No tengo a nadie hay quien decirle que estoy solo. Todo sigue mal. En la calle es donde encuentro un poco de paz. Pisar las calles, caminar sobre ellas sin dirección y con toda la noche para no ver ni la oscuridad que la enciende. Hace frío, perfecto para que mi ritmo sea algo más rápido del que suelo llevar cuando la temperatura me importa menos aún que hoy. Me gusta ponerme los cascos y escuchar música mientras camino. Janis Joplin se deja la garganta para que no pare de andar. Las piernas se cansan más si no saben dónde van. Ella me anima y me acaricia con su pelo guerrero y lleno de flores que dan un poco de luz a los adoquines de una acera gris y mojada. Siempre estoy en Londres cuando salgo a la calle a buscarme. Los Ramones dan un descanso a la voz desgastada de Janis. Pegan saltos en mis oídos, pero lo hacen con cariño. Solo quieren darme ánimo, que siga caminando y que no pare. El camino en busca de una utopía. Practico mi propia anarquía. “Vamos” me dice Joey Ramone, su “let’s go” me hace acelerar mi ritmo. Las luces de los escaparates de las tiendas me ayudan a ver lo desgastadas que están mis zapatillas. Están hartas de llevarme encima, de soportar el peso muerto de un vivo, aunque camine como un zombi. Me arrastro con la esperanza de que algún miembro de mi cuerpo no aguante más y decida marcharse. Dejarme en la estacada. Aligerar el equipaje. Yo lo que quiero es flotar, pero los bares también tienen la mala costumbre de cerrar a una determinada hora de la noche. Me cruzo con pocas personas en mi camino a ninguna parte. Ellas tienen miedo cuando me ven, me observan de reojo para ver si las sigo. Los hombres debemos hacer algo para que ellas puedan salir a hacer lo mismo que hago yo ahora. Caminar solos una noche de estrellas. Poder mirar al cielo y no tener que mirar a los lados y atrás por si algún hombre quiere demostrar que es un cafre indeseable, como tienen que hacer ellas. Mi soledad no se soluciona andando sobre ella. Hacerlo por la noche para no verla. Reafirmarme en ella porque las calles están prácticamente desiertas. La gente se cobija en sus casas o en sus chabolas cuando la realidad empieza a ennegrecerse. Dormir es una cosa maravillosa cuando el cansancio se lleva tus pensamientos al lugar donde los sueños lo esconden todo.

Yo estoy cansado de estar cansado. Una mente perfectamente estructurada para no poder desconectar nunca. Pensar es una losa que pesa más cuando es de noche. Por el día no tengo tiempo, ocupado en hacer realidad lo que piensan otros. Se atisba un poco de luz en la noche. Cada minuto estoy un poco más acompañado. La soledad de un semáforo en rojo para un peatón como yo en estos momentos es atroz. Caras dormidas que si saben dónde van. Les acompaño hasta sus ocupaciones. Soy el guardián de los desconocidos que me encuentro. Mañana serán otros. Pero nadie se dará cuenta, como siempre. El bar ha abierto. El camarero me sonríe y me sirve lo de siempre. Ni él me habla. Horas después salgo dejando un billete sobre la barra sin esperar a que me dé las vueltas ni las gracias. Todos son mi compañía silenciosa y yo el mudo que les grita.

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Mi nombre es Manuel Galvez Giral. Soy de Zaragoza y vivo en Madrid. Me gusta leer y escribir. Necesito leer y escribir. Me gusta aprender de quienes escriben mejor que yo, que por suerte es mucha gente, la mayoría. Sé que pronto publicaré mi primera novela. Lo que no sé es cuando. Quedé finalista del concurso de relatos del barrio de la Guindalera en Madrid hace un par de años. No podía ganar ya que no me había apuntado a los cursos de escritura creativa que organizaba la asociación cultural del barrio. Eran y son de pago. A mí no me gusta pagar para ser timado. He participado en un libro de relatos de autores aragoneses donde cada uno daba su punto de vista sobre cómo ve la tierra donde hemos nacido (Enjambre, editorial Comuniter). Soy zaragocista, y sobre todo me gusta ser merecedor de la confianza que se tiene en mí. No hay santa como la que te lo da todo y no te lo quita.