Gila, no. Sabemos que hay humoristas buenos y malos. Hay humoristas que son verdaderos filósofos y finos analistas de la sociedad que les rodea. Mientras otros, en cambio, son simpáticos cuentachistes sin mayor relevancia. En el presente artículo nos referiremos, por supuesto, al humor inteligente y de calidad.

«Pero la comedia tiene, a nuestro modo de ver, mayor complejidad. Además de contar el drama en cuestión igual de bien y con la misma profundidad, se ha de hacer una reflexión inesperada final»

El humor no debe ser acotado, no puede ser podado y aniquilado por un quítame allá esos chistes. Porque moleste. No. El humor siempre molesta. Siempre busca una víctima. El humor, además, ha de subvertir los límites y caricaturizar la sociedad, el poder, las injusticias y a los poderosos. Debe señalar las contradicciones que se dan tanto en el pueblo como en las cotas más altas de la sociedad y ha de hacer pensar. Todo lo que hace pensar, consigue que cambie la percepción de la cuestión objeto de esa reflexión y, por lo tanto, logra cambiar las cosas. Lo hará con mayor o menor celeridad pero lo logrará. El humor de calidad hace pensar, cambia argumentos y crea conciencia. Pero hablamos del humor de calidad, no conviene confundir el tan manido: “van dos y se cae el del medio”, con los grandes pensadores, que lo son, del humor.

El humor, además, ha de profundizar en la herida y demostrar lo estúpida que es determinada postura, determinada opinión, idea, creencia o pensamiento. Eso, lógicamente, hará daño. Molestará. El humor debe indagar en la raíz del asunto a ridiculizar y demostrar que el argumento sobre el que se basa dicho asunto es equivocado, pero no solo, porque además tendrá que mostrar en nítidas imágenes hasta qué punto es una ridiculez. Refleja, por lo tanto, la idiotez que supone una postura, creencia, ideología o argumento ¿Cómo no va a doler semejante ejercicio de despellejamiento? No todo el mundo está capacitado para soportar una broma de ese calibre. Una persona cualquiera de ningún modo. Ahora bien, una persona formada, inteligente y con argumentos sólidos será capaz de aguantar la crudeza y los argumentos del humor. Pero vamos más allá porque, si esa persona dispusiera de una aguda inteligencia además de un ingenio afilado, será capaz de rebatir aquellos argumentos mostrados en el primer chiste con otro chiste que rebata y desmonte al primero.

«El humor, además, ha de profundizar en la herida y demostrar lo estúpida que es determinada postura, determinada opinión, idea, creencia o pensamiento.»

En cambio, una persona ignorante, torpe y estúpida se escandalizará por el chiste recibido. Se sentirá muy ofendido. Insultado. Mermado. Dolido. Así que amenazará al humorista en cuestión e intentará mover los resortes que tenga en su mano para callar al que le señala sus flaquezas. Para hacer reír, por lo tanto, hay que ser muy inteligente. En cambio, para tener la piel fina y sentirse insultado, basta con ser tonto. Es más fácil y menos trabajoso ser un lerdo que cultivar la inteligencia. Además, como los estúpidos cohabitan en número creciente en nuestra sociedad, estamos reeditando una época negra de nuestra historia: la inquisición 2.0. Ya que se da en mayor medida en las redes sociales. Donde, cual secta, predomina la especie que dicta lo que debe pensar la sociedad en cada momento y ante cada situación. El idiota se reirá, escandalizará y discutirá lo que le señalen desde la secta social media que le debe escandalizar, debe discutir y de lo que se ha de reír.

El humor ha de señalar todas las paradojas, estupideces, contradicciones y demagogias que se produzcan en cada foro. Sin pagar peaje ideológico alguno, pues de hacerlo y de señalar únicamente los errores de un bando frente al contrario, el chiste se convierte en propaganda, en chascarrillo mitinero pasando a engrosar el argumentario ideológico del bando al que defienda. El humor ha de ser, pues, libre. Debe tener libertad para atacar cualquier postura, cualquier ideología, cualquier creencia, cualquier bando, cualquier liderazgo. Porque, y esto es básico, debe tener credibilidad. Una credibilidad edificada sobre certezas. Una certeza que deja de serlo cuando uno pasa por alto las acciones de unos mientras se ceba en las mismas acciones cometidas por el contrario. Perdiendo, por lo tanto, credibilidad y pasando a ser señalado como el bufón de determinada ideología.

«El humor no puede pagar peaje ideológico alguno, pues de hacerlo y de señalar únicamente los errores de un bando frente al contrario, el chiste se convierte en propaganda, en chascarrillo mitinero…»

De modo que, como hemos podido ver con lo ocurrido a Rober Bodegas, y no solo este caso porque hubo otros y, lamentablemente, habrá más, el humor está en peligro. En una sociedad como la nuestra, que vive en la dictadura de la necedad, el adoctrinamiento y la estulticia, es un riesgo muy grave intentar hacer reír. Ante fanáticos de piel fina es arriesgado señalar con el dedo. Aunque se tenga razón. En un lugar en que habita la ignorancia y la estupidez es un peligro tener razón. Señalar los defectos a un mentecato es arriesgado. Porque, como decimos, el humor es hiriente y el tonto, que en tan alto número existe en nuestro país, tiene la piel muy fina. Así que se escandaliza, se ofende y se siente insultado. Lo que conllevará, entonces, que haga aquello para lo que está capacitado, es decir, insultar, amenazar, amedrentar y agredir.

Contar en esta época gris chistes de mariquitas, lesbianas, gangosos, gitanos, catalanes, madrileños, maños, vascos, curas, putas, cornudos, monarquía, dictadores, comunistas, Mahoma, Gandhi, etc…  con tanto idiota ofendidito que pulula por ahí, es muy arriesgado. Pero el humor ha de sobrevivir. Una sociedad intelectualmente sana, como también una persona, es capaz de reírse de sí misma. Es capaz de ver en qué está equivocado e intentará solventarlo. En cambio, una sociedad estúpida, se sentirá siempre víctima. Víctima del que piensa distinto o del que cuenta un chiste. Víctima de su propia imbecilidad. Blanco, por lo tanto, de todo aquél que sepa hacer humor.