Hay un castillo jansenista que entra en Herzegovina. Las doce en el reloj. Kaputt. Desde las cuatro paredes de la celda, asoma una tinta azul que duele en el 50 cuneiforme. Los muebles ya están cansados. Es decir, que están cansados. Se contempla a Judith desde el Peter Sellers de los wáteres. Ya no se cocina nada, pues el frío dice usted a los cigarrillos Gauloise. Un niño ve los dibujos animados como si mirara su pensamiento agachado contra el gulag. ¿Dónde están los niños de las ciudades, en qué sur o en qué norte? Un invierno de cementaría rellena las viejas postales de Milán. Pero la vida es una postal que nunca llega cuando estamos diciendo las tardes con los talones que no giran. Asumimos el hastío como una metafísica de los insectos del Perú. Hemos reconocido que es en nuestras casas donde suponemos que el tac-tac del símbolo del simio que somos nos pertrechará una ideología que ya ha recalado sobre los Montes de Sion. ¿Es acaso culpa nuestra que asumamos el hogar como el excelso beneficio de nuestra frágil Creación? No. En el fondo no está ocurriendo así. Se trata de un modo de hacernos creer que el mundo sólo encaja en los escenarios domésticos. Giganteas de un tiempo para dejar de soñar.

Todo Poder conoce que, mientras se tenga al individuo entretenido, caerá en una profunda naturaleza muerta, quizá pintada por Cézanne. Para ello se sirve de toda una infantería de máquinas y de tempanillas en las que clavamos nuestros pies para que quedemos enmudecidos y no hagamos uso de un lenguaje crítico que pueda consistir en la debilidad de una modernidad que únicamente manejan los que entran en los coches oficiales acompañados por ese impulso coactivo que se desata en toda forma de persecución. Nos sentimos per/seguidos por las cuentas corrientes, por la macroeconomía, por la digitalización de los tipos que aparecen en la revista “Forbes”: un mundo completado y organizado contra el cual es muy difícil penetrar.

Estamos hablando de la decadencia de Occidente. Repetimos. Estamos hablando de la Decadencia de Occidente. Y, por tanto, de la Tierra en general. Un rebenque para los galeotes que talla su Forma y su Estructura en las espaldas de los que se quedan en casa con la fragua de la calefacción y con la leyenda de los televisores que nos sujetan como nudos gordianos en esta inmensa selva -aconsejamos leer el libro “España Salvaje” con portada y amenazas del criminal general Millán-Astray- entre la cual hemos des/aparecido. No lo pensemos más. Queremos decir que no lo hemos de pensar más. Sólo quieren entretenernos con programas absurdos y con el motociclismo GP del Circuito de Assen. El Opio de Marx ya no es religioso, sino de presentadores idiotas que sonríen como una modelo de Versace. La moda, la publicidad, esas/esos ricas/ricos y famosos con que nos arrebatan nuestro palurdismo de gloria y excelsión que nunca llegará, porque nos/otros/as no somos bellos, ni matrimonios entre actores, ni viejas duquesas que se casan con un delincuente. No, nosotros no somos eso.

Pero esta Historia Presente de devengación de todos estos valores morales que contra/rrestan una Cultura y una Filosofía que corren como un anciano de 13 años por las calles en donde todo debe originarse, nos está relegada. ¿Acaso sea posible la Retraducción?

Preferimos los partidos de fútbol en vez del amor, en vez de la revisitación urgente y necesaria de un feminismo como doctrina revolucionaria ya anunciada en los manuscritos todavía muy vivos de Karl Marx y Fiedrich Engels. Preferimos a esas y esos gallináceas y gallináceos de Cágame de Luxe en vez de intentar de una vez por todas que empiece a llover. Facebook nunca será la verdadera amistad, en todo caso un remedo de porquería donde nos encontramos con los nuevos fichajes en el respaldo del sillón y no en donde empieza justamente el Océano Pacífico. Internet es un juego para niños, que divierte, que enseña, que nos ilumina, pero que no posee la noche libertadora de toda la Oidemia nigra que nos salve del verdadero naufragio. Bien entendido Internet es nuestra esperanza crítica, pues hay redes sociales capaces de movilizar a todo el “¡oh¡”, pero no olvidemos que la pertenencia a esta revolución nos está avisando que el Gran Ojo Criminal ya se está adecuando y, no en mucho tiempo -lo pone en la Biblia, pero en la Vulgata, que las otras no valen, carajo- a ser un reality show más en donde aparecerán inciertos necios con gracietas y gritos de cuando Pompeya aún estaba a punto de elementarse en ruinas. Es útil abandonar todos estos electrodomésticos.

¡De prisa¡ ¡Más rápido¡ Volvamos de los bosques donde empiezan las telenovelas. ¡Es muy fácil¡ ¡ No nos sorprendamos¡ Se inicia con la detención de los análisis políticos, la esfera barrida por los odeones de unas imágenes que nos hipnotizan, que nos adormilan, quebrando en su cañaveral de milenaria boñiga de toro el Culto a la Razón, a la Inteligencia, a la Gaya Ciencia que se ha interviuvado con el jurásico de los inductores al sueño. Durmamos en paz. Usemos el midazolam. Contraigamos la denuncia de las escenas de Nerón. ¿Qué nos puede esperar después de todo? Sólo la aurícula de los videojuegos, las películas de acción, Spiderman contra Gramsci, la música comercial contra el falansterio de los hippies. ¿Por qué hemos dejado de pensar? ¿Por qué un telediario piensa por nosotros?

Toda manipulación del individuo se invagina en la transformación de las Ideas. Las Ideas vienen impuestas por el capulí donde el indio dondonea. Una, dos y tres. La magia se liba en nuestros labios como un método para la pulsación de la electromagnética. La Naranja Mecánica presencia una fonética de Nasdaq: Daily Stock Market Overview, Data Updates, Reports & News en el idioma que surge cuando nos dejamos arropar por el horrorshow y no por la mirada de Stanley Kubrick. Schiller canta la “Oda a la Alegría”, pero los espejos en donde desean que nos miremos están rellenados de leche-plus en el bar lácteo Korova. Tijeras para la ultraviolencia. Ahorcamiento de Alex, Pete, Giergie y Lerdo. No bebamos velocet ni synthemesco ni drencrom. Ya estamos avisados: calefacción, pan y circo. Se ha ahogado en el Hudson Joaquín Costa. La metamodernidad no sufraga la Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid. ¿Y las ganas de vivir? Ay, ay, ay.

Nos viven, más que vivimos. Atrás queda el amor como un desierto que trenzaba una pila de Volta con la que encendíamos el devenir revolucionario que está ahí, ahí, ahí, justito para eyacularlo con la voz y rompiendo las cadenas. Kaputt. Hemos dicho Kaputt. Pero el Nivel no está Roto, Sr Monkey.

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Doctor en Filología Hispánica con más de una treintena de libros publicados, desde los 16 años empiezo a escribir y sigue creyendo que toda escritura como autoría acaba desde el mismo momento en que el escritor entrega el libro al lector, quien de este modo se convierte en el que da continuación a su propia recreación de lo leído.