Las dos primeras elecciones presidenciales norteamericanas, 1789 y 1792, tuvieron en Washington un candidato de consenso. Incluso la elección de John Adams como su Vicepresidente, en ambas ocasiones, se antojaba esperable.

A sus ocho años de mandato, Washington abdicó del poder. No quería morir en el cargo. Hay que recordar que hasta la aprobación de la Vigesimosegunda Enmienda (1947) nada impedía a un Presidente ser reelegido indefinidamente. Franklin D. Roosevelt ganaría cuatro elecciones consecutivas en el S XX, pero su caso es una excepción. Sin embargo, gracias al ejemplo del primer Presidente, se asentó la tradición de presentarse, como mucho, a una reelección.

«Las dos primeras elecciones presidenciales norteamericanas, 1789 y 1792, tuvieron en Washington un candidato de consenso»

Este proceder tranquilizó a los demócrata-republicanos de Jefferson quienes temían a un Presidente que mediante indefinidas reelecciones se erigiera en monarca de facto de la joven nación. De hecho, Jefferson había propuesto que la constitución recogiera un mandato presidencial de seis años, sin reelección posible.

Las elecciones de 1796 auguraban un escenario inédito: no había candidato ganador claro. Incluso entre las dos grandes facciones políticas –luego partidos- la federalista, partidario de un gobierno federal fuerte, y la demócrata-republicana, paladín de la autonomía de los Estados, había dudas sobre quien de los suyos era mejor candidato.

En esa época las campañas electorales eran… raras. Nadie debía dar un paso al frente y decir abiertamente: quiero ser Presidente. Eso le habría hecho perder puntos automáticamente, por parecer demasiado ambicioso.

«Las elecciones de 1796 auguraban un escenario inédito: no había candidato ganador claro»

En un juego de apariencias, los candidatos hacían una serie de apariciones supuestamente espontáneas en clubs, locales o teatros. Entonces alguien les proponía tomar la palabra frente a un auditorio que oportunamente simpatizaba con él para que discurseara un poco sobre lo que convenía al país. Todo esto sin romper el pudor: nunca decía, sí quiero ser Presidente.

Sin embargo estos mítines eran más bien excepcionales. El 95% de la campaña se hacía por diarios y panfletos. Mediante artículos, a veces escritos bajo pseudónimo, se apoyaba a este o aquel candidato. Por otro lado, esos primeros años había una avalancha de posibles candidatos a Presidente. Nada de sólo dos.

«En esa época las campañas electorales eran… raras. Nadie debía dar un paso al frente y decir abiertamente: quiero ser Presidente»

Para más confusión, recordemos que el Presidente entonces era elegido por los delegados del Colegio Electoral. Vale, como ahora ¿no? La verdad es que no. Ahora el Colegio Electoral es un mero ceremonial. Los delegados de cada Estado votan al candidato que ha ganado en su Estado en bloque y se sanciona la ruptura de esta disciplina.

Más importante aún, hoy los ciudadanos votan a esos delegados, o para ser exactos a quién votarán. Si en Virginia ganara Trump, los 13 delegados que el Estado tiene asignados en 2020 votarán por él. En esa época los delegados eran votados por los parlamentos de los Estados y, además, tenían libertad. A ver, normalmente, si el Congreso del Estado de Virginia era pro Jefferson, oriundo de la tierra, pues elegiría a delegados que previsiblemente eran partidarios de este candidato. Ahora, no había garantía. Si querían votar a cualquier otro americano mayor de edad y registrado en el censo electoral –es decir que era blanco y reunía las rentas exigidas para votar- ningún problema.

Vamos que el Colegio Electoral parecía casi un cónclave cardenalicio.

Para colmo, la Constitución dictaba que sería Presidente quien más votos obtuviera en el Colegio. El Vicepresidente sería el segundo en votos. Para entendernos, a Hillary Clinton le habría tocado ser Vicepresidenta de Trump.

«la Constitución dictaba que sería Presidente quien más votos obtuviera en el Colegio. El Vicepresidente sería el segundo en votos»

Claro cuando tienes un candidato de consenso como Washington este sistema no genera fricciones. De hecho, a John Adams, primer Vicepresidente, se le reprochó que apoyaba demasiado a Washington. Su cargo no fue concebido como un punto de apoyo, sino una alternativa, un contrapeso sui generis. Formalmente, la constitución estadounidense no considera al Vicepresidente parte del Gobierno. Su función es presidir el senado, ejercer allí su voto de calidad en caso empate y poco más.

En 1876, Adams superó a Jefferson por tres votos de diferencia en el Colegio Electoral. Empezó entonces un período extraño. Una cosa era que el Vicepresidente se hubiera concebido como una alternativa, una entidad independiente de los miembros del Gobierno. Muy distinto fue ver que este se convertía en poco menos que el portavoz de la oposición contra el Jefe del Estado.

Ambos hombres eran amigos íntimos desde los años del Segundo Congreso Continental. Su amistad se había reforzado en su papel diplomático en París, donde negociaron el acuerdo de paz por el que Reino Unido reconocía a sus colonias como independientes en 1783. No obstante, en diversos sentidos políticamente antagónicos. Además, ambos deseaban la presidencia. En la vejez, rehicieron puentes y cultivaron una extraordinaria relación epistolar.

«En 1876, Adams superó a Jefferson por tres votos de diferencia en el Colegio Electoral»

En 1800 John Adams afrontó unas elecciones en las que era consciente de sus escasas posibilidades de reelección. El Presidente había desoído a su partido, los federalistas que le pedían una populista declaración de guerra contra la Francia napoleónica para caldear al electorado. Pero a su entender lo crucial era alejar a la joven nación de las guerras europeas. La historia le daría razón, la jugada pro francesa de sus sucesivos sucesores, Jefferson y Madison, le saldría muy cara al país: crisis económica e invasión inglesa con quema de La Casa Blanca incluida (1814).

Sin duda, Adams se entristeció cuando las votaciones del Colegio Electoral confirmaron los malos pronósticos: sólo tenía 65 votos, frente a los 73 de Jefferson. Leyendo sus cartas vemos que se sentía injustamente tratado por sus compatriotas, aunque sorprendido, sorprendido, no estaba… Al menos no por su derrota. Sí se quedó asombrado y algo aterrado de que Aaron Burr, senador neoyorkino, populista y con merecida fama de corrupto, también hubiese obtenido: ¡73 votos en el Colegio!

Las terceras elecciones presidenciales de la joven república habían acabado en un empate. ¿Complicado? Pues la cosa sólo acababa de empezar.

«Adams sólo tenía 65 votos, frente a los 73 de Jefferson y 73 de Aaron Burr»

Según las reglas de la época, la Cámara de Representantes debía elegir presidente entre los candidatos empatados, pero no en una votación al uso de un congresista un voto. Los congresistas de cada Estado votarían entre ellos, p.j., si Virginia tenía 9 congresistas estos votarían y elegirían entre Jefferson y Burr. El que ganara recibiría 1 voto, el voto de Virginia.

Bien, con dieciséis Estados, había 16 votos en juego y se requerían 9, mayoría absoluta, para ser elegido Presidente. Es justo decir que el país atravesó su peor crisis constitucional. El Congreso, con mayoría federalista, no se fiaba mucho de un corrupto como Burr, pero es que elegir a Jefferson era llevar a La Casa Blanca al líder de sus antagonistas políticos.

En las ¡35! primeras votaciones ninguno consiguió los 9 votos. Finalmente, en la 36ª Jefferson fue elegido Presidente. ¿Y Burr? Pues se convirtió en su Vicepresidente.

«En las ¡35! primeras votaciones ninguno consiguió los 9 votos»

A diferencia de Adams y Jefferson, caballerosos y con gran sentido de Estado, Burr no dudo en ir mucho más allá de denigrar públicamente al Presidente. Entre otras perlas parece que conspiró para convencer a los colonos de los recientemente territorios adquiridos en Luisiana y el oeste del país de que se escindiera y fundar así un país del que él sería el Presidente-Dictador. Este plan no maduró. En un duelo a muerte mató a Alexander Hamilton, Secretario –Ministro- del Tesoro bajo Washington. Ante la ley esto era un asesinato así que el Vicepresidente desertó de su puesto y huyó al exilio bastantes años.

Al final el Congreso dijo basta. Un país con apenas dos décadas de vida no podía permitirse escándalos y crisis constitucionales de ese calibre. Mediante la aprobación de la Duodécima Enmienda se reformó la Constitución en lo referente a la elección del Presidente.

«la Duodécima Enmienda reformó la Constitución en lo referente a la elección del Presidente»

Desde entonces, los delegados del Colegio Electoral votan dos veces, una para elegir Presidente y otra para elegir Vicepresidente. Se inaugura así la llamada fórmula del ticket presidencial, si tienes mayoría para ser elegido Presidente, la tendrás en la votación del Vicepresidente, así que cada candidato a la presidencia hace campaña con su candidato a la vicepresidencia al lado.

Ojo… si ningún candidato alcanza la mayoría absoluta, el Presidente será elegido por la Cámara de Representantes y el Vicepresidente por el Senado. Esto ya lo veremos pasó en 1824…