Siempre es difícil hablar sobre un director que ha hecho películas tan buenas como distintas entre sí, porque, como todos sabemos, hay muchos tipos de directores. Están los que tienen un estilo propio, de esos que nada más ver una escena sabes que, necesariamente, el film que tienes delante de tus ojos es obra suya y de nadie más. Dicho fenómeno sucede con cineastas de la talla de Tim Burton o del mismísimo Quentin Tarantino; también con suecos como Ingmar Bergman o con Pedro Almodóvar, si nos centramos en el cine español. Por otro lado, nos encontramos con los que me gusta denominar “directores por encargo”; los que realizan superproducciones, ya sean de buena o de mala calidad. A estos es difícil detectarlos con el simple visionado, pero su nombre suele aparecer en grande, al principio del film, en el tráiler, en los anuncios y hasta en la sopa. En esta categoría encontramos a personas como Ridley Scott, que lo mismo hace Blade Runner que Gladiator, pasando, eso sí, por Hannibal (la segunda parte de El silencio de los corderos), para despistarnos ya del todo. Otro ejemplo es Ron Howard, cuya figura como realizador es recordada, sobre todo, por haber dirigido Una mente maravillosa o Willow. Pese a la ausencia de un estilo propio, los “cineastas por encargo” suelen hacer películas alabadas tanto por el público como por la crítica, llegando a obtener premios en festivales, convirtiéndose sus trabajos en cintas de culto. El aspecto negativo es que llegan a ser tan populares que nadie se acuerda de quién las dirigió.

Pero hoy no vamos a dedicar nuestro tiempo a hablar de la preciada autenticidad en contraposición a la penosa comercialización, lo siento; esta información era un aperitivo informal −y cuestionable, por qué no decirlo− para brindar reconocimiento a un cineasta que falleció el mes pasado y que se encuentra en el punto medio de esas dos formas de hacer cine, tan opuestas entre sí. Me refiero a Miloš Forman, director de origen checo que abarcó muchos y muy distintos géneros y que, sin embargo, supo hacer historia como creador, dejando algunos títulos muy conocidos a lo largo de su carrera.

Aunque en su trayectoria, entre largometrajes, cortos y documentales, hay al menos una veintena de trabajos, lo cierto es que Forman es conocido por Alguien voló sobre el nido del cuco, su segunda película estadounidense, considerada como una de las mejores de la historia del cine. Admito que nunca había reflexionado sobre sus cintas en conjunto, ya que las he visto muy separadas en el tiempo y son documentos que, en principio, no tienen nada en común; sin embargo, cada vez que me acercaba a uno de sus trabajos (modo en el que un antiguo profesor de literatura nos recomendaba leer los libros: acérquense ustedes a La Metamorfosis, de Kafka, decía), sentía que había visto algo especial durante el tiempo del visionado.

Precisamente, la primera que vi fue Alguien voló sobre el nido del cuco,  film que me sacó de un momento cinematográficamente monótono, al haberme pasado un tiempo sin ver nada que me dijera algo de verdad. El film de 1975 muestra crudamente la locura, narrando la vida cotidiana de unos enfermos mentales en un centro psiquiátrico. Mediante el comportamiento, los gestos y las muecas de los pacientes, la narración logra que nos identifiquemos con los personajes interpretados por actores de la talla de Jack Nicholson, Danny DeVito o Will Sampson, todos ellos desequilibrados, y que temamos al verdadero peligro del centro: las enfermeras y vigilantes, que, hartas de su labor, intentan inmiscuir en la rutina a los protagonistas para no complicar sus horas de trabajo.

«Aunque en su trayectoria, hay al menos una veintena de trabajos, lo cierto es que Forman es conocido por Alguien voló sobre el nido del cuco, su segunda película estadounidense, considerada como una de las mejores de la historia del cine»

La película te hace reflexionar seriamente sobre lo que es la locura y en qué lugar reside, ya que, durante el visionado, empatizas tanto con los supuestos desequilibrados que acabas dudando de si estos son así o los han convertido en ello. Agradecí, también, redescubrir a un Jack Nicholson que había dejado olvidado en El Resplandor y en Mejor… imposible, además de darme cuenta de la cantidad de guiños que había visto en Los Simpson, como buen chicuelo de los noventa que soy, cosa que también me sorprendió al ver El Mago de Oz, de Victor Fleming, película de la que la serie ha sacado multitud de gags. No me da tiempo a escribir sobre todas las cosas que se esconden tras Alguien voló sobre el nido del cuco, porque tiene muchas y quiero hablar de otra película de Forman que me marcó profundamente, sino la que más: Man on the Moon, de 1999.

Antes de empezar con esta joya, no quisiera pasar por alto la espléndida Amadeus, situada en el tiempo entre las otras dos (1984), que narra la vida del joven y alocado Wolfgang Amadeus Mozart, a través de la historia de Antonio Salieri, compositor de la corte, entregado totalmente a la música. Lo más interesante del film, además del montaje, la fotografía y, por supuesto, la música, es la muestra de la rivalidad entre uno y otro, además de la diferencia en sus comportamientos. Salieri es un hombre devoto, de los que entienden que el sacrificio y la oración te llevan directamente al éxito; por su parte, Mozart es un mujeriego, entregado a la diversión, al que no le hace falta ningún esfuerzo para realizar composiciones semejantes a las que haría el mismísimo Dios. Ahí es donde encuentro la verdadera esencia de la película, en la clásica contraposición entre lo apolíneo, encarnado por Salieri, y lo dionisiaco, representado por Mozart. Dicho enfrentamiento enriquece considerablemente la historia, mostrándonos las crisis de fe por las que pasa Salieri, al no entender por qué Dios ha elegido a Mozart como mediador de sus composiciones, como si de un santo se tratara, cuando su modo de vida se basa en todo lo contrario.

Pero lleguemos de una vez al meollo −y ya casi al final− de nuestro asunto: Man on the moon. Esta película no solo es una de mis preferidas de este director, sino que es una de mis favoritas en general. La habré visto cinco veces y no tendré problema en verla otras tantas. Y, aunque es cierto que las dos anteriores son documentos más completos y de mejor calidad, tengo especial predilección por ella, debido a la temática y al género. Trata sobre la vida de Andy Kaufman, un cómico, popular durante los años setenta, que cambió el rumbo de la comedia, entremezclando la vida con el espectáculo. Me gusta tanto porque aborda el tema del humor y de cómo este influye en la sociedad, cuestión muy interesante tanto en la época de Kaufman como en el presente. Además de la espléndida interpretación de Jim Carrey, el cual se metió tanto en el papel que acabó actuando como si realmente fuera Kaufman (cosa que se puede ver en el documental recién estrenado Jim y Andy), destaca la confusión que genera la figura del cómico, a caballo entre la genialidad y la estupidez (similar al caso de Mozart). La película es llamativa en sí, pero cuando descubres, como me pasó a mí, que aquello que estás viendo le ocurrió a Kaufman realmente, comienza a despertar aún mayor interés. Muchas de las situaciones polémicas que se muestran −arruinar una sitcom en directo, pelearse con un luchador en mitad de una entrevista o agredir al público durante un show− son cosas hechas por el verdadero Andy, que descolocan y, a la vez, atraen al espectador.

En Jim y Andy, de Chris Smith, se refleja la paciencia que demostró Miloš Forman para aguantar a un Jim Carrey que decidió adoptar la insoportable actitud de Andy Kaufman. Al igual que en la película, en el documental juegan con la confusión entre ficción y realidad para desorientar al espectador y mantenerlo en una continua duda, en la que se cuestionará si Carrey fue tan estúpido como Kaufman durante el rodaje o si lo hizo por el mero espectáculo. De hecho, hay escenas en las que Forman aparece hablando directamente con Andy Kaufman a través del cuerpo de Jim Carrey, debido a que decidió seguirle el juego. No hay nada mejor para el espectáculo que llevarlo hasta el límite; Carrey lo sabía y Forman también, por lo que ambos decidieron hacer de la vida un circo para que este fuera similar a la vida: el mejor homenaje que se le puede brindar a Andy Kaufman.

Man on the Mon cierra un tríptico esencial a la hora de introducirnos en el cine de Miloš Forman, un director que, volviendo a la problemática inicial, dejó películas que llegaron a ser más conocidas que él mismo. Sin embargo, Forman estuvo ahí, tanto en los primeros años de su carrera, en la República Checa, donde realizó películas, como Pedro el negro o Los amores de una rubia, como después, en Estados Unidos, donde alcanzó la fama, sobre todo, mediante el tríptico aquí repasado.