Un hombre cualquiera con un maletín en el zoo de Madrid, va paseando lentamente mientras silba: «the sound of silence» de Simon & Garfunkel. Baila al ritmo de la música, sonriendo a su alrededor. Se detiene frente a la isla en que descansa el león. Mira arriba y abajo. Abre su maletín y extrae unas fotografías recortadas de revistas de naturaleza. Coloca un tapete en el suelo y va colocando las fotografías en un orden preestablecido. Se aleja unos pasos mirando sus fotografías y vuelve retocando aquí o allá. El maletín hace un ángulo recto con la valla que separa el reposo del león. Saca con sumo cuidado una sábana pequeña y anuda en los barrotes de la valla dos esquinas y coloca las otras dos esquinas con unas pinzas de la ropa en dos cintas porta documentos del maletín. El ala levantada queda, pues, tapada completamente por la sábana en la que unas letras multicolores hacen de reclamo para niños y adultos. Nuestro hombre se levanta alejándose unos pasos y vuelve para dejar todo a su gusto. Saca un taburete de tela sin respaldo y un bote de refresco hace las veces de cenicero. Saca un arrugado paquete de tabaco y se enciende un cigarrillo. 

Hay quien pasa sin hacerle ni caso y el hombre, maldice e insulta en silencio. Está toda la mañana moviendo los labios, pues no hay nadie que se pare y le pregunte. Unos extranjeros se han quedado mirando las fotos riéndose y él, mediante gestos, ha intentado vender su producto. Pero, ante la incapacidad comunicativa, los guiris han alejado sus chanclas con calcetines blancos y nuestro héroe les ha insultado en todos los idiomas que sabe, concretamente uno y a duras penas. Mira el reloj, casi son las tres de la tarde, mira con lastima la caja que tiene dispuesta para guardar el dinero. Recoge las cuatro monedas que hay y se las mete en el bolsillo. Comienza a recoger. Unos pasos se acercan y detienen detrás de él y se queda mirando las fotos. Al girarse, nuestro héroe se asusta, el hombre, sin decir una palabra, señala el cartel y las fotos. Le extiende un billete y le rechaza el cambio con un gesto. Quédeselo, es lo único que dice. Nuestro hombre apaga el enésimo cigarro y le da la mano sonriendo. Comenzando a darle ordenes.

Súbase a la valla, si no ocurre nada, ¿no ve que el león está tumbado? Ahora, que no mira. Vamos, dese prisa. Eso es, eso es. ¿Qué? ¿Que ha girado el bicho, como si fuese el ojo de Sauron, su mirada hacia donde está usted? Pero sigue tumbado. No pasa nada. No se preocupe. Muy bien. Ya está. Despacio. Ahora métase en el agua y aguante la respiración que huele muy mal. Eso es, vaya lentamente nadando por el embalse, muy bien. Intente no hacer ruido. No me moje la cámara. Muy bien. Con cuidado. Eso es. Ya llega. ¿Ve, qué fácil? El león se ha levantado y le tiende su pata para que se encarame a él y pueda subir. Están muy bien enseñados. Eso es. Muy bien. Ahora, haga la foto, ahora. Rápido. Venga. No sea torpe. Pero bueno, ¿estamos tontos o qué? Así no, hombre. Así no. ¿Qué hace? No corra. ¿Ve? Es más rápido que usted. Pero, si es que, de dónde no hay mata no sale patata. Sálgase de su boca, hombre. Pero deje de sangrar. Ahí va como ruge el león. No ponga esa cara que yo también me he asustado. Vaya, otro idiota que se ha comido el león. Pues sí que le ha durado. Pues con tanto ejercicio me ha entrado hambre. Recoge rápidamente el cartel en el que pone, con una más que dudosa caligrafía: «se hacen fotos con el león». Guarda apresuradamente sus cosas en el maletín y se aleja silbando «If I could» de Simon & Garfunkel.

El león representaría la justicia o el poder establecido. Nuestro héroe con su cartel sería algo así como un remedo de las redes sociales. El hombre que ha servido como alimento del león, podría ser el pueblo venezolano, Juana Rivas y tantos otras víctimas que hubo, hay y habrá siempre. Se mueven por desesperación o ignorancia. Ahora bien, creer que instar a alguien a alzarse contra el poder establecido, sea o no legítimo, no va a conllevar ninguna consecuencia, es de psicópata, imbécil o, en el mejor de los casos, ingenuo.