Decía Bernabéu, o cuentan que decía, que para hacer un equipo campeón había que tener un argentino y ningún inglés. Personalmente no llego a tanto, pero comparto la admiración hacia los argentinos y comprendo que el asunto se lleve al extremo si Di Stéfano juega en tu equipo. Y no hablo estrictamente de fútbol, aunque también. Lo que más me gusta de los argentinos, y añadiré a los uruguayos si se me permite, no es cómo juegan al fútbol, sino cómo lo cuentan. Y cómo lo viven. Pero sobre todo cómo lo cuentan.

«Decía Bernabéu, o cuentan que decía, que para hacer un equipo campeón había que tener un argentino y ningún inglés. Personalmente no llego a tanto, pero comparto la admiración hacia los argentinos…»

Todo parte, y lo asumo, de un enamoramiento fonético-musical. El acento de los argentinos, y no tengo porque pensar otra cosa de los uruguayos, despierta en mí la misma atracción que los cabellos rubios y las mujeres que almuerzan solas. No es que me derrita en cada caso, no vayan a pensar que soy tan simple, pero tengo altas probabilidades de hacerlo. Y sospecho que los argentinos son conscientes de ese poder, especialmente cuando hablan con españoles, motivo por el que nunca se desprenden de su acento y hasta diría que lo exageran. El ejemplo de Di Stéfano está bien vivo, aunque él haya muerto. Después de cincuenta años en España cada vez resultaba más porteño. Lo mismo o parecido podríamos decir de Valdano o Simeone, dos argentinos fidelísimos que se recrean hasta el paroxismo en la pronunciación de la doble ele. Den por hecho que si cualquier de nosotros, volátiles españolitos, hubiésemos vivido tanto tiempo en Buenos Aires tendríamos el mismo acento que un taxista de la Boca.

Pero hay algo en los argentinos que trasciende el acento y se relaciona con su absoluta seguridad en sí mismos, conseguida por vía genética o del psiconálisis, o quizá por la perfecta combinación de ambos factores. Según Borges, el argentino es un italiano que habla español, piensa en francés y quiere ser inglés. Tal vez fuera cierto hace cincuenta años, cuando el propio Borges se comportaba como un lord inglés y Cortázar como un pensador francés. Ahora creo que a los argentinos les queda poco de los ingleses, de no ser su amor por el invento inglés, y tampoco demasiado de los franceses, salvo el aroma parisino que desprende la capital. Lo que permanece inalterable, y hablo estrictamente de oído, es la esencia italiana y española, para lo bueno en el fútbol, en la literatura y en la gastronomía, y seguramente para lo malo en todo lo demás.

«Esa fusión italoespañola ha creado en el ámbito futbolístico una raza superior que ha hecho coincidir en el olimpo del fútbol a tres argentinos con apellido italiano como son Di Stéfano, Maradona y Messi»

Esa fusión italoespañola ha creado en el ámbito futbolístico una raza superior que ha hecho coincidir en el olimpo del fútbol a tres argentinos con apellido italiano como son Di Stéfano, Maradona y Messi. Y no existe la casualidad en este asunto. La internacionalización del fútbol tenía que haber repartido más equitativamente las nacionalidades de los genios. Pero no. Al final emerge un talento que tiene mucho que ver con el sentido de la supervivencia de los emigrantes y con el carácter latino de italianos y españoles. No olvidemos que, en última instancia, el fútbol es un juego de engaños, fugas y adaptación.

No diré que me hubiera gustado ser argentino, porque las patrias son casualidades, pero sí hubiera pagado un buen dinero por tener, aunque fuera un solo día, ese acento tanguero que otorga jerarquía en la cancha y que por la noches, quiero pensar, rinde alta fortalezas de cabellos rubios.