Para comprender mejor la intersección de política y sexo —y el concepto mismo de «política sexual (o del sexo)»— sugiero que comparemos The Politician con otra serie de Ryan Murphy, la ya mencionada Glee, y que después miremos hacia otras series recientes que hablan de adolescentes. De hecho propongo ver The Politician como una autopolémica irónica del mismo Murphy, verla como una «anti-Glee«. Glee es conocida como uno de los fenómenos culturales que contribuyeron a la emancipación LGBTQ, que hicieron el «LGBTQ mainstreaming«. En sus principios en 2009 Glee propuso, primero, una alegoría «política» (aunque no el sentido exacto de la palabra, es decir, de la profesión política) de oposición entre el mundo del deporte asociado más o menos con la «derecha» y el «neoliberalismo», o con el partido republicano norteamericano, y el mundo de las humanidades, el arte, las soft skills y la inclusión social, curiosamente no tan asociado con un partido o agenda política (aunque en el contexto norteamericano obviamente se sitúa más cerca del partido democrático). Segundo, el teatro y el coro de la escuela se convirtió en un refugio de «minorías»: personas homosexuales y transgénero y de género no conforme (el personaje de Wade «Unique», desde la tercera temporada, en 2011), racializadas (afroamericanos, chicanos, chinoamericanos), con discapacidades (Artie Abrams) o de cuerpo no normativo (no delgado). El coro estaba, en una palabra, «abierto», «abierto a todos», era acogedor: sé quien quieras ser. Todo esto se presentaba con muchas emociones, simpatía y empatía sobre todo, las dichas «competencias blandas» como el mejor indicador de humanidad. Hay una referencia directa a la política profesional en Glee cuando al final de la segunda temporada y al principio de tercera la entrenadora de las animadoras Sue Sylvester (Jane Lynch) —que representa el polo «de derechas» y antiarte— decide presentarse como candidata (republicana) al congreso americano (una de sus ideas es que hay que restablecer los castigos corporales en las escuelas); y finalmente en la sexta temporada (2015) descubrimos que Sue se ha convertido en 2020 en vicepresidenta republicana. El mundo amó esta «política de representación» (de excluidos) empapada en sentimientos de compasión (en vez de competencia excesiva) y aceptación (en vez de la «erradicación de los débiles») hace 10 años. (Señalemos de paso que aun así el personaje de Sue ofreció muchos momentos camp, igual que algunas escenas musicales, y era una grieta interesante en esta imagen agradable; en The Politician esta estética apenas aparece, solo un poquito en las escenas de romance entre la madre de Payton y la entrenadora de equitación [¡Martina Navrátilová!], un poco en el carácter de Dusty Jackson [fabulosa Jessica Lange] adicta a Shirley Bassey.) Y seguramente Glee respondió muy bien a los problemas de (mala) representación de entonces.
Pero 10 años después, y no es que esos problemas ya no existan (solo que por otro lado tienen mucha cobertura en las películas y series), los problemas parecen diferentes: la oposición y la lucha entre humanidades y arte contra deporte y negocios parece anticuada y algo difuminada. El único curso en la escuela Saint Sebastian que mereció ser mencionado y hasta fetichizado en la serie es… chino. Mientras que «la política de representación», emocional y hasta sentimental en Glee (y un poco utópica, pero te hacía sentirte un poco mejor), en The Politician es muy inteligentemente y intelectualmente analizada y desmontada con un estilo bastante amargo. Pero la supuesta autopolémica va aún más lejos: inesperadamente Payton, tras la muerte de River, le hace un homenaje cantando una canción en el teatro de la escuela —y cantando muy bien (Ben Platt es cantante también), con mucha emoción, hasta sus colaboradores políticos, un tanto cínicos, lloran con sinceridad, el mismo Payton parece igual de conmovido—; sin embargo, un momentito después analiza con todo su equipo que este acto le va a dar una subida en sondeos. Un poco más adelante Payton, sintiéndose «vacío», decide apuntarse al grupo de teatro para hacer un musical (de repente parece que la mayoría de los alumnos tiene competencias de cantantes de Brodway…) y así reconectar con su interior. O sea, ¡Glee!, ¿verdad?, solo que muy poco después el motivo del musical desaparece, pierde contra la política, ni siquiera sabemos si han presentado una sola vez el espectáculo. Finalmente en el octavo episodio, el último de la serie, Payton, quien tenía planeado estudiar en Harvard («porque los estudios demuestran que la mayoría de los presidentes de EE. UU. han estudiado en Harvard»), lleva tres años estudiando en Nueva York y ganando como intérprete y cantante en un club (elegante) en la ciudad; pero eso no le hace feliz y en efecto bebe cada noche, para llegar finalmente a la conclusión de que a pesar de su talento para la música, es un político nato. Y si volvemos ahora a la pregunta de por qué The Politician no ha obtenido tanto éxito como otras propuestas de Ryan Murphy, una de las respuestas que se me ocurren sería que es porque es muy intelectual y no tan «agradable» (tan fácil de amar). Es un espejo que no oculta nuestros lodos (vaya, pues hablamos de adolescentes). No obstante, la serie tendrá una segunda temporada.
Veamos entonces cómo se desmonta la «política de representación». Para vencer a sus competidores con una imagen mejor, los candidatos a presidente de los alumnos buscan candidatos a vicepresidente. En primer lugar, Payton quiere a un chico differently abled (discapacitado), es decir, un chico con parálisis cerebral, pero este lo rechaza. Cuando Astrid, su competidora, escoge a una gender non-conforming African-American (así se presenta ella misma, como si en primer lugar fuéramos carnés de identidad) llamada Skye, Payton tras dudar si escoger al «voto haitiano» (es decir a Pierre, el único chico haitiano de la escuela, quien lo rechaza y comenta que siempre quieren hablar con él exclusivamente sobre la raza) o a la chica con cáncer, finalmente escoge a la última, que se llama Infinity. (Vaya, la competición entre vicepresidentes es entre cielo [sky] e infinito). Los eventos que proponen ambos equipos son del mismo tipo «identitario», como por ejemplo una colecta de dinero para crear un puesto fijo de comisario en responsabilidad de acoso sexual en la escuela vs. una acción de donación de sangre en la cual pueden participar personas homosexuales y haitianas (en el mundo adulto están excluidas del sistema americano). Sin embargo, Infinity tiene que ser expulsada del equipo cuando sale una grabación en la cual llama a un periodista presunto gay «a buttmunch» («un comeculos», podríamos traducir al español); además, Payton sabe que Infinity no tiene cáncer de verdad, pero esto es otra historia. Payton vacila: declarar que no podemos exagerar con la corrección política o declarar que la incitación al odio no puede ser tolerada. Recordamos que su opinión, si la tiene, no importa. Parece que por el momento da más votos apartarse de la homofobia. Más o menos a la vez (en el mismo cuarto episodio) Skye deja a Astrid, viendo que esta pierde en los sondeos (y no porque la conmueva tanto el rechazo de la homofobia), y se convierte en candidata a vicepresidenta de Payton, añadiendo que «finalmente está en un equipo en cuyos valores cree sinceramente». (Sky is the limit, y no el infinito, al menos en esta época.) Dirás que es centrífuga grotesca; ¿grotesca o hiperbólica?, ¿no conoceremos juegos parecidos en la política adulta? Sin embargo, justo antes de dejar a Astrid, en el tercer episodio, Skye dice una cosa seria y muy significativa: «hace dos generaciones no habría sido candidata por ser negra; hace una generación no habría sido candidata por ser homosexual; aquí se trata de historia». Y de la representación. Cuando vemos a Skye tres años más tarde, en el colegio feminista de sus sueños, se está aburriendo en la centésima clase sobre los derechos de las mujeres según Mary Wollstonecraft…
El hecho de que Ryan Murphy juegue irónicamente con esta idea no la debilita, más bien, creo, significa que las cosas se han adaptado y se han «normalizado» de cierto modo, aun los gais como él pueden burlarse de la corrección política. Pero tengo la sensación de que es también una broma dirigida al mundo que él mismo representa y conoce a fondo, el de las series y de Hollywood: ¿acaso no hay discusiones en los estudios superiores sobre la necesidad de incluir a un personaje con discapacidad en nuestra serie y de añadir un poco más de emoción en una escena dada? Muestra su cocina, digamos. Otra vez vuelvo a la pregunta de por qué esta serie no es tan exitosa: ¿quizás muchos espectadores no quieren pensar que fueron «manipulados» en el pasado con por ejemplo Glee? ¿O siguen pensando que ridiculizar la «política de la imagen positiva» hace mucho daño a un asunto justo y bueno? ¿Que los «excluidos», por llamarnos de alguna manera agrupadora, solo somos auténticos cuando parecemos ingenuos o amables «pedigüeños», es decir, cuando pedimos, no cuando reclamamos o manipulamos o usamos una estrategia política para obtener algo? ¿Nosotros —pensarán— podemos ser cínicos, pero a vosotros os vamos a aceptar solo bajo la condición de que no lo seais?
En ninguna de las demás series recientes que retratan el mundo de los adolescentes (al menos de entre aquellas que me suenan) la política aparece de una manera explícita. Sin embargo, podemos comparar las políticas sexuales en ellas (no solo no normativas, claro). Propongo considerar como un eje dos series tan parecidas como diferentes, Sex Education (británica, Netflix, 2019-) y Élite (española, Netflix, 2018-). Ambas se preocuparon por una representación amplia de una paleta de sexualidades. Y, al contrario que The Politician, como voy a demostrar, inscriben los dos modelos de la política sexual en dos esquemas viejos. Seguramente Sex Education cumple con una misión de promocionar las buenas prácticas sexuales entre adolescentes y, además, se la ve muy bien de episodio a episodio, sin embargo en mi opinión es un tanto demasiado «pedagógica». Su «positividad», la posición hiperracional hacia el sexo, las ganas de «explicarlo» todo, de hecho anihilan, anulan o relegan cualquier «perversión» o, mejor dicho, «transgresión» o «subversión». Aquí no encontraremos temas «incorrectos» (políticamente), o «subversiones», si se prefiere, como en otras. Por ejemplo, en Euphoria (HBO, 2019-, reelaboración de una serie israelí), que considero sobrevalorada, aunque aprecio mucho el personaje de una chica guapa pero con un cuerpo «no normativamente delgado» (obesa), que no tiene confianza en su atractivo y solo la encuentra cuando la grabación no autorizada de su acto sexual sale en internet y obtiene miles de comentarios positivos sobre lo atractiva que es; a continuación, abre su propio canal erótico y gana dinero mostrando su cuerpo. Esto sería imposible en Sex Education porque, supongo, pensarían que no se debe promocionar la idea de mostrar adolescentes en canales eróticos en la red y además ganando dinero (el dinero no es solo una moneda en este caso, sino una moneda metafórica, la de la aceptación de sí misma, aunque…). En Special (Netflix, 2019-), una serie menos conocida y de bajo presupuesto y episodios cortos pero bastante interesante, tenemos a Ryan (Ryan O’Connell, también guionista), bueno, adolescente no en el sentido exacto, porque ya se ha licenciado, pero como una persona con parálisis cerebral sigue viviendo con su mamá de forma un poco infantilizada y lucha por independizarse. Es gay, su cuerpo no es «convencionalmente» (normativamente) atractivo y muchos chicos que ve en Grindr tienen un aspecto diferente («guapo»), por eso tiene complejos, pero los pierde cuando va con un escort (un prostituto) con quien aprender a follar, el cual alaba sinceramente su cuerpo y atractividad y, además, a pesar de toda la mitología de «las putas que con su pan se lo coman», «las putas no se dejan besar», etc., los dos gozan de un momento de cariño, tumbados en la cama y abrazándose. En otra serie, Atypical (Netflix, 2017-2019), hay muchas «subversiones» del hecho de que el personaje principal tenga un trastorno del espectro autista (TEA); no he visto ninguna escena más original del «baile de instituto», un evento mitologizado en la cultura estadounidense, pues aquí Sam, nuestro héroe, sale de la carpa, que es un elemento de decoración, y cuando sus padres le preguntan dónde estaba porque lo estaban buscando, responde simplemente que acaba de recibir su primera paja de las manos de una chica. Finalmente mencionaré brevemente una de mis series preferidas, la hiperperversa y muy «incorrecta» Metumtemet o Dumb (para el mercado interncional) israelí (Hot, 2016-2019). Los adolescentes en esta serie son mucho menos angélicos que en Sex Education, y también que en Élite, además el director de la escuela tiene un «afán» por las chicas adolescentes, sus discípulas, y se enamora de Shiri, la cual, sin embargo, es una actriz de 30 años de aspecto superjoven que, para salvar a su novio de la cárcel, va al colegio como infiltrada. Sex Education tampoco tiene una buena respuesta para aquellos que no abrazan el ritmo racionalista y optimista de la diversidad sexual (¡vaya una frase!), como por ejemplo el ya mencionado Remi o el director de la escuela Michael Groff. Aquí mi opinión difiere de la de Guillem González en su por lo demás muy bien argumentado concepto presentado en The Citizen de que esta serie es «ideal para tu colega el facha»: como lo veo yo, la serie no responde a los problemas y preguntas de los «fachas» y más bien les dice: «tío, eres ridículo, anticuado, un matusalén del cambio sexual, o abarcas el mundo como está y te modernizas, estás fuera». Es un racionalismo que anula lo irracional (como las fobias) sin comprenderlo. Esta forma de pensar y este modelo de política sexual es una encarnación contemporánea de la Ilustración. No niego que algunos movimientos de cambio social del siglo XX tambien usaron este modelo (en los 60, a veces hasta en los 80). Pero no se puede decir que sea nuevo.
Ni tampoco lo es el modelo de Élite, solo que con esta serie saltamos del siglo XVIII al final del siglo XIX y al modelo del «decadentismo». La serie ofrece una paleta de sexualidades, tiene el impulso inclusivo y no evita las «perversiones», como Sex Education. Digámoslo ya: los problemas de los adolescentes con VIH en el personaje de Marina (con un valor pedagógico demostrando que si la persona con VIH toma medicación, acostarse con ella —o él— no constituye ningún peligro); el orgullo de vivir no en una pareja dual, sino triangular (Polo, Carla y Cristian en la primera temporada y Polo, Cayetana y Valerio en la tercera temporada, en la cual hasta intentan formar una «identidad triangular» ante las madres lesbianas de Polo, grotescas, por cierto, pero esta es otra historia) y que además no debe igualarse con la bisexualidad; el incesto (Valerio y Lucrecia); la sexualidad femenina y la homosexualidad entre musulmanes españoles (Omar y Nadia), esta me parece por un lado un poco estereotipada, pero por otro es importante por su valor «pedagógico». En este aspecto la serie parece muy progresista. Y sobre todo si la comparamos con otra serie española unos diez años más vieja, El Internado (Antena 3, luego comprada por Netflix, 2007-2010), buena en su género como goticismo moderno para adolescentes. Sin embargo, la sexualidad en esta serie era bastante normativa y amable (la única «perversión» que recuerdo eran algunas personas que se dan golpes para excitarse). Entonces, el problema con Élite es su posicionamiento de «clases». Al parecer las «perversiones», así como la paleta de representaciones inclusiva, se atribuye a la clase más alta, más poderosa, la dicha «élite», representada por el colegio exclusivo para ellos que, no obstante, deja entrar cada año a unos tres estudiantes de clase baja. Y, ¡sorpresa!, en contraste estos no están «rotos» ni son «corruptos», «depravados» ni «caídos», y por lo tanto no practican perversiones (al menos al principio…), sino que son amables, tienen buenos corazones, buenas intenciones y tal. Pero hay una vía de salvación para los decadentes y es, efectivamente, relacionarse con los «bajos», lo cual parece ser el fetiche de Carla, la marquesa, pero también es la «rebelión» de Marina («castigada», sin embargo, con el VIH…). Otra salvación que les ayuda a convertirse en personas amables son las bancarrotas de sus familias… Esta manera de inscribir las perversiones en el tópico de la «caída de civilizaciones» es, precisamente, un producto del siglo XIX tardío, ejemplificado por Quo Vadis del nobel polaco Henryk Sienkiewicz, que se inspiró en la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Edward Gibbon (publicada entre 1776 y 1789), muy de moda en la última decada del siglo XIX y reinterpretada según los valores de entonces. De hecho, la mayoría de los discursos político-médicos sobre la homosexualidad de esos tiempos llevaba implicaciones de este tipo (Roma cayó a causa de la sodomía, etc.). Aunque, la verdad, no es que la perspectiva moralista en Élite domine. No es un socialismo que te diga que «son perversiones del capitalismo». Como The Politician, Élite difumina la distinción entre la «izquierda» y la «derecha» tradicionales. Estoy vacilando, porque quizás esto es un modelo de política nuevo y no viejo, como he dicho; nuevo, pero compuesto de cubitos viejos, donde el afecto antielitista se casa con el progresismo sexual. Quizás. Seguramente esto responde a una cierta demanda social en la España de ahora, como hizo antes La casa de papel, explotando la antipatía hacia los sistemas bancarios, etc., aunque me imagino que se me podrá acusar ahora de que ofrezco diagnósticos desde lejos y desde fuera (aunque con simpatía incesable). Sea como fuera, creo que The Politician propaga un modelo más nuevo y además nos ayuda a comprenderlo mejor.
Una cosa sigue siendo «vieja» y seguirá siéndolo a pesar de todo, parece decir The Politician. Tanto River como Payton tienen novias (en el caso de River al menos sabemos que se acuesta con la suya), pero también son amantes y aún más, hay (homo)sentimentalismo entre ellos, parece que Payton expresa emociones solo con River. Y el espectro de River le sigue aún años después. A pesar de todo, cuando Payton declara en el tercer episodio que su objetivo es ser presidente de EE. UU. y casarse con la novia del instituto, se trata de un mito que obtiene muchos votos. En mi opinión, los adolescentes en esta serie no son «homosexuales en el armario» ni bisexuales, sino «postsexuales» o «polisexuales». Que la «postsexualidad» o «polisexualidad» no tiene lugar en la política profesional de hoy día está claro; ¿pero la homosexualidad en 2019 tampoco? Ya veremos en la segunda temporada, y el final de la primera nos lo promete. (Hace muy poco el candidato presidencial de la ultraderecha nacionalista de Polonia, casi cuarentón, se casó, justamente tres semanas después de ser nombrado candidato oficial; el político era el objeto preferido del cotilleo entre los homosexuales polacos). Al final de la jornada quiero mencionar el breve cambio que hacen dos películas polacas sobre adolescentes (y sexo y política) de Jan Komasa (famoso ahora por su Corpus Christi nominada al Oscar en 2020, por cierto una película exquisita). En su fabulosa La habitación del suicidio (2011), conocida también en España, Dominik (Jakub Gierszał, premiado como shooting star en Berlín), alumno de un colegio de élite (como en la serie española) durante el baile de bachillerato se da besos en broma con su mejor amigo, lo que le lleva a cuestionar su sexualidad y causar acoso escolar. Aunque yo siempre subrayo que aquí no se trata de «homosexualidad» como una orientación firme, sino de queer o «polisexualidad». El padre de Dominik trabaja en un ministerio y quiere que Dominik salga con la hija del ministro (tanto ella como el mismo ministro también parecen interesados). En una escena inolvidable, en la ópera, estando Dominik frente a la chica, el ministro con su mujer y también sus propios padres, dice que es gay y besa la estatua grecorromana de un efebo. Sus enojados padres le gritan más tarde en la limusina que como está tan mimado y tiene de todo se está inventando cosas; e incluso que, de ser gay, pues que lo sea, pero que «nadie quiere saberlo y sobre todo no el ministro». En 2020, una década después, Komasa filmó La habitación del suicidio. Hater, un spin-off muy bueno. Tomasz (Maciej Musiałowski, excelente), el personaje principal, es un estudiante de segundo (o sea, tendrá unos 20-21 años, como Payton en el último episodio) que empieza a trabajar en una «agencia de publicidad» que se especializa en la producción de fake news y todo tipo de campañas negativas. También para políticos. Para arruinar la carrera del candidato liberal a alcalde de Varsovia, Paweł (Maciej Stuhr, muy buen actor en general, aunque este papel no es genial), no duda en seducirlo, a sabiendas de que es gay, y le lleva al club gay para que le hagan fotos. (Por cierto, el personaje de Paweł está probablemente modelado a partir de Paweł Rabiej, quien como gay abierto fue candidato a alcalde de Varsovia y ahora es el teniente de alcalde de la ciudad.) La sexualidad del mismo Tomasz no importa (parece tender más hacia las chicas, pero obviamente le tiene cariño a Paweł y le admira), como tampoco conocemos sus opiniones políticas personales (como si no importaran, como en el caso de Payton). Al final, el outing de Paweł que se produce gracias a Tomasz no causa mucho daño a su imagen. ¿Será el cambio que se produjo durante la década…?
En cuanto a ofrecer el análisis de nuevos canales y nuevas formas de hacer política —y el papel de la sexualidad en ellas— esta película me parece estar en la misma onda que The Politician. A ver adónde llega Payton en la política; a ver si otras series sobre los adolescentes abrazan nuevas fórmulas de política.