En la Segunda República, las mujeres han quedado asociadas a perpetuidad a dos eventos. El primero fue un avance democrático y social, el sufragio universal. El segundo suceso nos remite a una apócrifa leyenda negra: las mujeres costaron la victoria electoral a las izquierdas en 1933. Aprovechando la efeméride de los noventaidós años del Advenimiento de la República, hablemos un poco de ambos.

No todos los hombres se han imbuido de machismo, por completo. La injusticia de que el sufragio se circunscribiera a los varones estuvo presente en más de una cabeza masculina apenas echaron a andar las democracias en Europa y América. España no fue una excepción. Ya en 1870, algunas voces plantearon la posibilidad de abrir el sufragio a las mujeres. Incluso durante la Restauración, sobre todo liberales y reformistas, pero conservadores, como Antonio Maura, defendieron esta posibilidad.

Por desgracia, estos hombres se encontraban en franca minoría.

“Ya en 1870, algunas voces plantearon la posibilidad de abrir el sufragio a las mujeres”

Un dato apenas conocido es que la primera vez que se reconoció el derecho al voto de la mujer, en España, al menos sobre el papel, no fue en 1931, sino en 1924. Sí, el dictador Primo de Rivera, aprobó, mediante el Real Decreto de 8 de marzo, el Estatuto Municipal cuyo art. 51 autorizaba a las autoridades electorales a incluir en el censo municipal de votantes a mujeres mayores de 23 años cuando se estimara conveniente. En todo caso, el art. 84.3 de la misma norma concedía el voto a las mujeres solteras, cabezas de familia, mayores de 23 años, que no fueran prostitutas. Si se casaban, se hacía imprescindible la autorización del marido.

Ya se sabe que eso de votar en las dictaduras sabe a poco. Las “elecciones” suelen celebrarse con lista única. No obstante, unas pocas mujeres aprovecharon la ocasión para acceder por vez primera a los consistorios municipales como concejalas.

“la primera vez que se reconoció el derecho al voto de la mujer, al menos sobre el papel, no fue en 1931, sino en 1924”

Además, en 1927, Primo de Rivera convocó la Asamblea Nacional para que aprobar una Constitución Corporativista a semejanza del modelo fascista de Mussolini. El Decreto de 12 de septiembre de 1927 que fijaba las reglas de su convocatoria abría la puerta a la elección de mujeres diputadas. Ojo, a la elección, no al voto.

Para empezar, aquella Asamblea no fue completamente elegida por sufragio. Una parte sí fue votada por varones mayores de veintitrés años. Otra la nombraron diversos organismos del Estado, patronales empresariales y sindicatos legales. La restante porción de diputados la designó directamente el Consejo de Ministros. Únicamente por esta última vía podían las mujeres adquirir la condición de diputada. ¡Ah! Y su marido, si estaban casadas, debía dar su consentimiento. María de Maeztu, Micaela Díaz Rabaneda y Concepción Loring Heredia se convirtieron las primeras mujeres en ocupar un escaño en el Congreso, aunque, como vemos, nadie votó por ellas.

“María de Maeztu, Micaela Díaz Rabaneda y Concepción Loring Heredia se convirtieron las primeras mujeres en ocupar un escaño en el Congreso”

Pese a que los comicios bajo Primero de Rivera, siendo benévolos, los podemos describir como una caricatura de unas elecciones verdaderas, estas tibias aperturas al voto femenino encontraron su eco en la República. Así, el Decreto de 3 de junio de 1931, aprobado por el Gobierno Provisional de Alcalá Zamora, para convocar Cortes Constituyentes permitió a las mujeres presentarse a las elecciones, aunque no votar.

En aquellas elecciones sí se escogieron diputados, en concreto a tres: Clara Campoamor, por el Partido Radical Republicano, Victoria Kent, por el Partido Republicano Radical Socialista -no el PSOE- y Margarita Nelken, esta sí por el PSOE. Sin embargo, la elección de Nelken como diputada por Badajoz se produjo, no en junio sino en octubre, durante los comicios de segunda vuelta que tuvieron lugar entre julio y noviembre en varias circunscripciones rurales, donde no se alcanzaron votos suficientes para elegir a los diputados en primera vuelta.

“el Decreto de 3 de junio de 1931, para convocar Cortes Constituyentes permitió a las mujeres presentarse a las elecciones, aunque no votar”

Nelken no se incorporó a las Cortes Constituyentes hasta invierno. Azaña recoge en sus Diarios que, durante los días posteriores a toma de posesión de su escaño, muchos diputados bromeaban, diciendo: “¡Por fin tenemos una mujer en el Congreso!”, en misógina alusión a la fama de marimacho de Campoamor y Kent, cuya supuesta falta de atractivo nunca perdían ocasión de lamentar sus compañeros colegisladores. Más de uno no debía tener un espejo en casa…

Frivolidades machistas a un lado, algo que Margarita Nelken lamentó toda su vida fue no haber podido votar al art. 36 de la Constitución de 1931, que quedó aprobado el 1 de octubre. En torno a este precepto, hubo dos controversias: la mayoría de edad y el sufragio universal.

“Margarita Nelken lamentó toda su vida fue no haber podido votar al art. 36 de la Constitución de 1931”

El primer debate giró en torno a conceder el derecho de voto a los veintiún años, o esperarse a los veintitrés, cuando se acababa el servicio militar obligatorio. Sin demasiadas objeciones se impusieron los veintitrés. El voto femenino sí atravesó mayores vicisitudes.

Como punto de partida, la práctica totalidad del hemiciclo defendía su implantación. La controversia versaba acerca de la conveniencia de implantarlo inmediatamente o, esperar, a que la mujer fuese liberada del confesionario. Queda para la historia el discurso de Clara Campoamor defendiendo a la madurez de la mujer española para votar. La otra mujer presente, Victoria Kent, defendió la postura contraria para salvaguardar a la república de un voto que se vaticinaba masivamente reaccionario.

“Queda para la historia el discurso de Clara Campoamor defendiendo a la madurez de la mujer española”

Entre partidarios y detractores del voto femenino, un diputado del Partido Republicano Federal, el señor Ayuso, propuso la más surrealista de las enmiendas. Con un tono tan prepotente como extravagante, aseguró que la ciencia sostenía que las mujeres no alcanzan la madurez mental hasta que finalizan sus ciclos menstruales. Leemos en el Diario de Sesiones de 30 de septiembre de 1931:

“¿Por qué va a asustar en el Congreso español lo que se está tratando en todos los Congreso internacionales y en todos los Ateneos y Academias? […] traigo la cuestión de si se cree de buena fe que antes de esa edad crítica (no sé ni quiero emplear otra palabra) [como a tantos en su época, al Sr. Ayuso le causaba pudor el vocablo “menopausia”] está perfectamente capacitada la bella mitad del género humano. ¿No puede estar, y de hecho está, disminuida en algún momento la voluntad, la inteligencia, la psiquis de la mujer?” (p. 1337)

También la ciencia había estandarizado, según el Sr. Ayuso, “la edad crítica de las mujeres latinas […] poco más o menos, a los cuarenta y cinco años”. En consecuencia, proponía que los hombres pudiesen votar a los veintitrés, pero las mujeres tuvieran que esperar a los cuarentaicinco. La enmienda, por supuesto, no prosperó.

“el diputado Ayuso proponía que los hombres pudiesen votar a los veintitrés, pero las mujeres tuvieran que esperar a los cuarentaicinco”

Con 161 votos a favor y 131 en contra, España aprobó el sufragio universal. En contra de lo que algunos repiten, el PSOE no votó en contra. Del centenar de diputados de que el partido disponía en ese momento, 83 votaron a favor. Azaña, entonces Ministro de Guerra, no estuvo presente en esa votación, algo habitual en los miembros del gobierno, pero su partido votó a favor y él escribió en su Diario “no podemos negar el voto a las mujeres porque vayan a votar contra la República”.

Sin embargo, hay bastante de verdad en que las izquierdas sentían terror hacia el voto femenino. Un buen ejemplo lo encontramos en Cataluña, un año después. Con la aprobación del Estatuto de autonomía catalán llevó a las primeras elecciones al Parlament. Queriendo asegurar su victoria a cualquier precio, la Esquerra Republicana de Macià, en una maniobra a mi entender totalmente inconstitucional, limitó los comicios al sufragio universal masculino. ¿La excusa? Que aún no había una ley electoral catalana que reconociera el sufragio universal. Tenía que aprobarla el Parlament. La misma Constitución que le había concedido la autonomía política al territorio no era lo bastante buena para darle el voto a las catalanas.

“Con 161 votos a favor y 131 en contra, España aprobó el sufragio universal”

Aunque se repita mil veces un bulo no se convierte en una realidad. ¡Es falso que las izquierdas perdieran en 1933 por culpa de las mujeres! ¿Cómo si no hubiesen ganado en 1936? ¿Es que en apenas dos años la mayoría de españolas fueron abducidas por alienígenas? ¿O es que les bastaron seiscientos días para descubrir que las derechas eran malas y las izquierdas buenas? No. El electorado femenino demostró una pluralidad muchísimo más marcada de lo que se esperaba.

Si las izquierdas perdieron en 1933, la culpa fue de la testosterona y el personalismo de sus lideres (varones) que impidió los acuerdos. La Ley Electoral de la República, aprobada en 1933 por las propias izquierdas, favorecía a las coaliciones o plataformas electorales. Cuando en noviembre las urnas se abrieron, Gil Robles organizó una gran coalición, la Confederación Española de Derechas Autónomas (C.E.D.A.) mientras que los partidos de izquierdas se presentaron cada uno por su lado. Como vaticinó Azaña, el desastre electoral fue inevitable.

“¡Es falso que las izquierdas perdieran en 1933 por culpa de las mujeres!”

En 1936, las izquierdas se unieron en Frente Popular, mientras que las derechas y su Frente Nacional vivieron una escisión de última hora, cuando Portela Valladares, presentó su Partido de Centro. Así, las izquierdas lograron mayoría absoluta, pese a que sumados los votos de Frente Nacional y la plataforma de Valladares eran mayoría. Mire usted, se llama aritmética electoral.