No es extraño que las series o sagas cinematográficas, con sus larguísimos rodajes, sufran también ciertos incidentes padecidos por los actores en sus vidas privadas. Me refiero a enfermedades, accidentes, enemistades y otros contratiempos más o menos graves. Entonces, la pericia de directores, productores y guionistas debe sortear los imprevistos que surjan, adaptándose a la nueva situación.
Por ejemplo, Juego de tronos decidió cambiar de repente al actor que interpretaba a Daario Naharis por razones que no están claras, puede que por conflictos de agenda o por «problemas políticos» entre el equipo y el actor, según dijo este en una entrevista. La serie de HBO continuó como si nada, simplemente con un personaje con rostro nuevo al que los espectadores tuvieron que acostumbrarse, pero en otros casos las circunstancias vitales de un actor pueden afectar más al desarrollo de la película. Así sucedió con la muerte de la emblemática actriz Carrie Fisher, que actuó por última vez en el episodio VIII de La guerra de las galaxias; reemplazar la reconocida cara de la princesa Leia habría decepcionado a los fanáticos de la saga, por lo que en el episodio IX, cuyo estreno está previsto para diciembre de 2019, la misma Fisher aparecerá a través de metraje antiguo no aprovechado; ¡quién sabe cuántos apaños de guion, rodaje y montaje habrán sido necesarios! Por tanto, parece que la muerte, en la industria cinematográfica, no es una dificultad totalmente insalvable. En cambio, Netflix decidió matar a Frank Underwood, el protagonista de House of Cards, a raíz de las denuncias por abuso y acoso sexual a Kevin Spacey, el actor que lo encarnaba. En esta ocasión, se consideró que cambiar la cara no era suficiente: la toxicidad del denunciado salpicó también al argumento de la serie. El verdadero escollo, pues, es la mala fama.
En una encrucijada similar se encontró Transparent, la serie de Amazon de cuatro temporadas creada por Jill Soloway. Su actor principal, Jeffrey Tambor, fue denunciado por acoso sexual por dos miembros del equipo de grabación, así que lo despidieron en febrero de 2018. Entonces Soloway decidió darle un giro argumental a su serie: como Frank Underwood, el personaje interpretado por Tambor debía morir. Además, la quinta temporada no tendría diez capítulos de unos 30 minutos cada uno, como las cuatro anteriores, sino un único episodio de casi dos horas. Se titula «Transparent Musicale Finale» y, más que un capítulo especial, es una película.
«La quinta temporada no tendría diez capítulos de unos 30 minutos cada uno, como las cuatro anteriores, sino un único episodio de casi dos horas. Se titula «Transparent Musicale Finale» y, más que un capítulo especial, es una película»
La protagonista de Transparent es Maura Pfefferman, una mujer trans que salió del armario estando ya jubilada de la universidad, y la serie sigue su proceso de transición. Pero su familia —de clase media acomodada, judía, radicada en Los Ángeles— tiene un papel tan importante como ella misma en el argumento, y no solo porque en el episodio final Maura haya muerto de un ataque al corazón, dolencia que antes le había impedido seguir tomando hormonas y someterse a una cirugía de reasignación de sexo. Su exesposa se llama Shelly, también está jubilada, era la única de la familia que en parte conocía el secreto de Maura y, hasta la cuarta temporada, también tenía su propio secreto, por los demás desconocido. Sus hijos son, de mayor a menor, Sarah, que tras descubrir o asumir su bisexualidad se divorció; Josh, cuyas relaciones amorosas y sexuales con mujeres son siempre complicadas, a causa de su infancia turbulenta; Ali, que pasará de ser heterosexual a lesbiana y, ya en la cuarta temporada, decidirá ser de género no binario y se llamará Ari. Sí, la familia Pfefferman se las trae.
A través de este elenco, la serie de Soloway expande y agota el concepto de trans, su tema principal; aquí trans implica transgénero y transexualidad, por supuesto, así como transparencia, pero también transición, transformación, transgresión, transcendencia e incluso transmigración (en la segunda temporada sabemos que la tía de Maura era también una mujer trans del Berlín de entreguerras). Los asuntos tratados en la serie, no obstante, son muchos más, por lo que cualquier espectador se sentirá identificado o estará interesado: desde el amor, la amistad y las relaciones familiares hasta el judaísmo, el conflicto isarelí-palestino y la herencia del Holocausto, pasando por el dinero, el trabajo y el sida. Y en el último capítulo también la muerte, el duelo y la necesidad de closure, esa palabra inglesa de mal traducir que más o menos equivale a «pasar página» o «cerrar un ciclo». Porque en el «Transparent Musicale Finale» los allegados de Maura se reúnen, se consuelan y organizan en pocos días su funeral; pero no se trata de una tragedia como Antígona, sino de una dramedia —un drama de tono cómico o una comedia seria—, combinación que las anteriores temporadas popularizaron.
Y si bien el tono general de la serie no ha cambiado, sí se ha transformado su género: como el título indica, el capítulo final de Transparent es un musical. Y a mí los musicales siempre me han parecido demasiado frívolos y artificiales, desde Hair hasta La La Land, pero en el caso de Transparent considero la transformación un acierto total. En primer lugar, porque así se pone el énfasis en Shelly, madre siempre ignorada y despreciada por sus hijos, que por fin tendrán que escucharla, puesto que decide organizar un musical sobre la vida de Maura para homenajearla en su entierro. En otras palabras, «Transparent Musicale Finale» es un metamusical, un musical dentro de un musical, en el cual Shelly hace de Shelly pero sus tres hijos están interpretados por tres actores y Maura por una mujer trans; de este modo, Soloway corrige un error inicial de la serie —usar un actor cis para un personaje trans— y soslaya la ausencia de Jeffrey Tambor —de las pocas escenas en las que aparece, se encarga la actriz trans—; además, los dos niveles narrativos —el musical y el musical dentro del musical— producen algunos juegos metaficcionales e incluso metalepsis bastante interesantes.
La segunda razón para aplaudir la transformación de Transparent en musical es la vinculación histórica entre los espectáculos teatrales y la comunidad LGBT+. El travestismo es una práctica habitual en las comedias teatrales desde la Antigüedad hasta el presente, a veces como parte del argumento —en El enfermo imaginario de Molière, una criada se disfraza de médico para engañar a su amo— y en otras ocasiones como consecuencia de las costumbres de la época —las mujeres no podían actuar en el teatro isabelino, así que los hombres las encarnaban—. En el teatro de variedades, y sobre todo en el cabaré y el burlesque, también es muy común el transformismo. Y cuando el musical surgió como espectáculo teatral en el siglo XIX, consolidándose en Broadway, y en la primera mitad del siglo XX dio el salto a la gran pantalla, se convirtió en uno de los géneros favoritos del público LGBT+, también gracias al activismo trans y la descriminalización del cross-dressing. Musicales como The Rocky Horror Picture Show visibilizaron el fenómeno trans, incluso más allá de sus comunidades, que en los años setenta empezaban a ganar notoriedad. Según la Routledge International Encyclopedia of Queer Culture, el musical es «un género teatral característicamente queer» por las siguientes razones: su estética camp, su ambigüedad sexual, el papel principal de las actrices mujeres, el culto a la diva y el utopismo inherente de sus argumentos, en los que la búsqueda de la felicidad suele tener éxito. En series actuales como Pose se reivindica la «cultura ball«, que en los 80 unió a la comunidad LGBT de origen latino y afroamericano en espectaculares bailes y desfiles con música, que ya fueron documentados en Paris Is Burning (1990). Además, desde El género en disputa de Judith Butler sabemos que el género es performativo: la identidad de género se hace, no se nace, y con una performance diferente puede deshacerse y rehacerse. Al convertirse en musical, la serie de Holoway se inscribe en esta tradición.
«Debemos celebrar la musicalización de Transparent porque la música y el baile son las artes por excelencia de la celebración. Y «Transparent Musicale Finale» celebra la muerte de Maura cantándoles al amor y a la diferencia»
Por último, debemos celebrar la musicalización de Transparent porque la música y el baile son las artes por excelencia de la celebración. Y «Transparent Musicale Finale» celebra la muerte de Maura cantándoles al amor y a la diferencia. El cierre de la serie es una oda muy optimista a la otredad, similar al cierre de Sense8 de las hermanas Wachowski (serie que también sufrió un final abrupto por circunstancias ajenas). Así entiendo yo la última actuación del capítulo, que puede levantar ampollas entre los espectadores más sensibles: Shelly propone que el pueblo judío pase página al Holocausto celebrando un Joyocaust, o sea un «Feliz-ocausto», y todos los personajes bailan y cantan: «Sacad la concentración de los campos / y concentraos en cantar y bailar». Según Shelly, solo con una «reacción igual y opuesta al Holocausto» podría superarse su trauma: seis millones de personas sintiendo felicidad durante doce años no para olvidar sino para sobreponerse a los doce años de la Alemania nazi. Aunque esté cantado, el mensaje de Transparent no es banal ni fácil de digerir.
La transformación final de Transparent también representa algo más en el mundo de las series. Hace poco Laura Fernández proclamó en un artículo de El País el fin de una era televisiva: se acabó la época de las series larguísimas, con muchas temporadas para desarrollar el carácter de los personajes, como en una novela, y empieza la época de las series cortas, de solo una o dos temporadas en las que prima el argumento, como en los relatos. Según Fernández, la última entrega de los Emmys simbolizaría este cambio de paradigma, ya que fueron multipremiadas Juego de tronos, ejemplo del primer tipo de serie, y Fleabag, modelo de serie breve. No obstante, Transparent combina en una sola serie las dos eras: por un lado, tiene 40 capítulos —The Wire tuvo 60— que permiten madurar a los personajes, pero su brevedad y el final abrupto la acercan a series cortas como Chernobyl o Good Omens.
Sin embargo, creo que otra clave en esta transformación de las series es la mayor importancia obtenida en los últimos años por las comedias, cuyos capítulos suelen durar menos que en los dramas. Y tanto Transparent como Fleabag combinan lo mejor de ambos mundos. Además, las dos series están creadas respectivamente por una persona de género no binario (Jill Soloway) y una mujer feminista (Phoebe Waller-Bridge): en la nueva era de las series, hay nuevos agentes productores, más allá del panorama 100% masculino que antes predominaba. Quizás son los gustos, las experiencias y las sensibilidades de estas nuevas caras del sector televisivo lo que está transformándolo.