Hemos visto, de hecho pasa muchas veces, cómo alguien echa un órdago y pierde y se le pone cara de gilipollas. Muchas veces no sabe dónde esconderse. A veces, puerilmente, se tapa la cara con las manos como si así no se le pudiese ver. En ese lapso de tiempo en que está a oscuras su cerebro rechinará a toda máquina fabulando todo tipo de excusas. Si alguien ha tomado una decisión anterior que le haya llevado a tomar la decisión de apostarlo todo, le llegará con total nitidez a su estrujado cerebro y depositará en él oda la responsabilidad y en esa circunstancia toda su esperanza. Ese hecho inesperado fue el que hizo que tomase esa decisión precipitadamente y me lancé de cabeza, dirá a sus amigos para que éstos, solícitos, se hagan eco de su excusa y se la digan a todo el mundo. Porque todos sabemos que una mentira repetida cien mil veces se convierte en verdad irrefutable. Más aún cuando de una excusa se trata. Ahora bien, si el acto del otro fue una respuesta a algo que hizo el protagonista del fracaso, mejor callarlo. Eso no interesa decirlo. La verdad probablemente sea que el estúpido actuó con toda la soberbia del mundo. Soberbia por creerse mejor que todos los demás y realizar la apuesta. Soberbia por demostrar al que le afrentó que es mejor que él. Soberbia, en cualquier caso, porque es su naturaleza.
Ahora bien, el fracaso nunca es responsabilidad propia. En España no se lleva en absoluto eso de asumir responsabilidad alguna. ¡Qué ordinariez, por las barbas de Neptuno! El español normalmente no es de asumir responsabilidades. Es, más bien, el rey del escaqueo y de escurrir el bulto. Si a un español le pillan con las manos en la masa hará toda una película de ciencia ficción que demuestre su inocencia. Así, la excusa a la que nos referíamos más arriba, será más adornada y llena de detalles y florituras que refuercen su veracidad a cada instante que pase. Nos pasa igual con los defectos: somos muy de reírnos del de al lado pero tenemos la piel muy fina para aguantar que nos expongan los nuestros. Eso de la viga y la paja se hace cierto en España. Pero esa defensa de los defectos y la búsqueda de excusas más o menos floreadas serán más vehementes cuanto más alejados del foco estemos. Es decir, la defensa de nuestro propio error tiene un límite pero la defensa del error de mi delantero favorito, mi político de cabecera, mi actor de cine predilecto o mi programa de televisión los defenderé hasta las últimas consecuencias. Si el que metió órdago y perdió ya se está riendo con los compañeros de mesa de su error sus acólitos, en cambio, seguirán defendiéndole hasta que la espuma asome en la boca. Más aún si este es un político. Pues, como todos sabemos, en España la política es de los políticos y sus perrillos de Pavlov que ladran sus consignas. Así, en las redes sociales, veremos defender a ultranza hasta el insulto visceral y salvaje la acción del líder de turno.
Asumir responsabilidades, decíamos, es ajeno al español. De modo que el español piensa que dimitir es un nombre ruso. Más aún si uno es un perrito de Pavlov adoctrinado. ¿Cómo va a dimitir mi líder si se le ha ido su delfín? Gritaran exhaustos. No somos de mirada larga los españoles como hemos podido ver en el affaire entre Errejón e Iglesias. Habría, si fuesen inteligentes, que mirar las razones que llevaron a Iñigo Errejón a dejar el partido en lugar de culpabilizarlo de todo lo malo que ocurra en Podemos de aquí a la eternidad. La cuestión es que el hooligan, y hemos conocido a unos cuantos de toda índole y pelaje, no se caracteriza por su inteligencia sino más bien por actuar sin pensar. Si, más que hooligan se es un escalón más ultra como resulta de ser un perrillo de Pavlov, lleguen a sus propias conclusiones. Si, además, el líder a alabar se ha erigido en el mesías salvador de la izquierda y desde los medios de comunicación le han reído las gracias, los perrillos a su alrededor estarán más excitados aún. Ser populista, como todos sabemos, conlleva llegar a la conclusión más sencilla y atrincherarse en ella. Si además tiene visos de verosimilitud se agarrarán con uñas y dientes y negarán la mayor cuando se les señale otra circunstancia que sus dioptrías mentales no les permite alcanzar. En lugar de intentar mirar más allá ladrarán más alto para acallar al discrepante. Ademas, para rizar el rizo, señalarán con tembloroso dedo las virtudes, si las hubiera, de su líder y acallarán sus defectos, aunque los haya a millares. Pues todos sabemos que en España los defectos, como la culpa, siempre son de otro.