DÍA 1

Es mi primer día de vacaciones. Me he despertado mirando hacia el techo. Uno más alto del que estoy acostumbrado a ver todos los días. Los primeros instantes han sido de desorientación. No sabía dónde estaba. Me pasa la primera noche que duermo en

un hotel. Aunque la verdad es que en Madrid también me pasa. Sueño tanto que me convulsiono. Mis conexiones cerebrales saltan por los aires. Mi cabeza es una piñata que los niños de mi cabeza no paran de golpear. Dentro sólo hay serpentinas que dejan el suelo perdido. Pequeños papelitos que vuelan por mi cabeza como si de una nevada se tratase. No sé porqué este verano está siendo el más frío en mi imaginación. Desayuno en el hotel. La mesa es de madera y tiene un cuenco con tarrinas de mermelada de albaricoque y de pera. Abro la mermelada de pera y no es verde. No sé porqué pero esperaba que ese fuese su color. O en su defecto blanca. La mermelada de pera es del mismo color que la de albaricoque. Eso es lo que he constatado en este hotel. En los demás sitios no sé cómo será. Nunca tomo mermelada. El café me lo sirven en una taza bonita y grande. El cruasán está bueno también. Salgo a la calle y hace fresquito. Es bastante temprano y el sol no tiene todavía fuerzas. Camino por el barrio donde antes vivían los pescadores. Es un barrio viejo y de casas pintorescas. Algunas están adornadas con flores y otras por gaviotas. Pesco la imagen para comerme su belleza. El puerto termina en una escalera descendente que da al mar. Bajo con cuidado de no caerme. El mar me espera feliz. Sus olas saltan salpicándome. Las escaleras terminan en un camino de piedras grandes. El agua se manifiesta entre sus recovecos. El lugar es privilegiado. Me siento y saco mi libreta. Tomo notas que se mojan. Palabras líquidas que no se leen. Los buenos momentos hay que escribirlos a posteriori y disfrutarlos en su presente. La belleza viene sólo si la miras. El tiempo había pasado para mi estómago. El hambre siempre da la hora exacta. Es un reloj que nunca se para. La comida fue placentera y dejó mi estómago preparado para poner su alarma para la hora de la cena. Necesitaba hacer la digestión y descansar un rato. En el hotel me estaba esperando la recepcionista del turno de tarde. La chica con la cara de luz. Su tez es blanca y su pelo es soleado. Destellos brillantes salían de sus dientes. La chica con la cara de luz habla poco. Tampoco lo necesita. Mi imaginación ya está hablando con ella. Mañana cuando te pida la llave espero que la hayas perdido.

DÍA 2

Hay una chica punki en mi hotel. Esta mañana hemos desayunado pegados. Mesa con mesa. En la televisión Pedro Sánchez daba sus razones por las que no apoyaba a Rajoy para que fuera presidente. Me parece increíble que tenga que hacerlo. Es como si Movistar le pidiera sus clientes a Vodafone, y ésta se molestase porque Vodafone no le hiciera caso. La chica punki se ríe cuando mira la pantalla. Lleva una camiseta del grupo Bad Religion y toma tostadas con mantequilla que moja en un colacao. No sé cuál de las dos cosas es más punki. La chica punki no es guapa y lleva el pelo cortado por Eduardo Manostijeras. Su estética está descuidada hasta el más mínimo detalle. Por eso me gusta. Su feminidad nace de disimularla todo lo que puede. Espero poder coincidir con ella mañana otra vez. Verla tomarse el colacao me pone mucho. Creo que estoy demasiado enfermo. Salgo a la calle a darme un paseíto. Necesito sacarme como si fuera un perro. Yo también salgo a hacer mis necesidades. Las mías consisten en recibir cariño y encontrar belleza. Camino por el paseo marítimo. Hay mucha gente paseando por él pero no veo a ninguna persona. Seres humanos de color gris claro. Ni siquiera sirven para pasar desapercibidas. Menos mal que apareciste tú, la propietaria del culo del año. Sé que esta frase no es ni romántica ni elegante, pero es que los culos no tienen que serlo. Un culo es un culo. Creo que el concepto está claro. Ese culo no tenía poesía, pero poseía toda la belleza de este mundo. Los cuerpos nunca son una comedia o un drama. Son una película gore que se disfrutan cuanto más desmembrados estén. A la belleza hay que analizarla por partes. Cortarla en cachitos para poder digerirla mejor. Un buen culo mejora mucho si no se le pone cara. Había puesto fin a la mitad de mis necesidades. Había encontrado la belleza en un culo perfecto, que parecía un melocotón de Calanda. Pero seguía sin encontrar el cariño. El calor me lo hizo buscar en la playa. Decido darme un baño. Un viejo loco lo hace al lado mío. Es vasco. No sé si este dato es importante. Dice algo de su Bilbao y que lo ve en el fondo de este mar. Hace inmersiones de pocos segundos que repite una y otra vez. Debe olvidar muy rápido cómo es su ciudad. La edad no perdona. Pienso en lo bien que está veranear en dos ciudades a la vez.

DÍA 3

Hoy no he desayunado en el hotel. He considerado que era demasiado temprano para excitarme con la chica punki. He caminado por una calle larga que tiene muchas tiendas diversas, además de cafeterías y restaurantes. El reloj de mi estómago se paró junto a una cafetería preciosa que se llama Aliter Dulcia. Su decoración es elegante y está especializada en repostería casera y creativa. Atendía una mujer que daba confianza. Vestía un delantal blanco a juego con su dentadura perfecta. Todo era blanco en el local. Las paredes, las mesas y las sillas. Parecía que estaba en el cielo. Lo digo porque era el único hombre en el local. Me dejé llevar por las recomendaciones de la dueña del delantal celestial. Un café con leche y una tarta de queso con chocolate blanco. No he probado nunca nada mejor. Ni siquiera mi imaginación cuando besó a la chica con cara de luz. Por cierto ayer no estuvo en la recepción. Lo noté porque se llevó el sol con ella. Pero a lo que iba, era el único hombre en el local. Había muchas mujeres guapas en esta cafetería tan especial. Como si la belleza fuera amarga en sí misma y buscara la dulzura que se le negaba. Hay poca felicidad en la belleza porque sabe que no hizo nada para serlo. Se sabe observada, pero sabe que hay poca gente que la mire. Comen cruasanes de mantequilla recién hechos. La belleza debe degustarse para gustar a los demás. Son felices por dentro, pero eso a los demás no les importa. La gente es feliz viendo su envoltorio y no saben que para llegar a la belleza hay que saber conquistarla por dentro. Mujeres que son sólo guapas y que por tanto me dan una pereza horrible. Resultan demasiado tristes para ser interesantes. Salgo feliz de la cafetería. La tarta estaba espectacular y la belleza triste. Era una combinación perfecta. Quedaba casi todo el día por delante y la justicia poética había vuelto a ganar.

DÍA 4

Hoy es mi último día de vacaciones. Todo termina. Éstas serán como siempre mis últimas vacaciones. Desconfío de que haya unas próximas. Si llegan será una alegría y la constatación de que nunca acierto. Me alegro de que así sea. No puedo confiar en mí y eso es maravilloso. No es sorpresa para mí sorprenderme de mí mismo. He vuelto a desayunar en el hotel y la chica punki no estaba. Puede que haya muerto. Que su novio peluquero, Eduardo Manostijeras, la haya asesinado al querer acariciarla el cuello. Un corte limpio del que ha manado un río de sangre anarquista. Imagino el suelo de su habitación lleno de afluentes de un líquido rojo en todas las direcciones y sin ninguna organización. Sangre punki. Después de este sangriento desayuno, he salido a caminar por un parque muy especial. Dos ardillas se perseguían como locas a pocos pasos míos. Por lo que se ve están acostumbradas a convivir con los humanos. Que raras son las ardillas. Yo todavía no termino de sentirme a gusto con ellos, y ellas, las ardillas, pasando tan cerca de mí que podría patearlas y meter gol entre los dos árboles que me dan sombra. Pero las ardillas no merecen eso. Y los animales tampoco. Yo sólo pateo las bolas de papel que tiro cuando termino de escribir algo que es más malo de lo que yo mismo me merezco. Tengo más bolas de papel que cuadernos terminados. Dejé de contar los cuadernos que tengo cuando llegué a los trescientos. Necesito mar. Todavía no he terminado de limpiarme la sangre del desayuno. Ando por el paseo marítimo. Como siempre está la chica hippie que ofrece afiliarse a una ONG. Lleva un pendiente pequeñito en la nariz y está muy morena. Tantas horas al sol queman a cualquiera. Me cruzo con ella y bajo la mirada. Como si dejar de mirarla hiciera que fuera ella la que no me viese. Como si con mi acto nos hubiéramos intercambiado los ojos. A veces pienso que soy imbécil, y las demás lo certifico. Cuando vuelvo a subir la mirada la tengo enfrente de mí. ¿Qué es lo que me esperaba entonces?. ¿Qué en nuestro intercambio de ojos, ella se hubiera obsesionado con el suelo del paseo hasta analizarlo pormenorizadamente?. Confirmado, soy gilipollas. Nunca he destacado por mi originalidad en las excusas. Le digo que tengo prisa. Que he quedado. Ella me pregunta que con quién. Le digo que con las voces de mi cabeza. En vez de asustarla consigo sacarla una sonrisa. “ Ahora en serio, le digo, no soy el más indicado para ayudar a los demás, soy un pobre privilegiado, que ha podido irse cinco días de vacaciones, cinco”. Un pobre con suerte. De los que tiene trabajo y un salario parado. La chica me choca la mano y me desea un buen día. Ya ha divisado a su siguiente víctima. Yo pertenezco ya a una parte más de su olvido.

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Mi nombre es Manuel Galvez Giral. Soy de Zaragoza y vivo en Madrid. Me gusta leer y escribir. Necesito leer y escribir. Me gusta aprender de quienes escriben mejor que yo, que por suerte es mucha gente, la mayoría. Sé que pronto publicaré mi primera novela. Lo que no sé es cuando. Quedé finalista del concurso de relatos del barrio de la Guindalera en Madrid hace un par de años. No podía ganar ya que no me había apuntado a los cursos de escritura creativa que organizaba la asociación cultural del barrio. Eran y son de pago. A mí no me gusta pagar para ser timado. He participado en un libro de relatos de autores aragoneses donde cada uno daba su punto de vista sobre cómo ve la tierra donde hemos nacido (Enjambre, editorial Comuniter). Soy zaragocista, y sobre todo me gusta ser merecedor de la confianza que se tiene en mí. No hay santa como la que te lo da todo y no te lo quita.