No es porque estemos en primavera ya que el florecimiento de estos inmundos esquejes viene de lejos. Muchas primaveras atrás pudimos ver cómo surgían de las facultades de periodismo jóvenes promesas de la palabra. Herederos de auténticos maestros de la pluma. Al regazo de los cuales crecieron estos retoños. Nuevos delfines que, por decir una gracieta o un insulto, eran palmeados en el hombro por sus maestros y adláteres. Cuanto más imbécil era la baladronada expuesta, más risitas provocaban a su alrededor. Los jóvenes escritorzuelos crecieron en la creencia de que su opinión contaba y valía. A medida que crecían estos delfines e iban recibiendo palmadas agasajadoras en sus hombros, los lectores aumentaban. Aquellos polvos intelectualmente nefastos trajeron este lodazal que es el cuarto poder.
Unos lectores,los suyos, víctimas de nefastas políticas educativas usadas como moneda de cambio para conseguir el anhelado poder. Unos lectores que, según iban creciendo en cantidad, eran más fáciles de convencer por su retroceso cultural. La facilidad por convencer al iletrado de turno hizo que aquellos delfines de la pluma fuesen acomodándose y acostumbrándose a decir cada vez idioteces más gordas y menos argumentadas. Cuanto más ignorante sea la sociedad, más fácil es convencerla de algo. Cuanto más ciega sea la sociedad menos tuerto ha de ser su rey. Los argumentos, pues, se fueron haciendo más sencillos a medida que la cultura y educación fueron diluyéndose. Estamos hoy sumidos en un pozo tan oscuro que los argumentos han pasado a ser el recitado de consignas. Así, poquito a poco, han ido polarizando nuestro país y han ido acomodándose en sus repugnantes poltronas estos pretéritos delfines abufonados que intentan hacernos creer ahora que son la reencarnación de antiguos maestros y la quintaesencia de la comunicación.
Así, cuando ahora vemos tertulias políticas en televisión, observamos que unos lavacerebros vomitan una consigna tras otra. Si alguien le solicita que dé argumentos a todo lo que suelta por esa boca ponzoñosa, titubeará, tartamudeará y responderá con evasivas y más consignas. Pero, si estas actuaciones nos dejan estupefactos, ver la reacción a tales espectáculos en las redes sociales, nos hacen sonreír, asustarnos y avergonzarnos, por ese orden. Si despreciamos los populismos hemos de tener en cuenta que estos propagandistas son los que facilitan que existan. Son los que, desde sus atalayas, recitan las consignas dadas por el gurú populista de turno. Son utilizados por los partidos políticos para que estén presentes a todas horas en las tertulias de radio y televisión. Sus acólitos, perrillos falderos incapaces de tener un mínimo espíritu crítico y que da por ciertas las mamarrachadas que el propagandista dice, repiten hasta la saciedad sus sandeces. Creando, entre unos y otros, determinada corriente de opinión que favorezca al gurú político al que sirven. El propagandista, que no periodista, se sentirá fuerte rodeado de estultos que le aplauden las consignas y las repiten hasta la nausea.
Si a estos nuevos mesías de la supuesta información se les afea su vómito impregnado de odio y sazonado con determinada ideología, suelen tener un par de reacciones determinadas. En primer lugar contestan a tu crítica con un: «lo que os jode es que…» haciendo creer que tú eres del bando contrario. Si uno es de los contrarios a él, que es el bueno y moralmente excelso, es que nosotros somos los malos y de una conciencia execrable. En esa polaridad se sienten cómodos porque no tienen que argumentar más que un: «tú caca» y sus vociferantes seguidores repiten: «caca, caca, caca…» de este modo continúan colocados en sus atalayas. Pues esta dicotomía mal-bien es la que mejor entienden sus idiotas seguidores. Por otro lado, si a ese «tú no eres de los nuestros» tenemos la osadía de contestarle, harán un elogio de su inteligencia frente a tu incultura y sus acólitos repetirán: «inculto, inculto, inculto…» después, si nos metemos en una discusión con alguno de esos acólitos, o con él mismo, la lucidez brilla por su ausencia y el vómito de consignas se aspersoriza inundándolo todo. Dando con tus huesos en el ostracismo de su bloqueo tuitero. Cosa que es de agradecer.
De este modo, quienes, por tener al lado maestros de las letras de talla internacional, hubiesen podido ser unos periodistas magníficos, por la ley del mínimo esfuerzo y dejarse llevar por los vítores ladrados por perrillos cuyos hocicos están impregnados en mermelada, se dejan llevar hasta convertirse en los propagandistas rebañabraguetas que tenemos en todos los medios. Unos propagandistas que utilizarán el término: «periodista de opinión» como un escudo que les protege de las denuncias de propagandista que les vertemos. Los que sí fueron periodistas de opinión son sus maestros. Unos maestros con suficiente capacidad intelectual para, por ellos mismos, generar opinión. Pero que no, como estos propagandistas, repetían consignas cual papagallos Triste futuro nos espera con una sociedad tan ignorante, polarizada y adoctrinada y una prensa tan carente de argumentos que lo único que hace es repetir las consignas dadas por el gurú ante el que se mantienen arrodillados.